Análisis

Cuando se derrumba el escaso refugio que la guerra había dejado en pie

El contexto socioeconómico y político de las zonas afectadas es clave en las consecuencias del devastador terremoto

David Meseguer
y David Meseguer

El régimen contra la oposición, la oposición contra los kurdos, los kurdos contra el Estado Islámico, el Estado Islámico contra el régimen… y ahora un terremoto de consecuencias devastadoras. A las diferentes luchas intestinas que en el marco de la guerra civil siria han arrasado el norte del país durante más de una década, ahora se añade el desastre en forma de un seísmo de una intensidad descomunal. Llueve sobre mojado en zonas como la provincia de Alepo.

Una región que en la actualidad acoge a más de un millón de desplazados de otras partes de Siria, una población mayoritariamente con pocos recursos económicos, que el único refugio que se puede permitir son edificios afectados por los bombardeos con serios daños estructurales. Como todo hacía prever, fueron los primeros en hundirse con la brutal sacudida. Una precariedad residencial y una situación humanitaria crítica que las provincias de Alepo y de Idlib arrastran desde hace años debido a la inestabilidad política fruto de una guerra civil que todavía vive algunos episodios de enfrentamientos armados. En Alepo ciudad, que en su día fue el motor económico del país, las debilitadas finanzas del régimen de Bashar al-Assad han sido incapaces de ofrecer sueldos y pensiones dignas, restablecer la normalidad de los servicios básicos y reconstruir buena parte de las infraestructuras dañadas por el conflicto.

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A pocos kilómetros al nordeste de la ciudad, los kurdos y las milicias sirias opositoras con el apoyo de Turquía siguen librando combates diarios en la región de Shehba, controlada por la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria. Un autogobierno con muy pocos recursos que en el plano político solo tiene el reconocimiento oficial del Parlament catalán y en el ámbito militar el apoyo de Estados Unidos en su lucha contra el Estado Islámico. 

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Una zona que acoge a cerca de 100.000 desplazados, principalmente kurdos, de la adyacente región de Afrin, ocupada desde 2018 por grupos armados opositores y yihadistas bajo la tutela de Ankara. En el caso de Idlib, el control del territorio está en manos de Hayat Tahrir al-Sham, la antigua rama de Al-Qaeda en Siria, y que todavía protagoniza combates con las fuerzas gubernamentales, así como con determinados grupos de la oposición. Una coyuntura de enfrentamientos, secuestros para pedir rescates, pillaje y corrupción de determinadas facciones armadas que se ha cronificado en el norte de Siria y ha creado un clima de inseguridad poco confortable para las ONG que tienen que trabajar en la reconstrucción del país. En este contexto, es poco probable que los equipos internacionales de rescate y la ayuda humanitaria consigan llegar a territorio sirio. 

Terremoto a las puertas de las elecciones

Al otro lado de la frontera, Turquía acoge a más de tres millones de refugiados sirios, y un grueso importante de los muertos son de esta nacionalidad. De nuevo se vuelve a repetir un escenario parecido al descrito anteriormente. En este caso, familias refugiadas con pocos recursos que viven de alquiler en tugurios con unas condiciones de habitabilidad muy precarias. Edificios con muchos números para derrumbarse debido a un terremoto que incluso ha provocado el derrumbe de edificios teóricamente más robustos como un hospital en la ciudad de Iskenderun.    

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En la larga lista de territorios del sur del país afectados, también hay importantes provincias del Kurdistán turco, como Diyarbakir y Sanliurfa. Los efectos del seísmo han sido especialmente devastadores en estas zonas porque como pasa en las regiones kurdas de Irán, Irak y Siria, los gobiernos centrales siempre han limitado sus inversiones –también en infraestructuras– para mantenerlas económicamente subdesarrolladas y dependientes.  

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El fatídico suceso llega pocos meses antes de las elecciones generales y presidenciales turcas, en un momento en el que la reelección de Recep Tayyip Erdogan está más en el aire que nunca. La frágil situación de la economía –condicionada por una inflación disparada– y la pérdida de las alcaldías de Estambul y Ankara en las últimas municipales a manos de los socialdemócratas, proyectan una batalla electoral muy igualada en la que la fuerza prokurda del Partido Democrático de los Pueblos (HDP) puede ser clave para la gobernabilidad. 

Habrá que observar qué perfil adopta Erdogan respecto al trágico terremoto y si trata de sacar rédito político. Una vez desvanecida –al menos de forma inmediata– la opción de una tercera operación militar contra las milicias kurdas en Siria por la oposición frontal de Estados Unidos, la gestión de la catástrofe en clave patriótica podría ser clave para reflotar su desgastada popularidad.