Política cultural

No es fácil explicar con qué tristeza y rabia recibí hace algunos meses la noticia de que el Museo Thyssen de Sant Feliu de Guíxols se iba a Barcelona. Cualquier lector de esta columna sabe cómo quiero la pintura. Asumí que pavimentaran todo el entorno del monasterio con un suelo duro, de grandes almacenes, que en verano arde y cuando llueve resbala; que cubrieran el sablón de toda la vida y convirtieran una parte tan noble y característica de mi ciudad en otra plaza dura. Nada me hizo que el pavimento sepultara restos romanos: había una finalidad superior. Estaba incluso dispuesto a aplaudir el proyecto de un estudio arquitectónico madrileño de ocupar el espacio en el que debería estar el claustro del monasterio con un sarcófago de hormigón que impidiera las radiaciones espirituales del corazón mismo de nuestra historia. Lo reconozco, yo estaba dispuesto a despersonalizar completamente la Porta Ferrada –un monumento tan emblemático que da nombre a un festival que cada verano nos trae aquí la mejor música del mundo.

Yo no soy como un conocido mío, Felipe, que es de los del "no a todo." A su juicio, la obra pública sólo se hace por intereses ocultos. Es un salvaje, Felipe, y no estoy dispuesto a seguirle la veta, aunque debo reconocer que últimamente los escándalos de corrupción a veces me dejan sin argumentos. Pero esto son cosas de Madrid.

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De modo que cuando a finales de año supe que la colección de pintura catalana se iba hacia Barcelona, mi disgusto fue monumental. Y ya no hablamos de ello cuando, la semana pasada, el PSC, Junts, el PP y Vox aprobaron modificar el Plan de Patrimonio Arquitectónico barcelonés para que el edificio del cine Comedia, el Palau Marcet, llegara a las nueve plantas y el museo contara así con tiendas y restaurante. Qué envidia. Promovida la operación por un fondo inversor filantrópico, ¡cuántos turistas amantes del arte visitarán Barcelona! ¿Lo ves, Felipe, cómo la ampliación del aeropuerto es lógica? No está bien ser envidioso, pero no puedo evitar que me duela la cantidad de autocares llenos de turistas culturales que ya no vendrán a dejar su riqueza en Sant Feliu.

Pero eso no es todo, Felipe, porque además hablamos de nuestra mejor pintura. A veces parecería que olvidemos que se trata de una ambiciosa operación de política cultural y que los amantes del arte ahora tendremos acceso a unos cuatrocientos cuadros de la colección de pintura catalana de la baronesa Carmen Thyssen-Bornemisza. No veo el momento de coger a Sarfa e ir a verlo. Mientras, lectores, pasar un buen verano. Nos vemos en septiembre.