Fina Brunet: “Cada noche, antes de acostarme, le digo a Dios: «Nos vemos mañana, ¡eh!»»
Periodista
No he oído a nadie que hablara mal de Fina Brunet (Blanes, 1962), siempre más ocupada y preocupada por la solvencia comunicativa y el rigor periodístico que por el lucimiento personal. Destacan, en su currículum, el magacín de tardes Xec en blanc, en Catalunya Ràdio, el Telenotícies, unas cuantas ediciones de La Marató y el mítico Tres senyores i un senyor, con Susanna Griso y Gemma Nierga, en TV3. Desde hace un par de años, la noticia es ella por un tumor cerebral que le ha alterado la vida.
Completa la frase: “Últimamente...”
— Últimamente estoy mucho más feliz porque voy mejorando. Hace un par de meses que he empezado a dejar la medicación. Cada día cuando te levantas, te miras y dices: "Uy, funciono, estoy bien".
¿Qué es lo mejor que te ha pasado en las últimas 24 horas?
— Pues he dormido toda la noche. Ayer, por ejemplo, me fui andando hasta el final del puerto de Blanes. Son retos que te vas poniendo. Puedo ir de compras a cualquier sitio, pero me voy a la otra punta.
En el último año se diagnosticaron en Catalunya 42.000 cánceres, 115 cada día. ¿Qué te dice esa cifra?
— Es horrible. Cuando lo ves desde fuera, piensas qué mala jugada que tal esté jodido, pero cuando ves que eres tú, dices: “¿Y ahora qué? ¿Cómo lo coges?”. A mí, cuando me contaron la situación, pensé: “¡Vamos! Si hay que hacerlo, hagámoslo”. Lo mejor de todo es que en Catalunya tenemos muchos estudios, muchos médicos que están trabajando, y eso es un lujo.
¿Cuál es la última vez que te has preguntado "por qué yo"?
— Nunca me lo he preguntado. Me ha tocado. De nada sirve estar hecho polvo, encima te lo pasas peor. Mientras pueda seguir riendo, haciendo cosas y tenga gente que pueda ayudarme, como los médicos, pienso aprovecharlo. No me quedaré en casa esperando que venga alguien y me salve, porque esto no va a suceder.
¿Cuál ha sido el peor momento de estos últimos años?
— El día que descubrí lo que tenía. Aquello fue... Fíjate que justo después fui a la tele para contarlo, intentaba hablar, pero no decía nada coherente. Sólo recuerdo haber llegado allí, verlos a todos, abrazarnos y tal, y que no se entendiera nada de lo que estaba diciendo. Cuando volvimos hacia el coche, mi marido me dijo: “Hagamos un cigarro aquí, porque si no le pegamos fuego a algo...”. Fue el shock.
¿Cuál fue el diagnóstico?
— Que tenía un tumor cerebral, que tenía un volumen importante y que debía operarse.
¿Que sea en el cerebro da más impresión?
— No, no era eso. Yo era más de pensar: “Si tenemos que irnos, nos vamos. Si podemos arreglarlo, lo arreglamos y, si no, nos vamos”. Si esto tiene que rebentar y se me lleva, ya iré a donde tenga que ir, pero no pasa nada. He tenido la suerte de tener una buena vida. En aquella situación, dices: “Para estar jodido, me voy, ¿dónde toca ir?”. Pero cuando ves que no, que todo el mundo tiene tanta confianza, te enganchas.
¿Cómo dirías que te ha cambiado la vida en estos últimos años?
— Totalmente. Ya no voy a trabajar cada día a la tele, ya no veo a mis compañeros, miro la tele y cambio de canal, porque te duele un poco. Lo más jodido es tener que reorganizar tu vida. Cuando estás muy hecha polvo, tienes todo el mundo encima. “Yo vengo, yo te acompaño, yo hago...” Y poco a poco la gente se cansa, ya se entiende, y tú te tienes que ir espabilando. Mi habitación está a diecisiete escalones del centro de la casa, tengo que subir y bajar cada vez. Y es lo mejor que me ha pasado. Por narices, tengo que pasar por allí. No sabes las veces que me he caído, me he abierto la cabeza, pero lo he hecho yo sola. Cuando en el último escalón te falla la pierna izquierda, que es la que está más tocada, y ves que te la pegas, pues te levantas y ya está.
