¿Cuál es realmente el legado de Giorgio Armani?

BarcelonaArmani ya es historia. Con la muerte de Giorgio Armani, el mundo de la moda se despide de uno de los grandes nombres del siglo XX. Su casa llevaba años sin estar en el centro del huracán creativo, pero sería impensable explicar la moda contemporánea sin su huella. Armani forma parte de una generación irrepetible de creadores italianos –Gianni Versace, Franco Moschino, Gianfranco Ferré y Dolce & Gabbana– que consiguieron que, por primera vez, Italia se convirtiera en un polo de referencia mundial. Hoy resulta natural mirar hacia Milán para detectar sus tendencias, pero que esta revolución se produjera es gracias a esta hornada de diseñadores. Dentro de este grupo, Armani optó por una vía propia y diametralmente opuesta a la de Versace: mientras este sublimaba el barroquismo kitsch, el ornamento ostentoso y la sexualidad explícita, él iniciaba un camino de esencialidad, líneas limpias y sofisticación contenida que escribiría el primer capítulo del minimalismo que dominaría las décadas siguientes.

Para entender realmente el impacto de Armani, hay que mirar su aportación a la moda masculina. Él tuvo un maestro de lujo, Nino Cerruti, que revolucionó el vestuario televisivo con la serie Corrupción en Miami. De esos vestuarios surgieron looks icónicos como los de Don Johnson en el papel de Sonny Crockett: trajes de corte relajado combinados con camisetas y mocasines sin calcetines, una fórmula que redefinió la idea del hombre urbano de los ochenta.

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Armani, heredero de ese espíritu, dio un paso más: reinventó el traje sastre para hacerlo cómodo y sensual. Eliminó entretelas y rellenos, prescindió de los chalecos, añadió pantalones anchos con pinzas y liberó las camisas de la corbata. El resultado era una sastrería que respiraba movimiento y despreocupación. Su momento consagrador fue el vestuario de American Gigolo (Paul Schrader, 1980): Richard Gere aparecía lejos del macho rudo y también del hombre de negocios aburrido, haciendo del traje un instrumento de seducción. La ropa de Armani convertía al cuerpo masculino en objeto de deseo y anticipaba el fenómeno del metrosexual que estallaría años más tarde. Poco después, el vínculo con Hollywood acabaría de consolidarse cuando diseñó el vestuario de Los intocables de Eliot Ness (1980), de Brian De Palma.

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En cuanto a la moda femenina, Armani entendió el momento histórico que vivían las mujeres: gracias a las conquistas feministas de los sesenta y setenta, empezaban a desempeñar cargos de decisión en el competitivo mundo laboral de los yuppies. Con Calvin Klein, abrazó la corriente del dress for success, creando trajes que tomaban los códigos de la indumentaria masculina para dotar a las mujeres de autoridad y presencia. Hombreras marcadas, líneas sobrias, lujo silencioso, colores nude y un punto de androginia servían para transmitir profesionalidad. Con la mirada de hoy podríamos cuestionar esta masculinización, pero en ese momento fue una poderosa herramienta de empoderamiento que se esparció tanto en Hollywood como en los despachos de Wall Street. Además de ejecutivas anónimas, creó prendas icónicas para actrices como Diane Keaton, que lució una americana de Armani para asistir a los Oscar, y reforzó su imagen como pionera de la ropa agénero, iniciada años antes con el look masculinizado de Ralph Lauren en Annie Hall (1977). Y, poco después, Julia Roberts recogía un Globo de Oro por Magnolias de acero (1990) con un desestructurado traje sastre oversize que marcaría el gusto de una época.

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Con Armani se marcha un diseñador que no solo hizo ropa, sino que definió formas de ser, de mirarnos y de desearnos. Una forma de vivir la moda coherente hasta el final: a diferencia de muchos, nunca vendió su marca a los grandes conglomerados del lujo, para poder seguir siendo Armani hasta el final. Su legado es un recordatorio de que la moda puede ser mucho más que tendencias: puede ser una herramienta de transformación cultural. Y ahora que el mundo parece obsesionado con el logotipo y el hiperconsumo, quizá deberíamos volver a aquel Armani que sabía que, a veces, la mejor manera de llamar la atención es el silencio de una línea pura.