Poca broma
El año pasado los actores estadounidenses protagonizaron, valga la analogía, una huelga que duró más de cien días para, entre otras cosas, protegerse del uso de la inteligencia artificial dado que supone una gran amenaza para los “actores humanos”, que es como habrá que nombrarlos en breve para diferenciarlos de sus réplicas digitales. En nuestro país, unos de los primeros del sector en quejarse por lo mismo fueron los dobladores, unos profesionales que ya empiezan a ser sustituidos por voces artificiales. Solo se trata de un ejemplo de cómo la IA acabará barriendo, porque, además, no se pone enferma, no hace vacaciones, no protesta por nada.
Se suponía que tendríamos robots para encargarse de los trabajos físicos como conducir camiones, hacer camas de hoteles o lavar a los enfermos de los hospitales. Sin embargo, ahora resulta que muchas de estas tareas seguimos haciéndolas los humanos y no parece haber mucho interés en crear los robots que se encarguen. Entretanto, escribir un libro, interpretar Shakespeare o dibujar los planos para construir un edificio ya lo está haciendo la IA con un coste mínimo y mayor rapidez y eficiencia. La broma es que seguimos muy lejos de aquel imaginario de los libros y las pelis futuristas donde tenemos androides que nos hacen de criados porque, seguramente, todavía son más caros y limitados que un humano. A ver si los criados terminaremos siendo nosotros.