Ferran Monegal: "Ha faltado valentía en TVE, pongan a Belén Esteban a presentar los informativos"
Periodista y crítico de televisión durante 32 años
BarcelonaHubo un tiempo en el que el crítico televisivo más leído y más temido en Catalunya era Ferran Monegal (Barcelona, 1947). Te podía atacar desde la prensa (32 años en El Periódico), desde la radio (17 años de colaboraciones con Júlia Otero) o desde la televisión (10 años en Betevé). Ahora lleva un año sin opinar en ninguna parte, pero aún no ha dicho su última palabra como periodista: busca una plataforma donde poder hacer el programa que TV3 no le ha comprado, tiene en la cabeza el guión de una película y, "alerta", sigue haciendo kick-boxing, a los 78 años, él que es cinturón negro de kárate. Con todos ustedes, Ferran Monegal.
En la última entrevista que te hizo Ricard Ustrell, en TV3, citabas a Montaigne y decías que la vida es ondulante. ¿En qué fase dirías que estás ahora?
— En una fase sin demasiados picos, ni arriba ni abajo. He querido dejar la opinión y me he concentrado más en la contemplación, en la preparación de algún programa de televisión y en una película, que también estoy preparando.
¿Lo has pasado mal este último año sin poder opinar?
— No, no. Estaba algo cansado del trabajo de periodista como opinador, porque, aunque no quieras, se mezcla con cierta manipulación. Y no estoy convencido de que los periodistas tengamos más criterio sobre lo que está sucediendo que un fontanero o un arquitecto.
Sin embargo, es lo que has hecho toda la vida.
— Sí, es lo que he hecho toda mi vida: opinar. Es una contradicción. Esto son los años, que te llevan a la reflexión. ¿Ha sido fructífero lo que has hecho hasta ahora? ¿La profesión aporta más luz o aporta más confusión? Últimamente yo creo que el balance es de confusión. Los periodistas tenemos tendencia a pensar que somos trascendentes, nuestro ego es brutal. Hay gente que ha intentado salir en la tele, y no sabe vivir sin salir en ella. Sobre todo, que las cámaras le enfoquen, para hacer lo que sea.
¿Y tú has sabido vivir sin tribuna pública?
— Sí, y vivo muy bien. Me parece que vamos hacia un borrado de la palabra periodismo. Ahora se habla más de comunicadores, que es una palabra fantástica. Hace quince años ya me hablaba de ello Paolo Vasile, que era su sueño y se está cumpliendo. Decía: "A mí no me interesan los periodistas en mi empresa; quiero comunicadores". Uno comunica el caldo de pollo Aneto y el otro comunica las noticias, y son intercambiables. Ahora, querido Albert, fíjate en eso que está pasando en Televisión Española, en ese grupo que antes hacían el Sálvame, en Telecinco, que les han metido por la tarde y no acaba de funcionar.
Quería preguntarte cuál era el último programa que hubieras querido criticar, y veo que es La familia de la tele.
— Les ha faltado valentía, a los de Televisión Española. Lo que tenían que haber hecho es poner a informar a Belén Esteban y María Patiño. Cumplir el sueño de Paolo Vasile. Porque si de lo que se trata todo és de sorprender a la audiencia, si la tele se ha transformado en aquella deformación grotesca de Valle-Inclán, donde los productores solo aspiran a sorprender y enganchar al espectador, coloque a los de La familia de la tele a hacer los informativos y verá qué audiencias harán.
¿Por qué no has trabajado en este último año?
— No tenía ganas. Debo decir que me han llegado ofertas, sobre todo de diarios digitales, para tener una tribuna desde la que seguir pontificando, que es lo que he hecho durante 32 años. Se lo he agradecido mucho, pero lo he declinado. De los diarios consolidados, que quedan cuatro, no he tenido ninguna oferta y tampoco la buscaba.
En cambio, una de las últimas cosas que te he oído decir es que tenías un proyecto para hacer un programa de televisión.
— Tenía un proyecto y lo sigo teniendo, lo que ocurre es que no lo han querido. Estuve en contacto con TV3 y les conté una idea: yo tengo 78 años, soy abuelo y se trata de hacer una road movie entre el abuelo y la nieta. Buscar a una criatura de unos 22-23 años, que podría ser perfectamente mi nieta, y reflexionar sobre el mundo boomer, que es el mío, y sobre la realidad de la nieta de hoy en día.
