Dígitos y trastos

El gobierno español sigue tropezando con los códigos QR

El rastreo fiscal con Verifactu y los vehículos con balizas V16 conectadas indignan a muchos ciudadanos

BarcelonaDos nuevos requisitos oficiales previstos para el 1 de enero de 2026 han generado polémica: Verifactu, el protocolo de facturación verificable de Hacienda que genera códigos QR, y las balizas V16 conectadas que la DGT quiere imponer a los conductores. A pesar de ser técnicamente muy diversos, tienen en común haber despertado de nuevo la suspicacia de los ciudadanos sobre una supuesta voluntad de los gobiernos de vigilar las acciones y movimientos de la población.

Verifactu se ha aplazado formalmente hasta 2027, mientras que las V16 mantienen la fecha de entrada en vigor pero con la promesa de "flexibilidad" en las multas durante los primeros meses. La desconfianza no es casual: la administración española lleva años fracasando con cualquier iniciativa digital, desde aplicaciones móviles hasta sistemas de rastreo.

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Verifactu: el código que no se puede borrar

Verifactu nace para erradicar el software de doble contabilidad que permite a algunos empresarios llevar una caja B digital pulsando un botón. La idea se inspira en la filosofía de la cadena de blogs (blockchain): el encadenamiento de registros.

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Cuando un fontanero o una tienda emita una factura, el software generará una huella digital única (unohash) que contiene información de la factura anterior. Si el empresario intenta borrar la factura número 10, la cadena se romperá en la número 11 y la Agencia Tributaria recibirá automáticamente una alerta. Adiós a la contabilidad relativa.

La novedad visible es un código QR impreso obligatoriamente en cada ticket de caja. La fantasía de Hacienda es convertir a cada ciudadano en inspector fiscal: escaneando el QR con el móvil, podrás comprobar si el bar ha declarado ese importe. Un tipo de ludificación de la inspección tributaria.

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Las empresas y los autónomos pueden elegir entre dos modalidades. Con la primera, el software gratuito Verifactu envía los datos instantáneamente a Hacienda. La segunda lo conserva todo en local, pero exige firma electrónica. Algunas fuentes estiman que una pyme típica deberá invertir entre 1.000 y 6.000 euros para adaptarse a ella.

Pero esta revolución tendrá que esperar. Ante el riesgo de colapso técnico y la presión de patronales como PIMEC, la obligatoriedad se ha aplazado en enero de 2027 para empresas y en julio para autónomos. Resulta que adaptar millones de TPV y software de gestión era más complejo que publicarlo en el BOE y sólo el 8% había implantado el sistema a finales de noviembre. La mitad de los empresarios catalanes ni siquiera sabían cuándo entraba en vigor. Pedro Sánchez lo admitió sin tapujos: Juntos le había exigido el aplazamiento a cambio de su apoyo parlamentario.

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El patrón de los QR gubernamentales fallidos

El gobierno español tiene una habilidad especial para fracasar con todo lo que implique códigos QR y aplicaciones móviles. RadarCOVID, la aplicación de rastreo de contactos pandémicos, logró una penetración del 13-17% en España cuando en Irlanda alcanzaba el 38%. Sólo el 2% de los contagios se reportó a través de la aplicación, aunque el protocolo creado conjuntamente por Google y Apple garantizaba el anonimato. Fueron casi cuatro millones de euros quemados. El fracaso no fue tecnológico, sino organizativo: los médicos, desbordados, no daban los códigos necesarios para activar las notificaciones.

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Más recientemente, el documento de identidad en el móvil MiDNI tuvo un inicio prometedor con 400.000 descargas en 24 horas, pero la adopción real es mínima. La aplicación permite mostrar sólo la foto y la edad sin revelar la dirección, pero ¿de qué sirve, si nadie la acepta? En una encuesta informal entre mis seguidores en X, sólo el 13% la había instalado, y ninguno de ellos –tampoco yo– ha tenido ocasión de utilizarla en situaciones reales.

El negocio millonario de la lámpara naranja

Mientras Hacienda vigila la caja, la DGT vigila el asfalto. La baliza V16 conectada sustituirá a los triángulos de emergencia con un argumento inatacable: bajar del coche para poner los triángulos es peligrosísimo. La gracia del nuevo widget no es que arroje luz, sino que está conectada. Las nuevas balizas llevan integrada una tarjeta eSIM que se conecta a las redes 4G/5G de banda estrecha NB-IoT de Vodafone o Telefónica o LTE-M de MasOrange. Al encender el dispositivo, éste envía las coordenadas GPS del vehículo a la nube de la DGT 3.0 cada 100 segundos para avisar al resto de conductores.

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El aspecto sospechoso es el negocio: 30 millones de vehículos obligados a comprar un dispositivo de unos 50 euros suman 1.500 millones de euros, de los que el Estado se queda 300 millones en concepto de IVA. Por otro lado, este nuevo mercado es una mina inesperada para las operadoras de telefonía, a las que caerán del cielo millones de contratos de 12 años de duración. De hecho, gracias a las V16, Telefónica ha empezado a amenazar el cómodo liderazgo de Vodafone en el mercado español de objetos conectados.

Además, la utilidad de la baliza es relativa: avisa a la DGT, pero no llama a emergencias, ni al seguro, ni a la grúa. Como admite Pere Navarro, director general de Tráfico, "sigues teniendo que llamar a tu compañía." Como anécdota, la empresa pionera del sector fue fundada por dos ex guardias civiles que ahora fabrican 18.000 balizas al día en Zaragoza.

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La guinda del pastel es la aparente fragilidad de todo. No es sólo que deberemos estar pendientes de cambiar la pila de nuestra baliza: la webBanda Anchaha revelado que los datos de las V16 conectadas se transmiten a un dominio de internet,cmobility30.es, que no pertenece ni a la DGT ni al ministerio del Interior, sino a un particular desconocido. La seguridad vial depende de que a alguien no le caduque su tarjeta de crédito para renovar el dominio.

La ironía de la revelación de datos

Como la mayoría de los estados, el español se afana en desplegar redes de control –fiscal con Verifactu, físico con las V16–, pero acaba disparándose al pie: despliegues precipitados que requieren aplazamiento, dominios registrados por particulares, baterías que se degradarán, sistemas que no avisan a la grúa.

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Eso sí, también hay que poner de manifiesto la hipocresía de los ciudadanos, que se indignan ante estas iniciativas estatales, pero lo hacen desde un teléfono en el que, alegremente y sin leer ninguna condición de uso, regalan su ubicación minuto a minuto, su historial de compras, sus movimientos bancarios e incluso el ritmo cardíaco en Google.

Los datos que transmite una V16 son anónimos: coordenadas y nivel de batería. Ninguna vinculación con matrícula ni conductor. En cambio, ese entretenido juego gratuito accede a la ubicación permanente, la agenda y los contactos. Google y Meta conocen nuestros movimientos, compras y opiniones políticas cuya precisión haría envidia a cualquier estado totalitario. Pero como nos regalan memes de gatitos y tiktoks que hacen tanta gracia, lo encontramos aceptable.

Los gigantes digitales chupan, procesan y rentabilizan infinitamente más datos personales que los que la Agencia Tributaria o la DGT podrían soñar. La diferencia es la eficiencia. Sabemos que Google tiene fichados. En cambio, viendo el retraso de Verifactu y el dominio privado de las balizas, nos queda un consuelo irónico: aunque el Estado nos quiera vigilar, es muy probable que el día que lo intente se le caiga el servidor o le caduque el certificado digital. La incompetencia digital de la administración es, por ahora, la mejor garantía de nuestra privacidad.