El burkini y la polémica estival

Hoy soy consciente de que escribiré un artículo complicado. Sobre todo porque, más que reivindicar con fuerza alguna creencia que tengo clara, simplemente mostraré mi vulnerabilidad como persona que intenta reivindicar una sociedad más justa a través de la comprensión de la moda. Vulnerabilidad porque no es fácil manifestar públicamente que no lo tengo claro, que existen temas que me generan una imposibilidad de tener una opinión firme. Y el tema en cuestión tiene que ver con dos piezas de baño contrapuestas: el V-kini y el burkini.

El año pasado, en la piscina del pueblo donde veraneo, unas chicas con burkini fueron increpadas por unos bañistas que consideraban inadecuada su manera de vestir. Argumentaban que era antihigiénico bañarse con ropa –como si sus bañadores no fueran textiles– y que, por tanto, debían ser expulsadas. Yo, que convivo con una incontinente vocación justiciera, medié en ese conflicto para que no agredieran verbalmente a aquellas chicas. Diluido el conflicto, ellas me agradecieron haberlas ayudado, aunque yo me quedé con la incómoda sensación de haber defendido, de paso, una indumentaria que resta libertad a las mujeres. Esta disputa no ha sido un hecho aislado y este año situaciones como esta se han intensificado.

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El burkini lo podemos percibir como la extensión de un burka que, indudablemente, atenta contra derechos y libertades de las mujeres. Pero, ¿y si buscamos por qué nació? En 2003 Aheda Zanetti, una diseñadora australiana de origen libanés, quiso ayudar a su sobrina, que no tenía posibilidades de participar en la cultura de playa por los preceptos del Islam. Gracias al burkini, ella y otras muchas jóvenes pudieron experimentar qué era nadar con más libertad y tranquilidad. La propia Zanetti explicó: “Fue la primera vez que nadaba en público. Fue precioso”. Por tanto, con nuestra tendencia poscolonial de “salvar” a estas mujeres, ¿cuál es la postura que debemos adoptar en relación con el burkini?

Paralelamente, una prenda que está totalmente en tendencia son las bragas de bikini muy escotadas. Esta forma recupera el V-kini de los años 80 y el auge hipersexualizador del momento. Su forma característica alarga visualmente las piernas, otorga voluptuosidad a las caderas y acentúa el protagonismo de la zona púbica, con una forma de V que dirige irremediablemente nuestra mirada hacia la vulva. En ningún caso se me ha pasado por la cabeza prohibir esa ropa o aleccionar a quien la lleva, aunque creo que refuerza la creencia de que el valor de la mujer está en su capacidad para generar deseo en el hombre.

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Lo cierto es que el cuerpo de la mujer, y por extensión los trajes de baño, son terrenos altamente politizados. Puntas de icebergs de cuestiones mucho más profundas que, en la mayoría de los casos, sufrimos las mujeres sin haberlas decidido. Como empezaba el artículo, seguiré enredada en estas zarzas, intentando averiguar cuál es la opción más justa y adecuada. Pero, ¿adecuada para quién? Lo que sí tengo claro es que esta opción no puede pasar nunca por increpar a las personas aprovechando su vulnerabilidad.