La palabra

Estamos en la cima de una montaña pelada, sobre un abismo. Abajo de todo veo el río delgado como una aguja y el estanque de alta montaña. Reímos satisfechos de haber llegado por fin arriba; parecía que no podríamos. Nos relajamos, dejamos en el suelo las mochilas. La persona que quiero y que me ha animado a hacer la excursión camina satisfecha por la roca, busca un lugar para sentarse a raíz del precipicio y contemplar el paisaje, me mira sonriendo, se aleja un poco tal vez para que yo pueda hacerle una foto, se agacha para sentarme en la roca, y la roca está humedecida hacia el abismo. Es instantáneo, desaparece y sólo queda en el aire una palabra de sorpresa y de desecho, y la conciencia enciende esta palabra desde la primera ema hasta la vocal neutra final: mierda.

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Ya hace días que tuve esta pesadilla. La palabra me ha quedado clavada como un eco encarcelado dentro del cráneo, el eco de esta palabra en la voz de la persona que quiero mientras va cayendo aterrorizada hacia la muerte, una palabra como un tren que pasa y vuelve a pasar por dentro y que me sumo la carne y los huesos, esa palabra que toma la caída y de no poder hacer nada. ¿Por qué he puesto el pie allá? ¿Por qué me he separado de él? ¿Por qué he tenido que subir a esta montaña? La irresponsabilidad de haber permitido que el azar le encontrara con la guardia baja. Sólo que hubiera puesto el pie un centímetro más arriba y no habría patinado. Aún ha tenido un segundo para agarrarse a la roca, no ha sabido aprovecharlo, y ahora es tarde. Ha perdido ese segundo mirándome para comunicarme la sorpresa, quizás la gracia y todo que hace un patinazo.

La palabra es la conciencia de la que acaba de perder. Teníamos una cena merecida por la noche, la mesa estaba encargada. Si sólo fuera la cena que se va a perder... Pero es el resto de su vida, los objetivos prioritarios, los pequeños, los mayores, los más ilusionantes y los más secretos. Fue ayer, la última cena. Si lo hubiera sabido... Deja hijos, ya no podrá ver a los nietos, no sabrán de quién vienen ni qué quería para ellos. Sólo quedará la prevención, el terror que la familia tendrá a partir de ahora hacia el montañismo.

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Su vida y lo poco que le queda se concentra en esa palabra de decepción, todos los sufrimientos de cada día, como una escalera agotadora hasta llegar a esa palabra y nada más, la decepción mientras se hunde en el vacío, hacia el terror del trompazo, y un infinito de reparos, una de ellas que yo la haya sufrido como su mal, me diga.