El verano de descubrir que "las cosas normales para los chavales pueden ser extraordinarias"
El escolapio y educador recuerda los primeros años en el Casal dels Infants del Raval y también la gestión de la pandemia
Barcelona"Vi a un chaval mirando al suelo concentradísimo y cuando le pregunté qué miraba, me dijo: «Hay hormigas»". En verano de 1993, el escolapio y educador Enric Canet llegaba al Casal dels Infants del Raval con un amplio bagaje en el escultismo, pero siempre con niños de clase media. Allí se encontró a niños y niñas con unas necesidades diferentes a las que tenían los que había conocido hasta entonces. "Eran chavales muy resistentes al dolor, pero se les hacía una montaña vivir fuera de la ciudad", explica. Su trabajo incluyó entonces tareas tan básicas como encontrar sacos de dormir para irse de colonias con unas mínimas condiciones: "Dormíamos en tiendas de campaña doce o catorce adolescentes con papel de periódico como aislante. Algunos nunca habían salido de Barcelona. Uno dormía en la calle con su padre y otro acababa de llegar". Aquellos primeros veranos en el Casal le marcarían para siempre: "Fue un choque muy importante. No tenían las posibilidades de un esparcimiento o grupo escucha. No tenían los materiales que debían tener. Ni ninguna visión de la montaña. Todo se les hacía algo muy estrambótico", explica Canet.
El empuje de los profesionales de la educación en el ocio queda patente cuando llega la pandemia, otro de los veranos que Canet recuerda con más cariño por todo el esfuerzo que supuso que las actividades salieran adelante. Se organizaron para acudir a los campamentos de Tavascan, que estaban al aire libre, en tres tandas y con todas las medidas de seguridad. La complejidad era máxima: debían tener el material de cocina y limpieza separado, inodoros portátiles, controles de temperatura y mascarillas; pero consiguieron que un centenar de adolescentes salieran de casa. Por eso, considera que "las grandes cosas son las pequeñas", porque "estas cosas que parecen normales como subir a la montaña, ver caballos, o ver estrellas por la noche, para los chavales son extraordinarias". Canet insiste en hacer valer la admiración por la mirada de niños y niñas hacia lo inaudito, una visión que se despierta especialmente durante el verano y con las actividades de ocio que sacan a los niños de su entorno y "ver otro mundo posible". Tiene muchas anécdotas de niños que descubren que "el mar es salado" o que "el cielo tiene pecas".
A punto de cumplir los 68 años y jubilado, Canet sigue montando las tiendas u organizando la alimentación de las colonias cada verano. Lo hace porque "vale la pena" y porque siente "un deber moral con los jóvenes y la gente que le dedica su tiempo". "Estas cosas no se hacen por placer, sino porque crees que transforman el mundo", añade.