Ucrania

Muerte por misiles de Putin: Kiev revive lo peor de la guerra

El ejército ruso lanza decenas de misiles y drones contra la capital ucraniana y Járkov y provoca al menos cuatro muertes

Enviado Especial a KiivLas guerras, que te ponen en contacto con la muerte, alteran macabramente las prioridades y las normas.

Cuando caen bombas cerca, los primeros pisos con poca luz son más valiosos que los áticos con vistas. Cuanto más arriba, más al alcance de los proyectiles. Cuanto más abajo, más cerca de los refugios.

“¿Duermes en una séptima planta? Di a los del hotel que te cambien”, me decía este martes una mujer mientras Kiev era bombardeada con rabia rusa. El ruido de las explosiones se escuchaba con nitidez desde el refugio del soviético hotel Kozatskiy, en la plaza del Maidán. La capital ucraniana, curtida por casi dos años de guerra, aún se sorprendía por la brutalidad de las bombas. "Es una pesadilla", decía un hombre que actualizaba frenéticamente el Telegram. Retransmitía a los premiados de una lotería siniestra: han atacado cerca de la estación, este es un edificio de Tesla, esto está a orillas del río Dnipró.

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Rusia ha lanzado este martes uno de los peores castigos contra Kiiv desde que empezó la invasión. 60 misiles intentaron golpear la capital entre las dos de la madrugada y las ocho de la mañana. La mayoría fueron abatidos por el sistema de defensa antiaérea, pero basta con un misil -o sus restos- para provocar una tragedia. Al menos tres fallecidos en la capital. También una mujer de 92 años en Járkov. Decenas de heridos en ambas ciudades.

Un saco blanco, de los que se utilizan para lanzar la basura de un edificio en obras, envolvía un cadáver en una calle de una zona residencial de Kiiv, no muy lejos del centro. Muerte por un misil de Vladimir Putin. Tres soldados le transportaban y lo introducían en un vehículo militar de otra época. La furgoneta se marchaba. Dos mujeres lloraban. Un perro, abandonado o perdido, ladraba.

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“Tengo cristales incluso en las bragas”, decía una mujer de unos 60 años, desorientada, después de haber sobrevivido a la explosión. Tenía sangre por todos los dedos. Pedía un móvil para poder llamar a su hija, que se había marchado unos días de vacaciones para celebrar el Fin de Año. "Estoy bien, estoy bien", le repetía, como si no supiera decir nada más. Decía que se había salvado gracias a la pared de un pasillo. Su comedor, como todos los de este bloque residencial, había saltado por los aires.

La capacidad destructiva de una bomba se entiende mejor si se miran de cerca las heridas que causa. El misil ruso lanzado contra ese punto de Kiev -algunos dicen que era un Kinzhal hipersónico- impactó en medio de la calle. Un cráter enorme y profundo, de diez metros y donde cabría un centenar de personas, era el testigo. La ola expansiva dejó dañados hasta seis bloques residenciales, decenas de coches, y un bosque de árboles oscuros y robustos que fueron arrancados de pura cepa. Era fácil tropezar con láminas metálicas y trozos reventados de cemento. Era difícil no pensar en la fragilidad humana.

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Las bombas, cuando impactan contra casas de civiles, las desnudan y las privan de intimidad. Por tierra abundaban objetos personales: mantel de cuadros, macetas de plantas sin planta, una manopla de horno quemada, pelotas de baloncesto reventadas, decoración de Navidad. El humo seguía desprendiéndose de las fachadas negras, quemadas, rotas. El olor a metal chamuscado tardará unos días en marcharse.

¿Qué llevarse de una casa que ha sido bombardeada?

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Era la pregunta que tuvieron que hacerse los cientos de vecinos atacados. La cantidad de cosas que podían llevarse era limitada: con suerte una maleta. Una periodista ucraniana me contaba una escena que se había hecho viral: una mujer salía por la puerta de otro edificio bombardeado con una imagen de la virgen. Le acompañará en el refugio provisional donde tendrá que pasar las siguientes noches. La fe se dispara en tiempos de misiles.

“Necesitamos la ayuda occidental”

"Nos quieren fatigar", me decía un soldado de las fuerzas de Defensa Territorial. Ellos son los encargados de proteger el cielo de las ciudades ucranianas. Detectan con tabletas digitales los proyectiles rusos que se acercan, apuntan y disparan. Si tienen suerte, los hacen explotar en el cielo, antes de que golpeen sus objetivos en el suelo.

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Hace días que en Ucrania se impone una tesis: Rusia intensifica los bombardeos para agotar la munición de estos sistemas antiaéreos. "Creo que es su objetivo", respondía el soldado. “Por eso necesitamos la ayuda occidental. No necesitamos armas sólo para luchar la frente, también las necesitamos para proteger a nuestra gente mientras duerme en su casa”.

Hay otra tesis, corroborada por quien la protagoniza, que también se repite: Putin está vengando los bombardeos ucranianos del sábado contra Belgorod y otras ciudades del sudeste ruso, que mataron a 24 personas. “No va a quedar impune”, avisó el Kremlin. Ya ofreció una primera muestra en Nochevieja. También el mortífero 29 de diciembre, cuando Kiev aún no había atacado a Belgorod.

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"En los últimos cinco días, Rusia ha lanzado al menos 500 misiles y drones contra Ucrania", le explicaba por teléfono Volodímir Zelenski al primer ministro británico, Rishi Sunak. Por la noche, varias explosiones hacían de banda sonora a la rusa Belgorod. Era la vendetta de Kiiv.

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Un póquer entre bombas

Llega un punto de que la gente normaliza las guerras para sobrevivir.

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Los ucranianos habían dejado de hacer caso a las sirenas antiaéreas. Zelenski les pide ahora más prudencia. “Prestará especial atención en los días que vienen a las sirenas antiaéreas”. Las estaciones de metro volvieron a llenarse de gente la mañana de ayer, evocando estampas de los primeros días de invasión, cuando los tanques rusos no estaban muy lejos del centro de la ciudad. La mayoría estaban pendientes del móvil. Algunos dormían, como un soldado que hoy sufrirá de las cervicales. Y otros decidían obviar a Putin y cogían el metro para ir al trabajo. Fuera caían bombas. También agua nieve.

“Nunca me habían hecho una entrevista”, le contaba una mujer mayor a un hombre, también mayor, a pocos metros de donde un misil impactó. Una de las cadenas ucranianas que cubría la tragedia le había pedido su testimonio. Su casa estaba dañada, pero ella estaba satisfecha de haber salido por primera vez en televisión.

Las guerras son también escenas de irracionalidades. Incluso en días tan crudos como lo vivido este martes Kiiv.

En el sótano del hotel Kozatskiy, mientras llovían misiles, un hombre jugaba una partida de póquer online. En el metro de la plaza Maidan, adolescentes grababan vídeos para Tik-Tok. Por la tarde, Papá Noel de mentira atravesaba una calle céntrica. Y en un restaurante francés podías cenar magret de pato bañado con vino de Burdeos.