Multas
No existe libertad sin riesgo. Precisamente me bailaba por la cabeza esta idea cuando me llegó una carta, y era una multa. Siempre viene mal, una multa, por merecida que sea, pero en los últimos tiempos yo diría que es peor. Conduciendo por otra ciudad, me equivoqué de calle y se ve que entré por uno prohibido a la circulación. Hasta ahora no lo he sabido. ¿Por qué no lo vi? ¿Quizás estaba mal señalizado? Da igual, porque la multa funciona con chantaje: si pago deprisa y renuncio a protestar me harán un descuento del cincuenta por ciento. Como recorrer es complicado y seguramente no me darían la razón, me incitan a pagar y callar. No es demasiado edificante.
En tiempos de los bandoleros, te podías sentir seguro alrededor de casa, pero si te ibas muy lejos podías caer fácilmente en una emboscada. Hoy, cuando tengo que ir con el coche a un sitio desconocido, el miedo es por un radar mal colocado o una indicación de prohibido aparcar medio escondida. A veces las señales son poco evidentes, a veces incluso se contradicen.
Hay gente que dice que está hecho expresamente. Yo no lo creo, pero la desconfianza en la administración tiene mucho que ver con la forma en que se ha expandido: cada vez entra más por todas partes, mientras que, paradójicamente, se vuelve más alejada, inclemente y fría.
Las multas, además, no sólo están en dinero, también las hay morales, que te llegan por radio, por tele o diarios, y que consisten en hacerte sentir mal si no sigues el discurso oficial. En el debate sobre la inmigración, por ejemplo, veo un caso parecido a lo que ocurrió con la enseñanza. Todo eran buenas intenciones, pero unos políticos que llevaban a sus hijos a la privada dieron carta blanca a unos pedagogos que llevaron la enseñanza al desastre donde está ahora. La administración regaña, pero nunca se hace responsable de las consecuencias de sus decisiones.
Y así se llega a figuras como Mazón, y, más lejos, a los Trump y variantes, porque la irresponsabilidad primero detiene el golpe y parece que no pasa nada y sólo queda claro que quien manda, manda. Pero te sientes desamparado frente al poder económico como un niño perdido en un mercado. Ahora ves políticos asustados, acostumbrados como estaban a que nadie les pasara cuentas, mientras ellos sí que pasaban con nosotros. No es para alegrarse, porque la espiral todavía lleva más abajo, pero la hundida de los servicios públicos, el descaro de la corrupción o la desprotección del catalán tienen responsables más allá de los votantes, y no me parece que quienes mandan puedan mirarnos y decirnos que es culpa nuestra y que lo pagaremos.