Exposición

Maria Antonieta, descabezada pero 'influencer'

Una exposición en Londres pretende acabar con la leyenda de frívola y libertina de la última reina de Francia para elevarla a la categoría de creadora de tendencias

LondresLa película La Nuit de Varennes (1982),de Ettore Scola, es el relato del debate en torno al surgimiento de un nuevo mundo sobre los escombros de otro: el que ilumina la Revolución Francesa por el hundimiento del Antiguo Régimen. El cineasta italiano aprovecha el episodio histórico de la huida de París de Luis XVI y María Antonieta –junio de 1791– para juntar en un mismo carruaje a tres personajes reales: Restif de la Bretonne, un escritor libertino y popular –hoy llamaríamos populista, quizá con tendencia a las fake news–; Thomas Paine, el intelectual revolucionario inglés, y el famoso viajero y seductor Giacomo Casanova, ya mayor y bastante deteriorado físicamente.

Con toda seguridad, los tres nunca coincidieron en ningún viaje juntos. Y menos aún, a diferencia de lo que sugiere el filme, en tanto que telón de fondo de una de las escenas, fueron testigos de la captura, en Varennes, de los reyes fugitivos y su séquito, que intentaban ponerse a salvo de un pueblo alzado en armas contra la Corona.

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A lo largo del viaje y de la película, los tres mencionados pasajeros discuten sobre la monarquía, la libertad, la igualdad y el sentido de la Revolución, ofreciendo diferentes visiones de lo que ocurre en la Francia de aquellos momentos. Casanova representa el viejo orden social; Paine, el nuevo, y Restif de la Bretonne sería, si desea con un poco de imaginación, el opinador o elinfluencer que ha contribuido al cambio como carcoma, con sus panfletos, contra Luis, el último. De algún modo, la película de Scola puede ofrecer una metáfora útil para leer el presente y, de rebote, ya propósito de Maria Antonieta, para cuestionarse sobre la necesidad y el planteamiento de la exposición que el Victoria & Albert Museum de Londres acaba de inaugurar, dedicada a la reina ya lo que lo llaman su estilo.

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Porque también hoy parece que el orden internacional surgido de la Segunda Guerra Mundial se esté hundiendo y un grupo de Maria Antonietes de Instagram –pueden poner, por ejemplo, Kim Kardashian– quieren marcar su estilo. Aquel sistema, al menos para el mundo occidental, construido bajo el paraguas de Estados Unidos, con Naciones Unidas y la democracia liberal como referentes, es cuestionado por la administración Trump, que atiza sistemáticamente las inquietudes de amplios sectores de una ciudadanía que ya no cree en las promesas de progreso social que se le ofrecían. Promesas rotas, justamente, porque el neoliberalismo –y el autoritarismo– más descarnado que el presidente representa ha acabado con el consenso social establecido desde 1945. Al menos para Occidente. Y las influencers de Instagram tienen la función de distraerlos.

El trumpismo es, en este sentido, uno de los carruajes simbólicos de la tercera década del siglo XXI: sacude las convicciones de la posguerra, proclama el fin del multilateralismo y, paradójicamente, pone en evidencia el declive de la hegemonía estadounidense. Si Paine encarnaba la esperanza de un futuro nuevo y Casanova el crepúsculo del viejo mundo, Trump sería una especie de Restif de la Bretona, cronista incansable en las redes sociales, ruidoso, iconoclasta y extremadamente peligroso que, con su mezcla de populismo, provocación, vanidad y fanfarronería para pretender acelerar la escena global. La corte que le rodea, Paris Hilton, Kim Kardashian o quien sea, ofrece el espectáculo paralelo.

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Decadencia y fascinación

Estas tensiones, entre decadencia y fascinación, entre lo viejo y lo nuevo, también están presentes en la citada exposición sobre quién fue la última reina de Francia. Pero la muestra la reivindica no como la víctima frívola y lujuriosa de la propaganda revolucionaria sino como un icono de la moda, del gusto estético a través de la alta costura que ha tenido proyección y continuidad incluso 232 años después de su decapitación (16 de octubre de 1793) en la guillo. ¿No era tan frívola, entonces? ¿Era una personalidad más compleja? ¿Una niña malcriada, sólo? ¿Una mujer que vivió su desarraigo imponiendo un estilo en la ropa, en el peinado, en el perfume, en los salones del poder, en definitiva, lo que hoy podría leerse como un acto de afirmación feminista?

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La exposición opta por hacer de Maria Antonieta una líder de su tiempo, a través de la moda. Y si se tiene en cuenta su influencia, así fue. No en vano colaboró ​​con su modista, Rose Bertin –sarcásticamente llamada "ministra de la moda" por los panfletos de la época y ahora considerada la primera couturière de la historia–, en conjuntos que marcaron tendencia en Francia y en el extranjero.

