Extremismo

"Dios, honor y patria": Polonia y la telaraña de la extrema derecha europea

La Marcha de la Independencia en Varsovia se ha convertido en un polo de atracción de neonazis y supremacistas de todo el continente

Miles de bengalas rojas se encienden e iluminan la explanada central de la ciudad de Varsovia. El colosal Palacio de la Cultura y la Ciencia, construido al inicio del período socialista, se levanta detrás como imponente trasfondo. Son las dos de la tarde en punto y esta estampa marca cada 11 de noviembre el inicio de la Marcha de la Independencia, convertida desde hace más de una década en epicentro de la conmemoración del día de 1918 en la que Polonia recuperó la independencia, después de 123 años de ocupación prusso-alemana, rusa y austrohúngara.

La marcha avanza en dirección este y atraviesa el puente principal sobre el majestuoso río Vístula. Finalmente, desemboca en unos jardines junto al estadio de fútbol de la ciudad, construido para la Eurocopa de 2012, y acaba con un concierto. Las masas que se congregan conforman un museo vivo y al aire libre de los mitos y traumas de la historia polaca de los últimos dos siglos y medio. Cánticos y lemas contra Rusia, el comunismo e incluso contra Alemania se combinan con los de rechazo a los refugiados ucranianos. Símbolos neofascistas como la cruz celta conviven a pocos metros de distancia con carteles antinazis. Abundan las pulseras con el emblema del estado clandestino polaco durante la Segunda Guerra Mundial y del trágico levantamiento contra las tropas nacionalsocialistas de Varsovia en 1944.

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Al frente de la marcha desfila un pequeño grupo de recreacionistas, algunos con uniformes de época de oficiales del Armia Krajowa, el ejército de resistencia polaco durante la Segunda Guerra Mundial. Los encabeza un hombre que lleva un crucifijo con la inscripción "Dios, honor y patria", uno de los lemas nacionales oficiales de Polonia. Alguna bandera del histórico sindicato Solidarność se deja ver entre iconos de la Virgen y de Jesucristo y fervientes fieles que desfilan con el rosario en la mano entre cánticos arrugados y plegarias. Reivindican una esencia católica que muchos consideran parte innegociable de su identidad colectiva.

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Este año no podían faltar las pancartas y gritos contra el Ejército Insurgente Ucraniano y su líder, Stepan Bandera, y en recuerdo de las decenas de miles de víctimas polacas de las regiones de Galitsia y Volinia (históricamente disputadas por polacos y ucranianos) asesinadas a manos de miembros de esta organización durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, a diferencia de años anteriores, esta vez destaca la ausencia de lemas que reivindican la ciudad ucraniana de Lviv como territorio polaco, quizás a raíz del ataque ruso en Ucrania.

No faltan consignas contrarias a la UE y pancartas que reclaman el "Polexit", como las del bloque de extrema derecha Konfederacja Korony Polskiej (Confederación de la Corona Polaca), uno de los partidos de la alianza política Konfederacja (Confederación). También hay muchas en contra del aborto y de la comunidad LGTBI. Esta amalgama de símbolos y emblemas navega en un mar de miles de banderas polacas con las franjas horizontales rojas y blancas, armónica plasmación de la idea de Polonia como un país-fortaleza, hoy como siempre asediado tanto por amenazas externas como internas. Este universo conceptual orientado hacia la derecha más reaccionaria define el magma ideológico de la movilización, lo que hace que buena parte de la sociedad polaca, especialmente sectores liberales y de izquierdas, no se la sientan suya. La marcha es representativa de la línea divisoria entre dos Polonias que se ha ido dibujando políticamente durante los últimos veinte años.

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La orientación de derecha radical de la manifestación no es ni mucho menos casual. Entre algunos de los principales organizadores se encuentran entidades como la ultraderechista Młodzież Wszechpolska (Juventud Polaca) y la neofascista Obóz Narodowo-Radykalny (Campamento Nacional-Radical), que reivindica el partido fascista de los ONR-Falanga, una agrupación nacida en los años treinta y que, como su nombre indica, se inspiraba en el falangismo español de José Antonio Primo de Rivera. Muchos de los cientos de voluntarios del temido servicio de orden de la marcha traen emblemas de estas asociaciones. La mayoría llevan pasamontañas y visible simbología neofascista, conviviendo con total normalidad con familias y ancianos ultracatólicos.

