La crueldad de una llamada

El martes, Sonsoles Ónega hizo una exhibición de crueldad televisiva inaudita. "Ahora vamos a pasar de una historia fantástica a otra tremenda", se limitó a anunciar para cambiar de tema. En su programa de sucesos de Antena 3, Y ahora Sonsoles, presentó a un matrimonio cuyo hijo había fallecido a los veinte años por una negligencia médica grave. El chico no podía respirar y su madre llamó a urgencias. La conversación con el médico quedó grabada y Sonsoles Ónega la emitió para presentar el caso. La madre alertaba al doctor de que su hijo no podía respirar. El médico pedía hablar con el chico y ella le repetía que no podía porque se estaba ahogando. El médico, incrédulo y prepotente, insistía en ello. Mientras emitían ese fragmento la cámara mostró al matrimonio. Se veía al padre tapándose las orejas para no oír otra vez la llamada. Sin embargo, Ónega dio paso a la segunda parte de la grabación, con el agravante de que se equivocó con el nombre del chico. Se llamaba Aitor y advirtió a los espectadores de que descubrirían la historia de Iker. En la grabación se oía la voz del chico: "Me ahogo... No puedo... Me ahogo..." y cómo el médico volvía a hablar con la madre y le decía que su hijo respiraba perfectamente. De malos modos, le preguntaba si estaba en tratamiento psiquiátrico e insinuaba que había tomado drogas. La madre lo negaba. "Él dirá lo que quiera, pero respira perfectamente", concluyó el médico. Poco después el chico murió por un coágulo de sangre que le obstruía la arteria pulmonar. Cuando terminó la llamada, Ónega estaba sentada junto al matrimonio y el hombre continuaba con las manos tapándose las orejas. La presentadora, con un tono afectado, explicaba: "Bartolomé me ha dicho con razón: «No puedo volver a escuchar a mi hijo morirse»". Nadie del programa lo había pensado antes. Ónega entonaba un mea culpa hipócrita: "Hoy he aprendido a preguntar. No lo volveremos a hacer. No somos conscientes, pero para usted volver a escuchar esa llamada no tiene consuelo. No lo van a olvidar nunca".

Estos programas de testimonios tienen un número de teléfono en la parte superior de la pantalla. Está siempre, para captar al máximo de personas que quieran contar sus desgracias, y así se vuelven inmunes al sufrimiento. El matrimonio denunciaba que el médico solo había sido condenado a dos años de cárcel por la negligencia. Pero a Ónega y compañía la justicia les da igual. Tampoco pueden hacer nada. La gente llama confiando que la televisión omnipotente tendrá una solución, pero lo que quieren es su drama y, por supuesto, aquella llamada. Sin esa grabación tan trágica ni siquiera los habrían invitado. En el plató, confuden el nombre del hijo muerto, emiten su agonía en directo, ignoran el sufrimiento de los padres... Fingían denunciar una negligencia médica, pero perpetuaban una negligencia periodística. Un episodio claro de violencia simbólica, donde el gesto instintivo del padre era el único sincero de ese espectáculo. Es la representación de la desconexión moral máxima entre el relato televisivo y la dimensión humana.