La claudicación europea

Trump tiene a Europa en el punto de mira. El presidente de Estados Unidos no es una persona de ideas ni le interesa la cultura. Ve al mundo por un agujero y sólo piensa en términos de dominación: imponer su percepción de las cosas como emanación de un ente superior. Y especialmente a Europa, que le molesta en la medida en que los europeos no siempre les reímos las gracias; por el contrario, más bien nos provocan rechazo y desconfianza. El peligro aparece cuando el Viejo Continente vive en una fase de peculiar debilidad y desconcierto, como si no fuera capaz de reencontrar su sitio en el mundo. La cúpula de la Unión Europea deja mucho que desear. No existe ahora mismo ni un proyecto ni una autoridad política que marque un camino compartido. Y Trump se aprovecha como hizo con la humillante reunión con Von der Leyen, en un campo de Golf, un icono del sometimiento de los dirigentes europeos.

Las fronteras del Este con la guerra de Ucrania y con países como Hungría con un pie en cada lado no configuran un escenario de confianza y seguridad. Al mismo tiempo, muchas cosas se tambalean en los principales países europeos. Ahora mismo, Francia, bajo el mandato de un desconcertado Macron que debía comerse el mundo y ahora el país se le escapa de las manos, no transmite ningún modelo de ambición; por el contrario, la miseria de las rencillas partidistas en un panorama en el que el gobierno está en lo que pasa, año empuja. Y en Alemania, Friedrich Merz rinde vasallaje a Benjamin Netanyahu justo cuando éste está haciendo todo tipo de maniobras para evitar condenas judiciales. No hay un país que lidere a la Unión, cuando las instituciones europeas son más planas que nunca. No existe una idea de Europa que convoque a los países con ambición de futuro. Simplemente todo el mundo arregla lo que puede. Pero Europa está desarreglada. Pendiente de los demás y sin una verdadera ambición compartida. Todos mirándose un poco de reojo.

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En este contexto, Trump ha encontrado una vía de despliegue de sus delirios. Por mucho que pueda soñar que es eterno, Trump sabe que si quiere hacerse notar debe ir deprisa, porque a su edad ya todo se hace a contrarreloj. Y con las fantasías para controlar el mundo, en la medida en que cree que Europa ya no cuenta, se entretiene en ridiculizarla cada día y en expresar su voluntad de meter mano. Con el argumento de que o él –y los suyos– la orden o la decadencia de la Unión está garantizada. Y por eso la ridiculiza siempre que puede y busca vías de intervención como ha proclamado a su estrategia de seguridad nacional: una Europa como apéndice estadounidense que es como él ha creído siempre que debe ser: ningún reconocimiento y completa sumisión.

¿Está Europa en condiciones de defenderse? ¿Trump tiene margen para influir en nuestros países? Más que él, los poderes que hay detrás y que, efectivamente, se esfuerzan por penetrar Europa, y evidentemente aquí juega un papel fundamental todo el sistema comunicacional. Por las redes se dilucida la partida. Trump va a pasar, pero esos poderes a los que él está haciendo el trabajo seguirán. Y, sin embargo, si queremos jugar a la política a lo grande, la dialéctica Estados Unidos - Europa debería ser fundamental. Pero no en términos de sumisión, de control, de liquidación de la singularidad europea, que es lo que agobia a Trump, sino al contrario, de respeto y reconocimiento mutuo. La pregunta es si ya hemos llegado tarde. Y la respuesta, en un momento en que las derechas liberales europeas, sin apenas excepciones, ya están dando el paso hacia la radicalización y han levantado el tabú de los pactos con las extremas derechas, es que la normalización de la extrema derecha parece imparable.

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Cuando aparecieron los nuevos autoritarismos en Europa, la consigna –con convencimiento o por pura formalidad– era el tabú de la extrema derecha: aislarla, ni una sola concesión. Ahora esto ha terminado. La matemática parlamentaria puede más que las convencimientos. Con la izquierda a la baja, las derechas sin complejos encuentran cualquier argumento para normalizar a los neofascistas e incorporarlos a las mayorías conservadoras. Lo veremos en España si el PP gana las próximas elecciones y lo veremos en Catalunya si Aliança Catalana hace hueco y Junts y compañía la necesitan. En democracia cabe todo el mundo. Pero para que no lo estropeen, hay que mantener las extremas derechas a raya. Y realizar entre derechas e izquierdas los pactos necesarios para evitar que toquen poder. Pero no, las derechas ya han dado el paso con el reconocimiento en la extrema derecha, ya la tenemos de lleno dentro. ¿Quién defenderá la democracia?