Alexander García, militar que perdió una pierna en Afganistán en 2011: "No quiero volver a revivirlo todo, estoy sobrepasado"

Una mina hizo volar por los aires el blindado que conducía

 Alexander García recuerda perfectamente ver en la televisión las chocantes imágenes de las Torres Gemelas ardiendo y del avión impactando contra uno de los edificios. El 11 de septiembre de 2001 solo tenía 15 años, pero ya tenía claro que quería ser militar. Lo que no sabía entonces es que, a raíz de ese atentado, él acabaría yendo a Afganistán y que este país cambiaría para siempre su vida.

 Alexander fue destinado a Afganistán en 2011. Era la segunda vez que iba. En esa ocasión le tocó estar en la provincia noroccidental de Badghis, donde las tropas españolas estaban desplegadas dentro de la misión de la OTAN para evitar que el país se volviera a convertir en un nido de terroristas después del 11- S. Era cabo y se encargaba de conducir uno de los vehículos blindados del contingente. Ese día, el 18 de junio de 2011, avanzaba lentamente por una carretera de tierra. Su vehículo era el tercero del convoy militar, pero fue el único que pisó una mina antipersona que estaba enterrada en el camino y que detonó con gran fuerza. La explosión lo cogió de pleno.

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 "Me salvé por pura suerte -asegura-. Iba con la pierna y el brazo apoyados en la puerta del blindado". De lo contrario, afirma, la detonación le habría arrancado las dos piernas de raíz. Le destrozó una. "Todo pasó en un abrir y cerrar de ojos". Recuerda que todo se volvió negro de repente y gritó: "¡Hijos de la gran puta, no me quiero morir en este país de mierda!" Después ya no sabe qué pasó porque perdió el conocimiento y solo lo recuperó en dos breves instantes: cuando lo estaban evacuando en un helicóptero a un hospital militar estadounidense en la ciudad afgana de Kandahar, en el sur de Afganistán, y cuando un militar de Estados Unidos le comunicó que le iban a amputar una pierna. "Grité «Nooo, nooo» hasta que me quedé afónico". Fue en vano: Alexander perdió la pierna derecha.

 De Kandahar lo trasladaron a Madrid, donde estuvo ingresado seis meses en el hospital militar Gómez Ulla. Ahí lo intervinieron quirúrgicamente dos veces más. "El muñón era grande como una cabeza por la retención de líquidos", describe. La primera operación sirvió para limpiar la herida. Y la segunda, para cortarle la pierna aún más, por encima de la rodilla, porque se le había quedado paralizada. También tenía heridas en un brazo y en un ojo, y tuvo que hacer rehabilitación durante un año porque se quedó casi sin musculatura.

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 Mientras estuvo en el hospital, lo visitó dos veces el entonces príncipe Felipe, así como la entonces ministra de Defensa, Carme Chacón, y un montón de políticos y militares que ni siquiera sabe decir quién eran. También entonces es cuando lo ascendieron en el ejército -pasó de ser cabo a ser cabo primero-. Le pagaron una indemnización como víctima del terrorismo y le asignaron una paga mensual que aún en la actualidad sigue cobrando. Su ilusión, sin embargo, era seguir trabajando en las fuerzas armadas, pero lo único que le ofrecieron, lamenta, fue un trabajo de oficina. Él que siempre ha sido un torbellino, nunca ha sabido estar demasiado tiempo en un mismo lugar.

 Esto es, precisamente, lo que lleva peor: estar anclado a una pierna ortopédica o a una silla de ruedas, porque cuando le salen callos en las manos por las muletas, no le queda más remedio que moverse en silla de ruedas. Ahora, por suerte, también utiliza un patinete eléctrico. Esto, asegura, le ha dado un poco de libertad.

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 ¿Cómo se siente ahora que los talibanes han vuelto al poder? ¿Su sacrificio no ha servido para nada? Alexander dice que ha evitado mirar las noticias los últimos días para no saber nada de Afganistán, aunque, admite, ha sido difícil. "Afganistán aparece por todas partes y, cuando oigo algo de ese país, se activan todos los recuerdos. No lo puedo evitar", confiesa. Se siente triste, decaído, nervioso. "No quiero volver a revivirlo todo, estoy sobrepasado", añade. Por esta misma razón, explica, siempre evitó tener contacto con otros militares españoles que fueron heridos en Afganistán, porque, argumenta, lo único que los unía era aquella pesadilla que ahora quiere olvidar.