La revisitación de su figura –es una constante, de hecho: en moda, pero también en cine o en series– en clave estética habla, a la vez, de la misma dualidad que reflejó Scola: el deseo de preservar la imagen de un mundo que se hunde, y la atracción o el miedo inevitable por el espectáculo le acompañan. En la medida en que el trumpismo y otros populismos cuestionan el orden surgido después de la Segunda Guerra Mundial, la figura de María Antonieta –convertida hoy en objeto de lujo y fascinación kitsch– vuelve a interpelar al visitante del museo de Kensington: no tanto por lo que fue o no ser, como por lo que representa como símbolo de una época –¿un tiempo que no quiere ver que ya está condenado?– y su utilización más aséptica: sin notas a pie de página que ayuden a desentrañar a la persona y al personaje en el mismo.

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La crítica londinense ha escrito maravillas de la exposición, pero ¿las merece? ¿Qué ofrece al espectador no especialmente interesado en el mundo de la moda el Victoria & Albert Museum? El visitante capta, por ejemplo, en una sala final, pomposa y cargada del barroquismo del estilo de Maria Antonieta –una presentación repetida por el V&A en otras exposiciones–, los hilos que unen algunos de los vestidos que lucía la joven reina –o que lucieron algunas de sus coetáneas más jóvenes– con creaciones de los grandes nombres de la alta costura actual o reciente: las que diseñó John Galliano o Maria Grazia Chiuri para Dior o los vestidos que Milena Canonero hizo ad hoc para el filme de Sofía Coppola sobre la reina, de 2006.

Uno de los primeros impactos visuales es el traje de novia de la duquesa Hedvig Elisabeth Charlotta (que más tarde sería reina de Suecia): una prenda suntuosa de tela y encaje de plata, con un corsé casi imposible de adaptar a un cuerpo no anoréxico, una falda ancha a base de bastido el estilo de la década de 1770. Cuando Maria Antonieta se casó, con sólo catorce años –una niña–, también lució uno parecido. Su madre, María Teresa de Austria, le había encargado en París a un coste extraordinario. Sin embargo, de aquel vestido no se ha conservado ningún rastro. La pieza que muestra el museo se inspiró en lo que llevó a la condesa de Artois, cuñada de María Antonieta, a la boda celebrada en Versalles en 1773.

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En total, la exposición incluye alrededor de 250 piezas que abarcan el tiempo transcurrido desde su ejecución hasta ahora, con diseños, además de los autores mencionados, también de Vivienne Westwood, Chanel, Moschino, Erdem, Valentino o el español Manolo Blahnik, que lanza a la colección cápsula inspirada en Maria Antonieta, y en su propio trabajo de creador de zapatos para la ya citada película de Sofia Coppola: sus nuevos diseños las reinventan.

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Se exponen igualmente fragmentos de vestidos de corte de la reina, aunque la gran mayoría también fueron destruidos durante la marcha sobre Versalles en octubre de 1789. Y vajilla, y cristalería y cubertería que María Antonieta utilizaba para las cenas en el Petit Trianon (Versalles) o algunos de los productos de Versalles. Hay un par de zapatillas de seda, algunas joyas, mobiliario, incluso un medallón que contiene, supuestamente, cabello de la reina y de su hijo, Luis-Carles. Y aún también la nota final que escribió desde la celda de la Conciergerie, horas antes de su muerte. Para el espectador es ilegible el texto, pero se le informa de lo que dice: "Dios mío, ten piedad de mí. Mis ojos ya no tienen más lágrimas que llorar por vosotros, pobres hijos míos. Adiós, adiós".

¿Hay que tener piedad de Maria Antonieta y de lo que representó, influencer y/o frívola? ¿Hay que tener piedad o simpatía por lo que representan algunos de los aristócratas actuales –con o sin corona– que exhiben la obscenidad de su lujo y su fortuna –la base de desigualdades tanto o mayores que antes de la Revolución Francesa–, por poner un caso, en bodas interminables en Venecia?

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Quizás la exposición, que hará las delicias de los estetas y que puede dejar frío a un público más engage, carece del análisis de su tiempo histórico. Pero, claramente, no era éste el objetivo de su patrocinador, un confeso enamorado de la reina, que quería acabar con su leyenda negra. Maria Antonieta fue, tal vez, la primera influencer de la historia que pagó el precio de una Historia que no podía soportar por más tiempo tanta desigualdad como encarnaba. Icono y tragedia se fundieron en la guillotina a sus 37 años. Más de dos siglos después, las desigualdades han aumentado, el mundo está lleno deinfluencers con el único afán de monetarizar su influencia y la guillotina –figurada o real– ya sólo corta la cabeza de los más débiles. En Varennes y en el museo Victoria & Albert se habla de otro cambio de época.