Sin agua, sin luz y sin seguridad: los problemas para volver a la Siria post-Assad
En los suburbios de Damasco, la reconstrucción es lenta y dificulta el retorno de los refugiados que huyeron de la guerra
DamascoDesde la caída de Bashar al-Assad, los suburbios del sur de Damasco siguen atrapados en un tiempo suspendido. En barrios como Hajar al-Aswad, Yarmouk o el eje de la calle Tishreen, la guerra ya no marca el día a día, pero su huella continúa determinando quién, cómo y en qué condiciones puede volver. La violencia ha cesado pero la normalidad, no.
Hajar al-Aswad fue uno de los barrios más castigados durante el conflicto. Antes de 2011 vivían aquí más de cien mil personas. Hoy, según estimaciones manejadas por agencias de Naciones Unidas, apenas unos cientos han regresado. En la calle principal, algunos comercios han vuelto a abrir, ofreciendo una imagen parcial de recuperación. Pero ese primer plano no resiste una mirada más profunda.
“La situación es difícil, pero esta es nuestra zona de origen”, explica Hatem, que ha reabierto una pequeña tienda de ultramarinos con el apoyo de una asociación civil. “Crecimos aquí y queremos contribuir a su reconstrucción. Empezamos desde cero”. Su decisión no responde tanto a un optimismo estructural como a la falta de alternativas. Regresar es, para muchos, una apuesta personal más que una pública.
Omar, propietario de un almacén cercano, comparte esa lógica. “La gente regresa poco a poco. Abrí este negocio para reconstruir mi vida aquí y acompañar el retorno de la comunidad”, dice. Ambos coinciden en que el proceso no está dirigido desde arriba. La reconstrucción visible en Hajar al-Aswad es fragmentaria, sostenida por iniciativas individuales y apoyos puntuales de asociaciones locales.
En las calles interiores del barrio, el paisaje es mucho más severo. Viviendas parcialmente colapsadas, escombros sin retirar, cables eléctricos improvisados y una red de servicios que apenas funciona. “Todo esto lo estoy arreglando con mis propios medios”, cuenta Abu Ahmad, propietario de una casa en obras. “No he recibido ayuda de organizaciones ni de entidades externas. Mi situación es aceptable, pero hay personas que lo han perdido todo”. La reconstrucción avanza, pero lo hace de manera desigual, profundizando brechas entre quienes pueden asumir los costes y quienes quedan atrapados en la espera.
Para Samira, viuda, la espera se traduce en precariedad. “Pedimos a quien pueda ayudarnos que lo haga, para poder vivir aquí. No hay electricidad ni condiciones mínimas para una vida digna”, afirma. Youssef, un anciano del barrio, apunta al mismo problema: “Si los servicios estuvieran completos, veríamos un regreso mucho mayor”. Sin agua estable, electricidad regular y saneamiento básico, el retorno masivo sigue siendo inviable.
A pocos kilómetros, en Yarmouk, el antiguo campamento palestino integrado en el tejido urbano de Damasco, la reconstrucción presenta una complejidad añadida. La devastación fue casi total y, aunque algunas calles han sido despejadas y ciertos edificios rehabilitados, el retorno sigue siendo limitado. A la destrucción física se suman obstáculos administrativos, documentos perdidos, disputas sobre la propiedad y procedimientos de seguridad que ralentizan cualquier proceso de regreso. Organizaciones internacionales han impulsado proyectos de rehabilitación parcial, pero su alcance es insuficiente frente a la magnitud del daño.
En Yarmouk, reconstruir no es solo reparar muros, es también recuperar derechos. Para muchas familias palestinas, el regreso implica enfrentarse a un limbo legal que se prolonga desde antes de la guerra y que ahora se ve agravado por la ausencia de un marco claro. La vida cotidiana intenta recomponerse entre ruinas, pero sin garantías duraderas.
La zona de Tishreen y sus calles adyacentes muestran otro rostro de esta reconstrucción desigual. Menos devastada que Hajar al-Aswad o Yarmouk, ha sido objeto de intervenciones más visibles: retirada de escombros, reapertura de algunas vías, rehabilitación selectiva. Sin embargo, esta recuperación no es homogénea. Las obras se concentran en ejes estratégicos, mientras áreas residenciales secundarias siguen deterioradas. Para muchos vecinos, esta diferencia alimenta la percepción de una reconstrucción que prioriza la imagen y la circulación sobre el retorno real de la población.
El problema, en todos estos barrios, no es únicamente técnico. Es político. Las nuevas autoridades prometieron facilitar el regreso de los desplazados y activar planes de reconstrucción. Sin embargo, en los suburbios del sur de Damasco, esa promesa se traduce poco en presencia institucional sostenida o inversión pública estructural. La ausencia del Estado deja espacio a la iniciativa individual, pero también a la resignación.
Khaled, desplazado interno que aún no ha regresado definitivamente, visita su casa en Hajar al-Aswad cada pocas semanas. “Quiero volver”, dice, “pero no puedo traer a mi familia sin agua, sin luz y sin seguridad. Regresar así no es empezar de nuevo, es sobrevivir”.
En la Siria postconflicto, los suburbios del sur de Damasco revelan una realidad incómoda. Sin redes eléctricas estables, sin agua corriente regular y con barrios aún cubiertos de escombros, el regreso no es una cuestión de voluntad, sino de viabilidad. La reconstrucción corre el riesgo de consolidar un nuevo mapa social hecho de ausencias.