La peor serie que podéis ver

Hay series que son malas, y después está Todas las de la ley (All's fair), en Disney+. Un melodrama de abogadas tan esperpéntico que te secuestra la mirada en las primeras secuencias. Luego causa indiferencia. Es una nueva producción de Ryan Murphy (Nip/Tuck, Glee, American Horror Story...), que lleva su marca al extremo hasta descontrolarse. Que Kim Kardashian participe en la serie como productora ejecutiva, más allá de ser una de las actrices protagonistas, puede tener que ver con esa desmedida cutre. En la serie participan estrellas como Naomi Watts, Glenn Close, Teyana Taylor o Sarah Paulson, que pueden desorientar a la hora de tener en consideración la ficción, pero lo único que justifica su presencia en este drama hipertrofiado es que les hayan pagado una fortuna obscena y hayan considerado que valía la pena perder los escrúpulos.

La historia es tan elemental como saturada de mal gusto. Un grupo de abogadas que trabajan en un poderoso bufet de Los Ángeles liderado por unos hombres machistas y diabólicos deciden irse y montar su propio despacho especializado en divorcios. Serán abogadas que reivindicarán su poder sacando las garras para defender a sus clientes y hacer justicia contra una masculinidad tóxica que intenta menospreciarlas. Pero la escisión del bufete implicará una serie de enfrentamientos y rivalidades muy artificiales, construidos solo para obtener interpretaciones hiperventiladas y ridículas.

Cargando
No hay anuncios

Lo más penoso de la serie es ese falso discurso feminista que cae en todos los tópicos sobre las mujeres: materialistas, histéricas, frívolas, cosificadas, hipersexuales, malvadas, complicadas y ambiciosas. Todas las de la ley intenta reivindicar el poder femenino desde el planteamiento más machista posible. Todas las actrices se expresan con inquietante rigidez y artificialidad, como si hubieran perdido el alma. Parecen creadas a través de una inteligencia artificial con algoritmo defectuoso. La narrativa y la ambientación conectan con el universo de Ryan Murphy pero el resultado parece una imitación barata. La narrativa es excesiva y con una intensidad emocional tan elevada que es una parodia. Los diálogos son postizos y grandilocuentes. Siempre son frases muy cortas, como si desconfiaran de la capacidad de las actrices para memorizar el guion. Mientras que las abogadas son hurones, sus clientas son unas ingenuas ignorantes. La historia parece tejida a golpe de ChatGPT con todos los tópicos posibles. Los decorados son descaradamente virtuales y, por lo tanto, la opulencia resulta de pacotilla. Sin pretenderlo, Todas las de la ley se transforma en una comedia absurda porque las pretensiones de sofisticación y dramatismo son en realidad una caricatura torpe que da pena. La producción no es consciente ni de su mediocridad. La serie es tan mala que no se sostiene ni como placer culpable. De hecho, no resiste ni el hate-watching, el morboso consumo por rechazo, porque no tiene ni la capacidad de escandalizar.