¿Por qué creemos que tenemos razón cuando en realidad nos estamos equivocando?
A menudo creemos que lo sabemos todo a pesar de que la información de la que disponemos sea parcial e incompleta y nos lleve a cometer errores
Hay personas que, cuando están conduciendo y, por ejemplo, ven que el coche de enfrente se detiene al llegar a un paso de peatones sin que en ese momento le esté cruzando nadie, enseguida hacen sonar el claxon. Desconocen el motivo por el que el coche de enfrente se ha detenido o ha disminuido la velocidad, pero, sin embargo, teniendo una información necesariamente parcial e incompleta dado que su perspectiva visual es diferente, expresan su queja de forma airada, convencidos de que tienen razón. Da igual que el vehículo de enfrente haya señalizado correctamente la maniobra y que luego se den cuenta de que había un peatón que estaba esperando para cruzar, a menudo siguen pensando que tenían razón de haber hecho sonar el claxon.
Este ejemplo tan cotidiano en las calles de muchos lugares del mundo sirve de inicio a un trabajo científico que un equipo de pedagogos y neurocientíficos estadounidenses encabezados por Hunter Gehlbach han publicado en Plos One. La pregunta que se hicieron es simple, pero muy importante para la vida social: ¿por qué a menudo creemos que tenemos razón a pesar de que la información de la que disponemos sea parcial e incompleta y nos lleve a cometer errores? La trascendencia de esta cuestión radica en que, como dicen los autores del trabajo, uno de los retos más importantes que tenemos cuando navegamos en entornos sociales compartidos con otras personas es saber cómo gestionar las diferentes percepciones, actitudes y comprensiones, aunque cada persona tenga sólo una parte de la información disponible. ¿Cómo gestionarlo correctamente y evitar malentendidos si juzgamos las acciones que realizan las demás personas e, incluso, sus creencias asumiendo que ya sabemos lo suficiente, aunque la información de que disponemos sea siempre sesgada?
Decidimos a partir de informaciones parciales
La hipótesis que presentan es que, aunque sólo tengamos una parte de la información y lo sepamos, en el fondo pensamos que tenemos la parte más relevante, lo que hace que no tengamos que preocuparnos del resto, y decidimos en función de esto, convencidos de que ya tenemos suficiente. Lo llaman "la ilusión de la adecuación de la información". Para demostrar esa hipótesis y ver hasta qué punto esa ilusión condiciona las decisiones que tomamos, diseñaron un experimento muy ilustrativo.
Separó a un grupo de más de 1.200 voluntarios adultos en tres grupos experimentales, que eran equivalentes en cuanto a la distribución de edades, sexos y otros aspectos socioeconómicos y culturales. A todos les hicieron leer un artículo supuestamente periodístico que hablaba de una escuela imaginaria, pero que los voluntarios suponían muy real, cuyos alumnos no disponían de agua potable. En el primer grupo, el artículo hablaba de la importancia de juntar a estos alumnos con los de otra escuela para que dispusieran de agua potable. En el segundo grupo, el artículo argumentaba que debían mantenerse separados y que había que buscar otra solución para que tuvieran agua potable. Y a los del tercer grupo les dieron el artículo completo, que tenía tanto los argumentos que sugerían que la mejor solución era llevarlos a otra escuela como no mezclarlos y buscar otras soluciones.
Nos cuesta admitir el error
Luego hicieron pasar un test a los participantes para ver si pensaban que esta información tenía suficiente para decidir y qué decisión tomarían. La mayor parte de voluntarios de los grupos 1 y 2, que tenían sólo la mitad de la información, dijeron que era lo suficientemente relevante para tomar una decisión acertada, y en casi todos los casos esta decisión seguía la línea del artículo que habían leído . Además, según este test, se mostraban muy seguros de haber acertado en su decisión. En cambio, a los del grupo 3, que tenían toda la información, les costó más tomar una decisión, y muchos dudaban de que, tomada, fuera la más acertada. Dicho de otro modo: el hecho de no tener que evaluar argumentos contrapuestos nos da confianza, en vez de dársela el hecho de disponer de toda la información posible y valorarla por nosotros mismos.
A continuación, los investigadores dieron el resto de la información a los integrantes de los dos primeros grupos y les preguntaron si entonces, con los nuevos argumentos y contraargumentos, cambiarían la decisión tomada por algunos. mantener la decisión inicial a pesar de saber que la información de la que disponían era parcial. Es exactamente lo mismo que ocurre en el ejemplo del comienzo, del conductor que hace sonar airadamente el claxon sin saber los motivos. completos que han llevado al coche de enfrente a disminuir la velocidad o detenerse.
Las conclusiones que sacan Gehlbach y sus colaboradores es que, por comodidad, tendemos a conformarnos con informaciones parciales, aunque nos lleven a errores, y nos sentimos más seguros, lo que dificulta la convivencia social en entornos compartidos. En clave educativa, dado que varios autores son pedagogos, aseguran que deberíamos transmitir a los alumnos la idea de que no podemos tomar buenas decisiones si no estamos seguros de que disponemos de toda la historia. Sin embargo, la dificultad estriba en saber si ya la tenemos toda o no, y en la comodidad y la confianza que transmiten las informaciones en las que los argumentos van todos en la misma dirección.