Aerolíneas

El vuelo de Ryanair que nos cambió la vida

La aerolínea ‘low cost’ cumple 20 años en España en medio de conflictos laborales y récords de viajeros

El primer vuelo de Ryanair en España no se llegó a llenar. Era una conexión entre Girona y Frankfurt con los billetes a 10 euros, pero la ocupación quedó alrededor del 80%, con unos cuantos asientos vacíos. En 2022 hace veinte años de aquella ruta con la que la compañía irlandesa aterrizaba por primera vez en un país hecho a medida para que triunfara su lógica low cost. La aerolínea lo ha celebrado con un informe encargado a la consultora PwC sobre su “contribución a la economía y la sociedad españolas”. El documento le ha servido para sacar pecho de ser, en términos acumulativos, la compañía aérea que más pasajeros ha transportado en las últimas dos décadas en España: más de 400 millones. En su primer año de operativa, 1,4 millones de personas cogieron un vuelo de Ryanair en el Estado, mientras que en 2019 -el último ejercicio precovid- fueron casi 50 millones. El estudio va acompañado de un cálculo de la contribución de Ryanair en la economía española: cifra en más de 14.000 millones el impacto de los turistas que subieron en sus aviones en 2019.

Antes de que empezara a llenar titulares por la llegada masiva de turistas, los conflictos laborales y la política agresiva con el equipaje, el primer recuerdo para muchos de la low cost irlandesa es otro. César formaba parte de la generación en la veintena cuando Ryanair llegó a España. Recuerda un trayecto de Pisa al aeropuerto de Girona que le costó solo seis euros: “Nos dio la oportunidad de ver mundo, lo que antes era más prohibitiva para buena parte de la población”. Aprovechó aquellos precios económicos para viajar por Europa, pero entonces ya había algo que no le cuadraba. “No existen los duros a cuatro pesetas. Un modelo así no puede ser sostenible”, afirma este barcelonés. Veinte años después, ha pasado de aprovechar las ofertas de Ryanair a esquivar la aerolínea siempre que puede, tanto por la incomodidad -mide más de 1,90 metros y sufre por el espacio de las piernas- como por los incidentes con los recargos extra -en el último vuelo a Bruselas acabó pagando 80 euros de más por un malentendido con el check-in.

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Esta semana el ARA ha hecho un llamamiento a los lectores para que compartieran experiencias con Ryanair. “Yo nunca he tenido ninguna mala experiencia. Evidentemente que el vuelo es muy sencillo; también lo es ir en metro y nadie se queja. Quien quiere comodidad coge un taxi y paga”, opina David, que coge una media de treinta vuelos al año, pero prefiere volar con Easyjet si el precio no es muy diferente. Jordi coincide en decir que la compañía tiene “poco que envidiar” a otros competidores y que la relación calidad-precio es “correcta". “Fue la primera low cost que cubría todo Europa, sin estar centrada en un solo punto. Lo cambió todo”, añade Adrià.

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En cambio, otros como Toni, Ramon y Josep aseguran que probaron la aerolínea una vez y no han vuelto a subir nunca más. “Es práctica en algunos casos y nefasta en casi todo el resto: política de maletas, antipatía del personal con muy pocas excepciones, política de ventas a todo trapo... Por desgracia, un retrato bastante realista de nuestra sociedad”, apunta este último.

Pero es innegable que Ryanair lo cambió todo, empezar por llevar a Europa un modelo de aerolínea que Michael O’Leary, su irreverente consejero delegado (ahora del grupo), copió de la norteamericana Southwest Airlines. “La gran contribución de Ryanair, más allá de una democratización del turismo muy vinculada a los precios bajos, es la innovación en el modelo de negocio”, explica Pere Suau-Sánchez, profesor de la UOC y de la Cranfield University especializado en transporte aéreo.

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La low cost, dice, “desempaquetó” los precios de los billetes. Es decir, que, si lo habitual con una aerolínea de bandera era que el cliente pagara un precio que incorporaba facturar una maleta o una comida de cortesía durante el vuelo, a partir de entonces los extras pasaban a ser opcionales: “Básicamente esto hace que vayan a un sistema de precios a la carta. Si un pasajero valora sentarse en las primeras filas o no hacer cola a la hora de embarcar, lo paga. El precio depende del nivel de servicio que se desea”. Suau-Sánchez apunta que en Ryanair también se han caracterizado por ser más agresivos en cuanto a la utilización de los aviones: “Hay mucho énfasis en conseguir una rotación del avión muy rápida, que permite tener la aeronave trabajando una o dos rotaciones extra al día”.

