Naciones
Como los imanes, unos sitios atraen a unas personas. Por eso cada año me pasa igual cuando el alud turístico se drena. Voy a la biblioteca y me la encuentro, voy a la frutería y está en la cola, voy al estanco y también está, comprando un número. Me voy a la montaña, a las afueras, y lo veo de lejos, que camina solitario con un paraguas negro abierto para protegerse del sol y una bolsa llena de pan, y se agacha en las vueltas del camino y deja mojados en los pájaros.
Somos ambos miembros de una nación silenciosa, emboscada en su propio país. Cuando coincidimos por la calle nos saludamos, pero donde me encuentro más a menudo es bajando a la cala. En esa época somos los únicos de bañarse. Vamos con gorro y llevamos la toalla colgada en la espalda. Hablamos un poco y decimos siempre igual, cada vez: hoy hace el mejor día para nadar. Con sol o sin sol, con viento y oleadas o sin viento y oleadas, cada día hace el mejor día.
No sé si sabe que yo sé que es él que ensucia el sendero que baja a la cala, que lo deja hecho una basura, los márgenes llenos de cáscaras de huevo, pan, fruta y verdura, de cáscaras de mejillón y almeja que lanza para las gaviotas. Dar de comer a las bestias es un vicio y él tiene la misma adicción que mis vecinos que alimentan la plaga de palomas en la plazoleta y no pueden hacer nada por prohibido que esté.
Sí sabe que sé, porque hemos hablado de ello, que cuando llego al rincón de la cala, mientras me desnudo, los peces suben del fondo, vienen a verme docenas de peces, bancos enteros de peces que nadan en círculos y serpentean debajo de mí por el agua verde marina, y que esto es por culpa piensan que soy él y que les echaré muelles. Los peces hacen como los pájaros del patio de casa, que a la hora de comer ya me esperan porque es cuando lleno el comedero con maíz roto y pipas, cacahuete, trigo y arvejas, me esperan escondidos en las plantas de las macetas y hacen como mi perra, que también gira sobre sí misma y mueve la cola. Miro los peces y busco migajas secas en la roca, de cuando él ha pasado, las cosecho con la punta de los dedos y las echo al agua, y los peces colean y saltan y salpican incluso, es un espectáculo lleno de vida que me anima a echarme al agua. Salto y los peces huyen como pájaros.
Me seco y vuelvo por el sendero, bosque arriba. El otro día, por el camino, sentí restregarse unas matas en un seto entre unos pinos. Un hombre tiene como cueva vegetal. Ya había visto antes el agujero, y una bolsa de desperdicios, pero era la primera vez que me lo encontraba en persona, y me pregunto si acabará siendo de los nuestros.