La paz aparente en Líbano: entre tregua y guerra con control remoto

Israel tiene constantemente desplegados drones que vigilan y atacan, en un clima de amenaza constante

27/11/2025

Nunca el Jabal (Líbano)Un año después del alto el fuego del 27 de noviembre de 2024, el sur del Líbano sigue lejos de cualquier normalización. La tregua entre Hezbollah e Israel detuvo la escalada más visible, pero no frenó la destrucción ni el control militar a distancia que pesa sobre las localidades fronterizas. La región vive una forma híbrida de conflicto, sin avances terrestres y bajo vigilancia aérea permanente, con ataques puntuales y una devastación que impide el retorno masivo de la población desplazada.

En Mais al-Jabal, a apenas dos kilómetros de la línea azul, esta paz suspendida se refleja en la escuela pública reducida a escombros durante unos bombardeos israelíes en el verano de 2024. Faraj Badran, su director, recorre en silencio lo que queda del edificio donde, también, estudió de niño. Afirma que al verlo destruido sintió que perdía a un ser querido. Ahora enseña en aulas prefabricadas instaladas por el Ministerio de Educación. Entre generadores, pizarras metalizadas y techos de chapa que vibran con cada dron, Badran insiste en que reabrir la escuela permite recomponer comunidad y ofrecer un motivo para que las familias regresen a los pueblos fronterizos. “Si no hay educación, la gente no puede pensar en regresar. la reconstrucción no es solo levantar edificios: si la gente no siente que puede volver a la normalidad, estos pueblos fronterizos seguirán vacíos”, lamenta Badran.

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Las cifras de daños muestran la dimensión del vacío humano. Más de diez mil estructuras civiles quedaron destruidas o muy dañadas entre octubre de 2024 y el inicio de 2025. En municipios como Kfar Kila, la mitad del parque inmobiliario está en ruinas. En Marwahin o Aita al-Shaab, barrios enteros fueron arrasados y las escuelas, carreteras y cultivos quedaron inutilizables. En muchos pueblos, la topografía humana fue sustituida por un paisaje de escombros que hace inviable la vida diaria.

Ataques y vigilancia constante

A esta devastación se suma la persistencia de ataques. Desde enero, las autoridades libanesas documentan miles de violaciones al alto el fuego, con incursiones aéreas, bombardeos selectivos y drones que patrullan a baja altura. La presencia constante de estos aparatos se ha convertido en lo que varios analistas describen como una ocupación remota basada en vigilancia continua, recopilación de datos y capacidad de intervención inmediata. Basta un dron sobrevolando durante horas para vaciar calles, detener labores agrícolas y obligar a cerrar comercios.

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En este territorio fragmentado, el exilio interior se vuelve permanente. Manahel Rammal, de 65 años, fue evacuada de Odissey, una aldea incorporada a la franja de seguridad controlada por Israel. Su casa fue destruida. Hoy vive de alquiler cerca de Tiro con la ayuda económica de su hijo que trabaja en Beirut. Tras el cierre de los centros de desplazados, miles de familias como la suya no tienen un lugar real al que volver. Manahel repite que hablan de alto el fuego, pero que siguen sin casa y sin seguridad. Su vida, como la de tantos desplazados, transcurre en un limbo sin guerra abierta, pero sin horizonte de retorno.

La reconstrucción avanza con la misma lentitud que el retorno. El Estado libanés carece de medios para intervenir en decenas de pueblos al mismo tiempo. Muchas autoridades locales trabajan con recursos mínimos. Las familias regresan a intervalos para retirar escombros o recuperar pertenencias, aunque en la mayoría de los casos la destrucción es tan amplia que volver supone habitar un entorno sin servicios esenciales, sin seguridad y sin economía.

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El sur intenta sostener algo parecido a una actividad cotidiana. En el zoco de Nabatiyeh, el bullicio ha regresado aunque no la normalidad. Hassan Darwish, comerciante de tejidos, explica que muchos proveedores ya no llegan por miedo a los ataques y que los precios cambian casi cada semana. El mercado, que antes abastecía a pueblos del sur y del oeste de la Bekaa, depende ahora de redes de trueque y pequeñas solidaridades. Familias que compran a crédito, vecinos que comparten transporte y tenderos que almacenan mercancía por si la carretera vuelve a cerrarse. Entre puestos medio vacíos y conversaciones en voz baja sobre la próxima cosecha o los bombardeos de la noche anterior, el zoco encarna una resistencia silenciosa en la que abrir la persiana cada mañana se convierte en un gesto de desafío.

La ausencia de una presencia estatal efectiva facilita la consolidación del vacío que Israel administra a distancia. El uso sostenido de drones para patrullar, identificar movimientos y ejecutar ataques mantiene un clima de amenaza constante que desnaturaliza el acuerdo de 2024, que en teoría debía permitir el retorno seguro de los habitantes y la restauración de servicios.

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Un año después del alto el fuego, el sur del Líbano enfrenta una ecuación imposible. Reconstruir sin seguridad, repoblar sin servicios y sobrevivir en un espacio donde la vigilancia aérea sustituye a la ocupación terrestre. La tregua no se rompió, pero tampoco se cumplió. Se instaló una forma distinta de guerra, menos visible pero igual e instaló una forma distinta de guerra, menos visible pero igual de decisiva, que mantiene suspendida la vida cotidiana y posterga indefinidamente cualquier normalización.