¿Cuál es el último progreso que has tenido?
— Ahora ya no llevo nada en las manos cuando salgo a andar a la calle. Puedo caerme alguna vez, pero ya no voy con el caminador. Ayer mismo me la jugué, porque había ido de compras y llevaba las dos manos cargadas. Tengo que ir probándolo.
¿Y la última renuncia que has tenido que hacer?
— Leer. Leer me supera, porque tengo que ir muy despacio. Vuelvo a ser disléxica, como había sido cuando era joven y lo superé. Cuando cojo un papel o un diario es lo de ir juntando las letras, ponerlas seguidas y, como estoy acostumbrada a leer rápido, tengo que parar y volver atrás. Esto es lo que me hace dar cuenta de que todos los libros que tengo en casa ya los puedo regalar a quien sea. Una, porque ya los he leído, y dos, porque no va a servir de nada que me los quede.
¿No podrás volver a leer un libro?
— Espero que algún día, pero tengo que tener mucha paciencia y, de momento, no la tengo.
¿Cuál es la última vez que le has pedido algo a Dios?
— Le pido todos los días. A él, a la Virgen María, a los angelitos... Cada día, cuando me acuesto, pasamos revista, y le digo: “Nos vemos mañana, ¡eh!”. Siempre es: mañana, más.
¿Eres creyente o te has convertido?
— En casa lo habían sido toda la vida, mi madre nos mudaba el domingo para ir a misa, hemos hecho la comunión y aún más, ya partir de ahí cada uno ha hecho su camino. Yo he pasado por épocas que ni me daba cuenta de que tenía un Dios y otras épocas que estás más jodido y dices: “¿Dónde me agarro?”. Ya hace bastantes años que tenemos una relación nocturna, antes de la enfermedad y todo.
¿Crees que te ha ayudado?
— Sí, yo creo que cualquier cosa en la que tú confíes, te ayuda. Todo depende de que tú entres. No tiene más historia que ésta. Luego pasará lo que tenga que ocurrir. No puedes hacer un encargo. Es el chiste de aquel que se va a rezar a la iglesia, se pone ante Dios y le pide un millón de euros. Detrás viene otro, se lo queda mirando y le dice: "Perdona, el millón ya te lo doy yo, pero déjame a Dios para mí que yo necesito más".
¿Estos últimos años has pensado más en la vida que has tenido o en la muerte?
— En la muerte he pensado muy poco. No me interesa, porque es algo que, cuando tenga que ocurrir, ocurrirá igualmente. En la vida, sí. Con ganas de hacer cosas, con ganas de viajar, con ganas de conocer gente, si podemos ir aquí, si podemos ir allá, si quedamos con los amigos. Esto es lo que te da vida.
Una de las últimas veces que nos vimos, Fina, fue con motivo de los 40 años de TV3. ¿Cómo fue para ti ese día?
— Me hizo mucha ilusión. Una, que me invitaran, y dos, volver a ver a tanta gente que llevaba más de dos años sin verlos. Carles Francino, cuando nos vimos, le dije: “Vigila, que estoy handicapped”.
Sí, porque los abrazos del Francino ya los conocemos...
— Claro, volver a ver a toda esa gente, el director que me contrató cuando entré en la tele... Fue muy chulo.
¿Qué dirías que es lo mejor que has hecho en la tele o en la radio?
— ¿Lo mejor? Es que he hecho tantas cosas... Lo que más éxito tuvo fue Tres senyores i un senyor. Fue una época muy divertida y mira que tenía tres trabajos al mismo tiempo. Estaba en el Telenotícies, en la radio y hacía el programa.
¿Te ocurre que escuchas una noticia y piensas que te gustaría contarla tú?
— No, no. Ahora prefiero que la actualidad no me salpique. Ya lo he vivido. Yo acababa de entrar, como quien dice, cuando hubo la explosión del... del..., ay que no me salen los nombres...
¿Del Challenger?
— No, no, en Barcelona.
¿Hipercor?
— Ah, exacto. Del Hipercor nunca he querido ver ninguna imagen más, ya lo viví en directo, con Lluís Diumaró.
¿Te cuesta últimamente encontrar las palabras?
— A veces, sí.
Pero no me lo parece, es la primera vez que te ocurre en toda la conversación.