¿Cada programa sería una nieta diferente?
— No, siempre la misma, y lo que cambia es el tema y el paseo. La idea parece que gustó, me dijeron que debía presentarlo al proceso habitual de selección, que es como ir a la plaza a ver si te lo compran, y resulta que no lo han querido. Espero encontrar alguna otra plataforma donde guste la idea. Yo, por ejemplo, pensaba en una chica que es una professional que está trabajando mucho; no la conozco personalmente, pero usted, señor Om, la debe conocer, se llama Juliana Canet. No he hablado con ella, ni sé si ella querría, pero este encuentro, Canet y Monegal, con cincuenta años de diferencia, paseando por Barcelona y por Catalunya...
Sería insólito: no recuerdo un presentador con 78 años.
— No, no quieren, porque representamos a un sector de la población que consumimos muy poco. Y si no, también estoy con un proyecto de cine sobre una cadena de televisión. El guión de la película sería mío. Es una criatura que llega a las 9 de la mañana porque debe entregar un paquete y sale a las 2 de la madrugada, después de haber pasado por todos los despachos y platós. Naturalmente, sale completamente sucio.
¿Cuál ha sido la última vez que tuvo la sensación de que se había excedido en la crítica a alguien?
— Al principio de todo. Cuando me di cuenta de que en un plató de televisión si un presentador grita demasiado o se trabuca o cecea, esto no tiene ninguna importancia. Al principio, en ocasiones señalaba un presentador o una presentadora. Luego vi que lo más importante es ver por qué le dan cámara a tal persona, a tal grupo o a tal productora. Por qué destacan este tema y de otro no hablan, comparar los informativos.
Hablamos un poco del ego del crítico. ¿El crítico cree que es tan importante como las personas que critica?
— Sí, el crítico piensa que lo que él dice puede servir para transformar algo, pero sólo es una ilusión.
Hubo una época en la que usted tenía mucho poder. ¿Se lo llegó a creer?
— Esto me lo decía algún productor, que yo no era consciente del poder que tenía. Me di cuenta enseguida de que la crítica es pura ceniza, leña quemada. Con lo que me hallaba más incómodo es haciendo una crítica en positivo, un elogio. Parece ser que lo que gusta, y lo tengo comprobado, es cuando cargas, cuando hurgas, cuando resaltas la absoluta derrota de una situación en un plató o de todo un programa. Pero cuando un programa te subyuga y no tienes más remedio que ser honesto, esa crítica no tiene ningún valor. La gente espera siempre leña.
Pero si el crítico sólo se fija en lo que él piensa que es malo, entonces parece que toda la televisión sea una mierda, cuando no es así, y también está bien que alguien lo subraye.
— Sí, hay algo en la televisión que está bien, pero la derrota es muy generalizada. Ahora resulta que tenemos un presidente de gobierno que es crítico de televisión, Pedro Sánchez. Yo lo entiendo, como ser humano. La misma noche que había una señora en Eurovisión que estaba representando a Israel –una señora que, hay que decirlo todo, también es víctima de la guerra–, ese país estaba bombardeando viviendas con críos pequeños dentro.
Como cuando España participaba durante el franquismo en Eurovisión mientras Franco ejecutaba penas de muerte.
— Efectivamente. Pero lo de Israel, cuantitativamente, quizá sea más fuerte.
Usted dice que el presidente del gobierno español ahora es crítico de televisión, pero el actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, si no hubiera tenido un programa de televisión como The apprentice no habría llegado a la Casa Blanca. Aquel programa le cambia la imagen y le vuelve a impulsar después de estar en la bancarrota.
— Señor Om, ¿se da cuenta de lo que llega a ser la tele? Ahora resulta que tenemos un presidente del mundo, el gran gendarme del universo, que lo es gracias a la tele. Ahora imagínese que a usted mañana le tienen que poner un stent o le tienen que hacer un by-pass, Dios no lo quiera; imagínese que se le presenta un cardiólogo que es cardiólogo porque presentó un programa de televisión. Es escalofriante. Usted no se dejaría tocar por ese cardiólogo.