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Un "ejército" neonazi en la sombra

Durante los últimos años la Marcha de la Independencia polaca se ha convertido en un polo de atracción para decenas de militantes de organizaciones de extrema derecha de todo el continente. En esta ocasión se congrega la punta de lanza del neofascismo europeo: los húngaros de la Legión Hungára, los italianos de CasaPound, los suizos de Junge Tat, los neonazis griegos de Propatria, los flamencos Voorpost y, entre otros, la reactivación del histórico neofascista Groupe Union-Droite (GUD) de Francia, resurgido el año pasado. Destaca la presencia de varias pancartas de un Active Club francés y otro danés. La red de los llamados Active Clubs es un fenómeno muy reciente, originado en 2021 en Estados Unidos, pero aglutina células autónomas de neonazis y supremacistas blancos practicantes de artes marciales mixtas que pretenden formar "un ejército en la sombra" para una futura guerra racial.

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Tampoco falta la extrema derecha española, que comparte con sus camaradas polacos un sustrato histórico nacionalcatólico. Concretamente, el vicepresidente y responsable internacional del partido neofascista Democracia Nacional, Gonzalo Martín, participa con una bandera española. No es el único español en la marcha con la insignia de su país: tras las pancartas de la ONR-Falanga, que encabeza el bloque más combativo de la manifestación, también hay otro destacamento de españoles con la bandera rojigualda y una cruz celta en medio, el águila bicéfala y la enseña de la cruz de Borgoña.

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El lema central de la Marcha de la Independencia de este año es "Jeszcze Polska nie zginęła(Polonia aún no ha muerto). Es la versión moderna del primer verso del himno nacional polaco, compuesto en 1797 por el jurista, poeta y militar Józef Rufin Wybicki desde su exilio al norte de la península Itálica, poco después de la tercera y última partición de la hasta entonces Confederación de Polonia y Lituania entre los imperios ruso, prusiano y austrohúngaro, que borró el país del mapa durante más de un siglo. Aquel intento de liquidar la Polonia soberana se repitió durante la Segunda Guerra Mundial con el pacto Ribentropp-Molotov entre la Alemania nazi y la URSS y la posterior partición del país en 1939. Y más tarde, con la ocupación total del país por parte de los alemanes entre 1941 y 1944. Durante las cuatro décadas posteriores, quedó bajo la órbita soviética, según lo que acordaron las potencias vencedoras de la guerra en la Conferencia de Yalta.

Hoy la independencia de Polonia no está amenazada: la Alemania expansionista ya es historia, y las tentaciones anexionistas rusas se limitan a la vecina Ucrania, en cuya defensa las autoridades polacas se han volcado plenamente. El milagro económico polaco se explica también por haber sido una beneficiaria destacada de fondos estructurales y de cohesión de la UE, y por el traslado de una parte de la capacidad industrial alemana a su territorio desde hace más de veinte años. Hoy una Varsovia orgullosa se reivindica como uno de los nuevos centros de poder e influencia de Europa, porque el epicentro geopolítico del continente se ha desplazado parcialmente hacia el este durante la última década, especialmente a raíz de la guerra en Ucrania.

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Sin embargo, el pasado cruento y los agravios sufridos siguen condicionando parte de los relatos presentes, por lo que no se puede entender la Polonia de hoy sin comprender su historia. Este año, la casualidad ha querido que en la víspera del 11 de noviembre se anunciara un acuerdo histórico entre buena parte de la oposición política liberal, ecologista, de izquierdas y agraria para poner fin a ocho años de gobierno del ultraconservador PiS (Ley y Justicia), que ha erosionado la división de poderes y ha hecho bandera del nacionalcatolicismo, la homofobia y la criminalización del aborto.

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Si en 2018 la Marcha de la Independencia consiguió reunir a 220.000 personas, en 2023 la guerra de cifras entre las autoridades locales y los organizadores oscila entre los 40.000 y los 100.000 asistentes. Sin embargo, las impactantes imágenes de las riadas de manifestantes desfilando por el corazón de Varsovia rodeados de la luz y el humo de los miles de bengalas con los colores de la bandera nacional se suceden a lo largo de un recorrido sin incidentes destacables, dentro de la que se autoproclama como "la mayor manifestación nacionalista de Europa". Una versión del nacionalismo empapado de su faceta más intolerante, reaccionaria y amarga, prisionero como pocos de su pasado.