Crónica

'El meu avi', 'Rosina' i 'La bella Lola', todos juntos, por la noche

Calella de Palafrugell celebra las fiestas de Sant Roc con la cantada de habaneras de Canyers

Calella de PalafrugellMe sé El meu avi, me sé un poco de Rosina (la del verde palmar) y La bella Lola, más o menos como todo el mundo, pero nunca había ido a una cantada de habaneras. Me invitan a Calella de Palafrugell a ver la de las fiestas de Sant Roc, a la calella de Canyers (entendiendo calella como cala pequeña, según Alcover-Moll). El grupo Arjau, que no para de hacer bolos durante el verano, siempre se compromete a cantar en esta fiesta, porque fue aquí donde empezaron en el 97. Me dicen, los veraneantes y los aldeanos, que veré “una cantada diferente”. Que no he podido elegir mejor.

Una casa de pescadores, de estas que tienen una entrada a pie de arena para la barca, sirve de camerino a los artistas. Jordi Grau, Jordi Rubau y Josep Maria Batlle, los tres componentes del grupo, me explican que en la segunda parte, después del quemado, invitarán a veteranos. Fonso Carreras, Xiqui Ramon y Jordi Penas, tres históricos. “Aquí empezó a cantar Fonso con Càstor Pérez, que era el padre de Sílvia Pérez Cruz”, me explica Jordi. Y una señora, que ya se sienta en la silla playera que se ha llevado, exclama: “Que guapo es Fonso”. “Era, era”, la corrige una amiga, riendo.

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“Te dejo con Xiqui, porque él lo sabe todo”, me dice Jordi Grau. Y me hace saber que Ernest Morató, un gran divulgador de las habaneras, era su tío. Era barbero, pero pescaba, tenía huerto, como todo el mundo, y una gran inquietud por la música popular. Hoy hay una fundación con su nombre, que conserva grabaciones de los años 40. En el año 66 publicó un libro que se llama Calella i les havaneres

“Yo hace más de cincuenta años que canto en esta roca”, dice Xiqui. Porque todo esto viene de cuando los pescadores cantaban en las tascas y los veraneantes los invitaban a comer y beber. Tabernas que ya no existen, como La bella Lola, Can Alcalde, Can Ricard... “Antes de nada lo hacían a cappella y llevan el ritmo picando en las mesas; después, el maestro Cirés, que es el compositor de La gaviota, los acompañaba con armonía”. Le pregunto cuál es el secreto de cantar habaneras y dice: “El secreto de los tercetos es empastar las voces”. Tiene razón. Una vez empiece el concierto, escucharé como entre el público alguien dice: “A estos sí que se les entiende. Y cómo afinan...”.

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Mujeres siempre ha habido en los grupos, pero pocas. “El propio Peix Fregit empezó con una mujer de primera voz, Maria Cervera”, dice Xiqui. “Siempre ha habido más hombres, porque en las tascas iban más hombres, pero mujeres siempre ha habido”. A punto de empezar, les pregunto por el repertorio. “Haremos La bella Lola y El meu avi al final”, me dice Jordi, “porque si las ponemos en medio, la gente las vuelve a pedir igualmente”. Y río, porque escucho que dice: “Thebeautiful Lola”. Recuerdo, ahora, que los Arjau, con el cantante Lildami, compusieron una habanera LGTBI, preciosa, que quedó finalista a los Premios Enderrock, sobre dos soldados de la Guerra Civil que se querían. Quizás este es el relevo generacional, que todo el mundo dice que de momento no existe. Los Arjau son los más jóvenes del sector y tienen 40.

Las barcas son sombras negras en la playa (cuántas barcas hay, quizás muchas barcas) y se escuchan las olas. Niños estirados en la arena, turistas sentados a las rocas y aldeanos previsores en sillas de plástico aplauden el comienzo del concierto. “A ver si harán El barquito de nácar”, suspira un señor. Hace fresco y todo el mundo se descalza. La noche no puede ser más preciosa.