— Según cómo. Si tengo que decirte qué comeré para cenar, me volvería loca y te acabaría haciendo un dibujo: “Sabes lo que es alargado y tiene dos cosas colgando”, y me dirías: “Butifarra”. Pues así. En casa parece ya un concurso. "¿Qué hay hoy para cenar?". “¿Sabes qué? Lo tengo en la cocina, ahora te lo traigo y te lo enseño”. Creo que hablo mejor cuando mi cabeza va sola que cuando intento concentrarme en decirte algo. Cuando sale del alma, sale tal cual, pero cuando es algo que quiero decir expresamente es un reto.
Y así fue, precisamente, cómo notaste que te ocurría algo.
— Esto fue horrible. Creo que es cuando lo pasé peor. Salíamos de la pandemia y todavía había reticencias a que fuésemos todos a la redacción. Trabajaba desde casa y llegó un momento en que no me salía el nombre del presidente de la Generalitat. No había forma. "Si hasta ahora lo sabías, ¿por qué ahora no lo sabes?". Y además tenía mucho dolor de cabeza. Todo el día iba con pastillas.
Recuerdas a las que se dedicó la última Marató que presentaste tú?
— En el cáncer, sí, sí. En el cáncer. Recuerdo a una familia, que ya hemos quedado como amigos, una pareja, un chico y una chica, acabaron cayendo los dos y vinieron al programa. Él estaba mejor, pero ella estaba más cascada, y debía de tener 22 o 23 años.
¿Crees que ayuda haber explicado tantas veces el cáncer de otra persona por cuando te lo diagnostican a ti?
— Evidentemente que sí. Tú has visto cómo lo viven los demás. Me ponga como me ponga, contenta, feliz o llorando, no iré a ninguna parte. Es confiar en quienes están investigando y colaborar con ellos con lo que sea. Cuando empecé con todo esto, me pidieron participar en unos estudios y dije que sí. Si analizar-me a mí sirve para que los que vengan detrás ya tengan un paso más, hagámoslo.
¿Con qué te distraes últimamente?
— Mira, lo primero que hago cuando me levanto son deberes. Empiezo haciendo crucigramas para que mi cabeza se vaya despertando. Puedo hacer un sudoku, y cuando la cabeza ya se ha puesto en marcha, veo que todo funciona y que podemos salir adelante el día. Por la mañana aprovecho para andar y por la tarde preparo la cena, puedo mirar la tele. Agnès Marquès es una de mis favoritas.
¿Qué te gustaría que te pasara?
— Que me toque la lotería, puestos a pedir. No, nada. Que todo vaya hacia mejor. No tengo muchas aspiraciones más. Ir saliendo adelante, ayudar a quien pueda ayudar y virgencita, virgencita, que me quede como estoy.
Las dos últimas son las mismas para todos. Una canción de El Último de la Fila.
— Uf, ahora mismo mi cabeza... Me has puesto en un aprieto. Ah, sí, sí, me encantan. Como un burro amarrado en la puerta del baile. Ésta es la mía.
Las últimas palabras de la entrevista son las tuyas.
— Toda la vida que nos conocemos, como quien dice, y todavía no habíamos hecho ninguna entrevista. Y que hayas venido a mi pueblo, a mi Blanes, ha sido un placer. Yo he nacido aquí, viví unos años en Barcelona y volví a Blanes. El mar me da energía, tranquilidad, la cabeza funciona diferente. Aunque de eso te acabas dando cuenta cuando eres mayor. De joven es playa, gente, bañarte... Ahora es un regalo.
Hemos quedado con Fina Brunet que estrenaremos la primavera con una conversación al aire libre, en la playa de Blanes. El restaurante Es Blanc nos deja dos sillas de su terraza y las plantamos en medio de la arena. En el rincón de Sa Palomera vemos cómo se bañan un par de mujeres: “Son unas valientes, lo hacen cada día. Yo, el agua, hasta el mes de agosto”, me avisa Fina.
Cuando acabamos y volvemos al paseo, le doy la mano para ayudarla a subir las escaleras, pero prefiere salirse sola. Una mujer se acerca a saludarle. La felicita porque la ve mucho mejor que la última vez que se encontraron. Rematemos la mañana con un vermut negro: “Esto me ayuda a abrir el apetito, que últimamente no tengo mucho”. De camino hacia el coche me señala el restaurante en el que otro día haremos un arroz.