¿Esas brujas aún no tienen suficiente?
Siempre que un colectivo discriminado logra sacudir estructuras y señalar a opresores, salen de la cueva los que temen perder sus privilegios. Algunos ejemplos son simbólicamente imbatibles: desde el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos o contra el apartheid en Sudáfrica, pasando por todas las oleadas feministas que han acortado el camino hacia la igualdad. Sin embargo, las luchas lideradas por los hombres acaban obteniendo a posteriori un reconocimiento mucho más generalizado que las que protagonizan las mujeres. Hagamos un ejercicio rápido: «Martin Luther King, Nelson Mandela y… espera, ¿cómo se llamaba aquella sufragista?» Todo esto tiene una explicación: el mundo es, por defecto, masculino. Sus temas son universales; los de las mujeres, no. De ahí la etiqueta de pesadas que molestan cuando “todo” ya les va bien a ellos.
Si ponemos la lupa sobre la revuelta de las jugadoras de la selección española, vemos que hay muy homínido confundido y absurdo que no es capaz de leer que este capítulo no es aislado y forma parte de una narrativa mucho mayor en el fútbol . Las mujeres han entrado con fuerza en uno de los grandes bastiones del machismo y lo están haciendo tambalear desde dentro. El debate se multiplica, es sostenido y ya no puede ignorarse más. En Estados Unidos, las futbolistas de la selección lograron en mayo del 2022 la paridad salarial después de años de mucho desgaste emocional; la noruega Ada Hegerberg, pelota de oro en el 2018, decidió renunciar al Mundial del 2019 exigiendo la igualdad en las condiciones de trabajo; en España, las actuales campeonas del mundo han empezado pidiendo lo básico: disponer de un entorno seguro y profesional que las respete sin piquitos ni chantajes asquerosos.
Y mientras un grupo de mujeres muy valientes se ha atrevido a empujar hacia el precipicio la caspa de la RFEF, ha habido una amalgama muy nutrida de señoritos que se han dedicado a cuestionar, permanentemente, la validez de sus reclamaciones. Para algunos, la gran preocupación es que estas brujas estén poniendo en peligro la candidatura de España para el Mundial 2030. Otros están ofendidos porque, al parecer, las jugadoras no se han explicado ni justificado suficientemente los cambios que han estado reivindicando con esa actitud tan repentinamente capciosa. No ha habido suficiente con todo lo ocurrido, no. Sus huevos juzgadores son tan grandes que les tapan la visibilidad y capacidad de análisis. En un tiempo, cuando se haya avanzado socialmente y miren atrás, les caerá la cara de vergüenza. O quizás no.