Las guerras sin futuro son guerras póstumas. Son guerras que han asumido la catástrofe del tiempo. Se hacen en un tiempo que queda, como en un videojuego donde los segundos son una cuenta atrás. Ganar no es vencer, es obtener un punto más. Un atentado más. Un contrato más. Un pozo de petróleo más. Vidas ganadas contra la vida. Chinchetas de colores en un mapa sin mundo. Son las guerras de los terroristas, los narcos, pero también de los financieros, los fondos buitre, de las grandes corporaciones y de las industrias extractivas. Máquinas de matar que para seguir avanzando necesitan seguir destruyendo. Una guerra póstuma es una guerra sin después. Bandera blanca, tiempo de paz: ¿dónde y con quién? ¿Cuál es el beneficio asociado a la victoria? Mientras haya cuerpos para destruir, para consumir o para explotar habrá campo donde avanzar. Este es el único beneficio. Esta es la única victoria.
Sin futuro. Hemos pasado del fin de la historia a una guerra contra la historia en la que no sabemos dónde está el frente ni quién es el enemigo. Por eso es también una guerra a la que no le ponemos número. No es la tercera porque no es la que viene después de la segunda en el mismo orden de sucesión temporal. Es una guerra que rompe el tiempo mismo, porque se sitúa después de cualquier idea de futuro por el que luchar y combatir. Esperaban los chicos de Ripoll un futuro mejor? No lo esperaban ni antes ni después de subir a los vehículos de La Rambla y de Cambrils. Sus bombonas de butano no pretendían encender nuevos tiempos sino castigar a un presente que se está haciendo viejo.
Desde el pasado. La guerra póstuma invade y destruye el presente en nombre de un pasado ficticio. El de los chicos que actúan en nombre de ISIS es un Islam inventado, un pasado glorioso ficticio, fuera del tiempo y de la historia, que hay que vengar atacando el presente y destruyendo el futuro. Es la versión ofensiva y asesina de lo que Europa está haciendo a la defensiva. Replegada en su pasado y en sus fronteras, Europa está haciendo de su presente la defensa de su pasado. Para algunos, este pasado es sinónimo de democracia, derechos humanos y bienestar. Para otros, vuelve a implicar «blanquitud», cristianismo y nacionalismo. Sea como sea, se trata de una ficción retrospectiva que oculta las violencias sobre las que se ha construido la idea y la realidad de Europa. Estado Islámico, a la ofensiva, expone sus asesinados en el mundo entero. Europa, a la defensiva, los oculta y deja a sus muertos en manos de las olas, de los campos de internamiento y de las policías de frontera. Estado Islámico mata en nombre del pasado. Europa deja morir por ausencia de futuro.
Traumatopía. Quien combate o quien se defiende en nombre del pasado no aceptará nunca la derrota, porque las ficciones retrospectivas difícilmente pueden ser desmentidas. Siempre podemos seguir creyendo en nuestro pasado glorioso y en nuestro derecho a imponerlo o a preservarlo. Por eso las guerras póstumas se retroalimentan. Frente a ellas, sólo hay una evidencia: el mapa de las heridas abiertas en que se ha convertido el mundo. Traumatopía contra retroutopía. Las heridas presentes contra las identidades del pasado y sus guerras futuras. El dolor es jerárquico, porque no todos lo sufrimos igual. Pero la respuesta al dolor puede ser igualitaria y solidaria, como se ha visto en las calles de Barcelona y de Cambrils en estas últimos días de duelo compartido con el mundo entero. Escribió John Berger que hay una gran parte del dolor que no puede ser compartida, pero que el deseo de compartir el dolor sí se puede compartir. De esta acción, de este deseo, surge una resistencia. Una resistencia capaz de hacer mundo común contra la geografía de la muerte.