Jóvenes enganchados a los padres
No es que quieran quedarse en casa con sus padres. Nada más lejos de la realidad. Los jóvenes de hoy, como los de siempre, lo que desean es vivir su vida en libertad, experimentar, descubrir, crecer por sí mismos, y si es posible hacerlo lejos del control y tutela de los progenitores. Pero lo que en épocas no tan retranqueadas era relativamente factible, ahora se ha complicado. El hecho es que los chicos y chicas de hoy tardan mucho en tener una mínima estabilidad laboral (la temporalidad y el paro son elevados) y, por tanto, carecen de los ingresos que les permitan poner en marcha una vida autónoma en condiciones, en especial debido a un mercado de la vivienda inaccesible en su bolsillo. Por eso les cuesta tanto irse del nido, y cuando lo hacen a menudo es con una vivienda compartida, una situación que se alarga en el tiempo.
España está en posiciones de cola entre los estados de Europa en cuanto a la emancipación de los hijos. En 2023 la media de edad para irse de casa fue de 30,4 años (en Cataluña es sólo ligeramente inferior, de 29,8 años, según los últimos datos disponibles). Croacia está en los 31,8, Eslovaquia en los 31, Grecia en los 30,6 e Italia en los 30. En el otro extremo, en Suecia y Finlandia los hijos dejan el hogar a los 21,8 y 21,4 años, respectivamente. La media registrada en el conjunto del bloque comunitario es de 26,3 años, muy estable: el primer año del que Eurostat tiene datos, en el 2013, ya era de 26,4. Ese año en España era de 28,9, con lo que en el conjunto del Estado se ha retrocedido año y medio en una década.
En el conjunto de la UE, más de una cuarta parte de las personas de entre 15 y 29 años no tienen al menos una habitación por persona o pareja en su hogar. En nuestro caso, la situación es mejor: sólo un 13% viven en viviendas superpobladas. Esto también explicaría el retraso. En casa, sin embargo, no está tan mal. Pero sólo es un triste consuelo. También es verdad que existe una diferencia cultural de modelo familiar entre los países del sur y los del centro y el norte, pero eso tampoco explica suficientemente las diferencias ni el hecho de que entre nosotros haya ido alargándose la estancia en casa. La cuestión es que esta situación tiene consecuencias para los jóvenes y para el conjunto de la sociedad: retrasa la formación de nuevas familias, hace más honda la crisis demográfica (la edad de tener un primer hijo no para de retrasarse), alarga la adolescencia mucho más allá del período biológico, frena las expectativas y la ambición vital, y hace mayor la desigualdad generacional (abuelos y padres son mucho más acomodados de lo que lo serán nunca sus hijos y nietos).
Lo más preocupante es la sensación de que muchos jóvenes tienen que ni siquiera con esfuerzo y con estudios conseguirán tener una vida autónoma temprana. La difícil realidad, bastante contundente, ha esparcido un cierto fatalismo generacional entre unos jóvenes que a menudo ni siquiera son suficientemente conscientes de cómo se cortan las alas. Naturalmente, existen notables excepciones. Pero es necesario abordar la situación con el objetivo de cambiar la tendencia. Y la forma más directa y eficaz de encararlo sería con una política de vivienda que tuviera como uno de los objetivos prioritarios dar facilidades a los jóvenes.