Además, hizo que la competencia reaccionara y acabara incorporando algunas de sus maneras de hacer. Por ejemplo, fueron unos de los primeros en recortar la política de equipaje de mano, hasta tal punto que la tarifa base ya solo incluye una pieza pequeña para poner debajo del asiento de delante.

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España se ha convertido en un mercado clave para Ryanair, donde presume de ser el líder en volumen de pasajeros doce años seguidos. “Es un destino receptor de turistas británicos, con cultura de ir a buscar el sol. Era obvio que sería un candidato a servir determinados mercados y además en un país donde ni las rentas ni los sueldos son especialmente altos”, añade Suau-Sánchez.

De estos veinte años de explotar el atractivo turístico de España, los sindicatos recuerdan otra cifra: “Dieciséis años han sido de impunidad”. Son los que pasaron entre que la compañía se instaló en España y que el Tribunal Superior de Justicia de la Unión Europea sentenció que Ryanair tenía que seguir la legislación laboral de los países donde tenía las bases. Hasta entonces, los contratos del personal de la aerolínea -tanto los tripulantes de cabina como los pilotos- estaban sujetes a la normativa irlandesa.

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Jairo subió por primera vez como empleado en un avión de Ryanair en 2009 y todavía recuerda los quebraderos de cabeza que le causaba depender de la Seguridad Social de Dublín. “En aquella situación ningún sindicato nos podía ayudar”, argumenta. El estallido de protestas contra las condiciones laborales en Ryanair llegó bastante más tarde, en 2018, cuando ya era supervisor de la base de Tenerife Sur y se había convertido en el delegado sindical de USO. Aquel año las tripulaciones convocaron dos huelgas (después de la segunda rebajaron de categoría a Jairo), las primeras en la historia de la aerolínea, que también vivió paradas parecidas en otros países europeos.

“El enero siguiente conseguimos el primer y único acuerdo con la dirección, después de dos días encerrados hasta las cuatro de la madrugada”, recuerda. Pero en poco más de un año, lo que parecía un escenario de cambio en las relaciones laborales de Ryanair España se cambió del todo. “La promesa de no cerrar las bases de las Canarias duró seis meses”, lamenta. A principios de 2020, la compañía anunciaba el adiós, acompañado de un ERE, en Tenerife Sur, Lanzarote y Gran Canaria. Entonces también tenía que poner fin a la base de Girona, pero acabó manteniéndola a cambio de que los empleados aceptaran pasar a ser fijos discontinuos (los que lo rechazaron los incluyeron en el ERE).

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Este caso está lejos de cerrarse y todavía amenaza a Ryanair con una factura millonaria. La Audiencia Nacional declaró nulos los despidos y obligó a la aerolínea a readmitir los trabajadores y pagarles el sueldo desde la extinción de los contratos. El sindicato calcula que esto le costará a la aerolínea unos 8 millones de euros. Pero ni Jairo ni ninguno de sus compañeros de las bases canarias han visto un euro de las indemnizaciones ni de las nóminas que les deben. “Solo queremos pasar página. He tenido que pedir un crédito y volver a vivir con mis padres a los 46 años porque durante más de un año ni la empresa nos ha pagado el sueldo ni podíamos cobrar el paro”, protesta. De hecho, una vez readmitidos, Ryanair intentó incluir a los trabajadores despedidos dentro del ERTE de fuerza mayor por la pandemia, una medida que el Supremo también anuló. A la espera de que la justicia resuelva sus casos, algunos de ellos ya han abandonado definitivamente la idea de volver a trabajar en un avión. “Algunos han entrado en Ikea, en las navieras y dos han abierto una heladería”, comenta resignado Jairo.

Pero las últimas semanas una noticia les ha dejado sorprendidos por completo. Ryanair estudia ahora reabrir las bases que tenía en el archipiélago y mantiene negociaciones con el Gobierno canario. Desde USO han pedido una reunión con el ejecutivo para informarles de la situación de la empresa y sus trabajadores, “más allá de deslumbrar con anuncios de nuevas rutas que permitan atraer pasajeros”.

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“Cuando iniciamos operaciones en España en 2002, los precios de los billetes eran un 90% más caros de lo que proponía Ryanair. La aviación estaba reservada para una parte reducida de la población y con nuestras tarifas la hicimos accesible a todos los viajeros y familias, sin importar el perfil”, responde Elena Cabrera, portavoz de Ryanair en España y Portugal. Cuando se le pregunta por el daño en la reputación de determinadas políticas, también lo tiene claro: los consumidores los eligen por los precios y su red extensa de rutas, y justamente acaban de celebrar “un panel asesor de clientes para introducir mejoras en la atención”.

El vigésimo verano de Ryanair en España será como los de siempre, de asientos llenos: la compañía espera que la ocupación de los aviones recupere los niveles precovid.