Territorio, diversidad e inclusión: los valores del cooperativismo

Así funciona el Zumzeig, el único cine cooperativo de Catalunya

En una Barcelona en la que cada vez quedan menos salas de cine independiente y de barrio, esta iniciativa ha arraigado fuerte en la ciudad: ofrece una programación pensada entre los socios de la cooperativa, los espectadores y los voluntarios del proyecto y se ha convertido en un punto de encuentro cinéfilo

En el número 53 de la calle Béjar, en el distrito de Sants-Montjuïc, un par de toldos semicirculares de lona atraen las miradas. Son de color azul marino intenso: clásicos y elegantes. En uno, está grabada la palabra bistrot. En el otro, cine.Desde el 2013, protegen las puertas que conducen al Zumzeig, el único cine cooperativo que hay en Cataluña y uno de los pocos que hay en todo el Estado. A la deriva, una epopeya amorosa china galardonada en la Seminci que sólo puede verse en dieciséis salas de toda España. En Barcelona, ​​tan sólo la proyectan Zumzeig y Texas, ambos con subtítulos en catalán.

"Queremos ser un espacio en el que las espectadoras puedan visionar películas únicas, pero también un punto de encuentro y comunidad", explica Albert Triviño, coordinador de programación del Zumzeig. Éste es el objetivo que persigue el proyecto desde hace doce años, cuando el amante del séptimo arte y activista cultural Stéphane Bernatas Chassaigne lo inició. Lo hizo con la ayuda de Guillaume Mariès y David Dorado y con una convicción firme: llevar adelante un modelo de exhibición innovador en España. Instalado en los márgenes de la gran industria audiovisual, el Zumzeig apostó desde el primer día por el cine independiente y de difícil acceso, con especial interés en las propuestas contemporáneas menos comerciales. Esta apuesta valiente y decidida hizo que la sala se ganara rápidamente el respeto de la comunidad cinéfila barcelonesa.

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En la primavera del 2016, después de tres años de recorrido, el equipo impulsor decidió dar un paso al lado para empezar una nueva etapa. Querían que el proyecto fuera más allá: que se abriera aún más en el barrio y que fuera más participativo. De ese deseo, nació un nuevo colectivo formado por siete personas que, tras un breve período de transición, reabrieron el cine bajo un modelo cooperativo. El pacto con los fundadores estaba claro: mantener viva la línea de programación y el activismo cultural y social. Desde entonces –noviembre del 2016–, el Zumzeig funciona como una cooperativa.

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"Constituirnos en cooperativa fue un proceso natural: era el modelo que más encajaba con nuestro espíritu de proyecto participativo, horizontal y bidireccional", aclara Triviño. Ahora, casi una década después, asegura que ser cooperativa les ha permitido construir un proyecto horizontal en todos los niveles. No sólo de gestión interna, sino también de relación con las instituciones culturales afines del barrio y la ciudad. "A su vez, hemos podido construir una propuesta de exhibición cinematográfica definida en cooperación entre las socias trabajadoras, las espectadoras y otras voluntarias implicadas en nuestro proyecto –añade–. El Zumzeig es cine coral", dice.

Un caso casi único

Cuando, en el 2013, la sala del Zumzeig acogió la primera proyección, ya era una iniciativa insólita en España. "Era un proyecto que remaba a contracorriente", corrobora Triviño. de sala de cine de barrio", continúa. Con la conversión a cooperativa, el Zumzeig no perdió su condición especial: los cines cooperativos son una rara ancianos en España. "Uno de nuestros referentes fue el cine Numax de Santiago de Compostela, inaugurado un año después del Zumzeig, ya como cooperativa desde el inicio", apunta el coordinador de programación. Es un proyecto que consideran amigo y con el que intercooperan periódicamente.

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Pero, ¿cómo funciona, exactamente, un cine cooperativo? "Somos una cooperativa de trabajo asociado, y eso quiere decir que las trabajadoras participamos tanto en la toma de decisiones como en la gestión cotidiana del proyecto", explica Ana Uslenghi, coordinadora de comunicación y proyectos del Zumzeig. bistrot –el pequeño bar del cine–, apoyado por tres personas contratadas.

La organización se completa con dos órganos clave: el consejo rector, donde están representadas tanto socias trabajadoras como colaboradoras, y la asamblea general. 500 personas que pagan una cuota anual y que, pese a no tener voto, pueden hacer llegar sus opiniones", apunta Uslenghi.

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La comunidad del Zumzeig

"Creemos que a lo largo de los años hemos sido capaces de crear una comunidad fiel y participativa", asegura Albert Triviño. Para él, el vínculo con el vecindario ha ido más allá de la simple relación entre cine y espectador: quien se sienta en el sillón del Zumzeig no es un cliente, sino un espectador activo que puede implicarse en la vida del proyecto. De hecho, la sala no quiere ser un espacio unidireccional, sino un lugar de encuentro, diálogo y corresponsabilidad. "Por eso, gran parte de nuestra programación cultural viene propuesta y coordinada por la propia comunidad", añade Triviño.

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Este espíritu impregna la línea de programación, centrada en propuestas arriesgadas y comprometidas: cine independiente, de autor, experimental y documental con mirada social, con especial atención a las producciones locales y la economía solidaria. Las asambleas abiertas que se convocan periódicamente son otro pilar fundamental: un espacio para pensar el futuro del proyecto colectivamente y mantener viva la esencia cooperativa del Zumzeig.

Por lo que se refiere a la viabilidad económica del Zumzeig, se fundamenta en tres grandes pilares: los ingresos de explotación (taquilla, alquiler de sala y bar), las cuotas de las socias y las subvenciones públicas provenientes de diversas administraciones, como el Ayuntamiento de Barcelona, ​​la Generalitat o el gobierno español. "El equilibrio entre estas tres patas fue clave para sostener el proyecto en un contexto cada vez más hostil para la cultura de base y las salas de exhibición alternativas", explica Ana Uslenghi.

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Aunque hace unos años el hecho de ser una cooperativa podía generar desconcierto dentro del sector audiovisual, hoy la situación es distinta. "La fuerza de la economía social y solidaria y las redes de apoyo mutuo nos han dado más herramientas que dificultades", afirma Uslenghi. El acompañamiento de entidades como Coop57, Coòpolis o el Impulso Cooperativo de Sants ha sido fundamental para afrontar etapas complicadas, como la crisis posterior a la pandemia. Para el Zumzeig, el apoyo de la comunidad y la colaboración entre proyectos con valores compartidos no es sólo un recurso: es parte de su razón de ser. "Creemos que resistir desde los valores, en un entorno altamente competitivo e individualista, es uno de los motores que hacen singular a nuestro proyecto", concluye.