Memoria histórica

ETA en las pantallas: un rompecabezas no resuelto

El audiovisual ha explicado el conflicto desde múltiples perspectivas, no siempre compatibles

BarcelonaUn sondeo de GAD3 del año 2020 aseguraba que solo cuatro de cada diez jóvenes sabían identificar quién era Miguel Ángel Blanco. A pesar de que se trataba de un estudio interesado –lo encargaba Amazon Prime, que en aquel momento estrenaba una serie sobre ETA–, los datos señalaban el problema del desconocimiento de la historia del grupo armado, sobre todo entre la población de menos de 35 años. Esta es una guía de urgencia sobre obras audiovisuales que aportan información y puntos de vista sobre el conflicto vasco.

El origen

El hecho que ETA surgiera como organización antifranquista le procuró una cierta corriente de simpatía (o comprensión) durante la Transición. Son prueba de ello películas como La fuga de Segovia (Imanol Uribe, 1981, Filmin), donde los etarras son retratados como presos políticos que desafían el sistema represivo de los meses posteriores a la muerte del dictador. Dos años antes, este mismo director había rodado el documental El proceso de Burgos, sobre el consejo de guerra desencadenado a raíz de la muerte del comisario y torturador franquista Melitón Manzanas. Y Uribe exploraría también la vertiente psicológica del militante en el éxito La muerte de Mikel (1983, Movistar+), el retrato de un hijo de burgués que se alista a la izquierda abertzale y sufre una represión muy intensa a raíz de sus inclinaciones homosexuales. Su asesinato será utilizado políticamente por los compañeros de partido que antes le repudiaban. Otra película importante de esta época es El caso Almería, el arriesgado debut de Pere Costa donde se explican las torturas y los asesinatos de tres jóvenes a manos de unos agentes de la Guardia Civil que los confundieron con miembros de ETA. La acción de los GAL es también objeto de películas como Lasa y Zabala (Filmin) y Santuario (Filmin), que tiene la particularidad de explicar la cuestión desde la perspectiva francesa.

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Además de estas aproximaciones desde la ficción o la dramatización, numerosos documentales han explicado la historia del conflicto. Uno de los más ambiciosos es El desafío: ETA, una serie de ocho episodios estrenada el año pasado por Amazon Prime donde, a pesar de haber voces abertzales, domina inequívocamente el punto de vista institucional español, con intervenciones de los expresidentes González, Aznar, Zapatero y Rajoy. La serie está basada en un libro del coronel Manuel Sánchez Corbí –uno de los jefes de la lucha contra ETA en los 90, condenado por torturas e indultado– y la caporal Manuela Simón.

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La incomprensión

Los atentados más sanguinarios hacen caer en picado la comprensión hacia ETA. Proliferan entonces denuncias de la violencia de la banda. Tiro en la cabeza (Filmin), del barcelonés Jaime Rosales, es una de las propuestas más radicales: muestra el asesinato de dos guardias civiles después de un encuentro fortuito. Lo hace a lo largo de una hora y media, en que solo se oye el sonido ambiente y, en el momento del clímax, el grito de txakurra (perro) espetado por uno de los asesinos. El director, suprimiendo los diálogos, niega a los pistoleros la posibilidad de estructurar ningún discurso. Filmada con teleobjetivo, impide ninguna posibilidad de empatía hacia una violencia que acaba mostrándose como nihilismo puro. Rosales ya había explorado un año antes el impacto inesperado del terror en La soledad (Filmin).

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ETA es retratada en aquella época como un monstruo descontrolado que incluso devora a sus miembros. En Yoyes, dirigida por Helena Taberna, se muestra la trayectoria de la militante Dolores González Catarain, la primera mujer que ocupó un lugar de responsabilidad en la organización pero que, cuando renunció a la violencia, fue eliminada por la banda ante su hija. Otros cineastas intentan encontrar el terreno común, durante los años de plomo, con la esperanza de marcar un camino de salida. El 2003 Julio Medem dirigió el documental La pelota vasca, donde se contraponían puntos de vista con el ánimo de encontrar, a pesar de todo, una melodía común. Catorce años después, el periodista Antoni Batista jugó con esta idea coral con el documental Polifonía vasca (Filmen).

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La quimera de la reconciliación

Desde que ETA anunció el fin, hace diez años, varias obras del audiovisual español han intentado explicar de manera omnicomprensiva el conflicto, lo que no significa que renuncien a posicionarse. Es el caso de Patria (HBO), basada en el libro homónimo de Fernando Aramburu y que explica la historia de dos familias amigas que quedan separadas por la violencia. A pesar de que la culpa queda claramente situada en el nacionalismo vasco (y su Iglesia), también se recogen las torturas y el hostigamiento que el mundo abertzale ha sufrido por parte del Estado. Superar el luto y recoser la convivencia es uno de los temas prominentes de los ocho capítulos de esta ficción.

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Algunas propuestas, en cambio, subrayan los casos reales en que se ha producido esta sutura. La directora Icíar Bollaín narra en Maixabel (en salas de cine) el caso de la viuda del socialista Juan María Jáuregui, que accedió a encontrarse con los asesinos de su marido en una decisión criticada en ambos lados del espectro político. Con dos pesos pesados de la interpretación como Blanca Portillo y Luis Tosar, es un film sobrio pero emotivo, que muestra una vía de reconciliación, si bien se basa en la figura del etarra arrepentido, el único al que se da voz en el audiovisual español de los últimos años. La figura de Maixabel Lasa es también central en el documental Zubiak (Ponts), en el que Jon Sistiaga sentaba en la misma mesa, para comer, a la víctima y el etarra. Y también aparece en el documental El fin de ETA, de Justin Webster (Filmin), que se centra en las conversaciones mantenidas entre el abertzale Arnaldo Otegi y el socialista Jesús Eguiguren entre 2000 y 2004, y que se consideran el comienzo del encarrilamiento de la lucha independentista vasca por vías estrictamente políticas. Borja Cobeaga también puso el foco en la semilla del diálogo con la tragicómica Negociador (Filmin), protagonizada por un Ramón Barea en estado de gracia.

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El punto de vista abertzale

Producir audiovisual es caro. Esto explica que los creadores inscritos al sector español hayan tenido más facilidad para exponer sus puntos de vista, y que la izquierda abertzale no haya dispuesto de tantos medios para explicarse. O para mostrar otros perfiles de miembros de ETA, más allá del monstruo, el abducido o el arrepentido. En Asier ETA biok (Filmin), el actor Aitor Merino se declara abertzale contrario a la violencia pero explica que su amigo del alma es miembro de ETA. En una especie de dietario en vídeo –grabado con materiales insuficientes, pero aplastantemente sincero–, intenta explicar a sus amigos no vascos quién es su amigo Asier Aranguren, cómo vivió su encarcelamiento y por qué no se arrepiente de su pertenencia a la organización paramilitar. Por otro lado, la voluntad de mostrar a la izquierda abertzale de manera no monolítica preside el documental De Echevarría a Etxeberria (Filmin), donde todos los protagonistas son independentistas vascos de la pequeña ciudad de Oiartzun. Y se habla de todas las violencias que se sufren en esta comunidad.

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La suma de todas estas ficciones es un rompecabezas imposible, con piezas repetidas y algunas que faltan. La imagen que sale no es completa o unitaria, pero sí que permite llegar a una conclusión propia sobre las causas y los efectos de sesenta años de lucha armada.