Junio

Pasa una corriente de aire por el campo de trigo rubio y seco. Los granos se hacen cascabeles de papel vegetal. Los tallos están plegados por el peso de la espiga, cada planta de trigo hace una pata de grillo. El campo entero es una balsa de gajos dorados, enterrados con las patas fuera.

He subido a Romanyà a homenajear a Garreta. Me cuadra mucho que, al parecer, hubiera tenido la inspiración deJunioaquí, y durante la siega. No hay mejor músico observador que Garreta. Vino por la cosecha. Almacenó en una sardana la experiencia sin final de junio en el valle de Aro, presidida por las Gavarres.

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Cerca del pueblo, para que el campanario se sienta como si estuviera en la iglesia misma, hay una gran era sin masía, circular y perfectamente conservada, con cada baldosa de adobe en su sitio y un murete de un palmo que recorre el borde. Ante mí puedo ver el mar de Palamós, y, si me giro, la llanura de la Selva. A pocos metros de la era, bendiciéndola, hay una cruz modernista de piedra, con el tronco más alto que los de los árboles. En el capitel de debajo de la cruz están las cuatro barras, como sacadas de los cuatro brazos de la cruz de encima, que también son los cuatro radios de la gran rueda de la era. Entre el trigo y la cruz, entre la tierra y el cielo, esta era que me acoge.

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Sentado en la era, no necesito recordarJuniopara sentir la alegría de la siega, el silbato de las guadañas y el ruido de las espigas que caen recién cortadas. Aún pude ver, de pequeño, la guadaña negra que manejaba a un campesino amigo de casa, tan precisa y ligera como el ala de las golondrinas que ahora planean y rozan con la barriga los campos de trigo que hay junto a la era. Buscan insectos, está lleno: langostas y grillos, mariposas y moscas, mariquitas, hormigas, abejas, libélulas.

En los años treinta,Junioestuvo a punto de ser declarada himno nacional. Habríamos ganado en innovación y entusiasmo. El aliento cálido de tierra y hinojo vuelve a pasar por entre las espigas, hace repicar brazaletes y pendientes de oro. Pero para mí, el campo de trigo es el metal de los instrumentos de viento de esta sardana, que es el recipiente por el aire que pasa por encima del mar brillante y azul del mes de junio y sube las Gavarres atravesando el bosque de corcho, que roza los dólmenes milenarios, se perfuma de los cifreros y las flores tuiteos de los pájaros y el zumbido delicado de los insectos, que riza y repola los campos de trigo y termina en esta era, donde Garreta toma apuntes mentales para transformarlos en la mejor sardana jamás escrita.