Déjeme que le cambie de tema: lo último que habría dicho de usted es que es cinturón negro de kárate.
— Sí, empecé con 19 años. Con un grupo de la Escola de Periodisme.
¿Pensó que para esta profesión iría bien saber protegerse?
— Lo hacíamos como una especie de gimnasio. Y después, cuando hubo la fusión de las artes marciales orientales con las reglas del boxeo occidental, muchos nos pasamos al kick-boxing, que es con lo que estoy todavía a día de hoy. De una forma más reposada, ahora ya no hago prácticamente ring, pero sí que hago punching, hago cuerda... Es una gimnasia muy completa.
¿Le han querido romper alguna vez la cara?
— No, no. No sé si recordará usted que en cierta ocasión explicó Andreu Buenafuente que él iba en coche por la Travessera de Gràcia y que, en un paso de peatones, vio al crítico.
¿Usted?
— Él dijo: "Vi al crítico" Y que en su interior había habido un impulso de pisar el acelerador. Por el sector de Travessera de Gràcia de que hablaba, tengo todos los números de ser yo.
Siendo Andreu también podría estar dentro del terreno del humor, este comentario.
— Podría estarlo, sí. La verdad es que no apretó el acelerador. De todas formas, sobre todo esto que me pregunta, señor Om, sobre mi desencanto con el mundo del periodismo, yo creo que usted también se podría mirar en el espejo.
Así es, sí. Lo que ocurre es que, en mi caso, no culpo tanto a los medios como a la sensación de que hay cosas que ya he hecho y que ahora prefiero hacer otras.
— Lo recuerdo perfectamente en sus viajes a las casas de la gente. Aquello tuvo mucho éxito, y Albert Om, ahora, está en el diario ARA. También podríamos repasar el presente y el futuro de los periódicos.
En el ARA tenemos la mejor crítica de televisión, que es Mònica Planas.
— La sigo mucho.
A veces pienso si va a ser la última crítica de tele.
— Sí, porque se va a otra cosa. Más que un crítico, ahora interesa a alguien que esté bien relacionado, que vaya a las fiestas, que vaya a los shows, que conozca a éste y al otro, que se relacione, y entonces vas a la radio o vas al diario, y haces unos artículos que son una especie de gaseosa. No mantienen distancia, sino que forman parte de la farándula.
Esto Mónica Planas no lo hace.
— Exacto. Esto es lo que yo nunca hice y Mónica, tampoco. Cada vez se lleva menos. Hay otra Mónica, que tienen en el ARA, Mónica Bernabé, que ha estado siete u ocho años en Afganistán. ¿Qué queda de toda esa generación que han hecho de corresponsales de guerra? Esto también se está desgranando.
¿Cuál es la última inquietud que tiene ahora mismo?
— El futuro de los nietos. Tengo un nieto de seis meses y uno de doce años. Sobre todo del de doce me preocupa mucho la educación que está recibiendo. Lo que no les enseñan, la dependencia de las pantallas... A veces intento hacer una especie de simulacro de escuela peripatética, aprender paseando y hablando, pero duramos dos o tres minutos. Enseguida se cansa. Esto es una teoría que hace tiempo que la vamos oyendo, pero ahora me doy cuenta con mis nietos. Van por otra vía.
Una canción que esté escuchando últimamente.
— Hombre, Italia. Luna caprese, Peppino di Capri. J'attendrai, música francesa.
Las últimas palabras de la entrevista son suyas.
— Que Dios haga más que nosotros.
Ferran Monegal pide que quedemos cerca de su casa, en la parte baja del barrio de Gràcia. Le citamos en el hotel Seventy, llega diez minutos antes y, cuando Pere Tordera le hace las fotos en el patio interior, él recupera el repertorio de gestos que le hicieron famoso: el dedo índice señalando a cámara, los dos brazos arriba y la sonrisa burlona bajo el bigote que lo deja prácticamente sin ojos.
Empiezo la entrevista hablándole de tú y acabo tratándole de usted, que es lo que él siempre hace "para marcar distancia y por respeto al otro". Habría asegurado que Monegal me pasaba medio palmo de altura, pero se ve que no, que los dos estamos en el metro ochenta. “Lo que pasa es que yo, querido Albert, antes pesaba cuarenta kilos más”.