Vilamalla (Alt Empordà) / Vulpellac (Baix Empordà)Cabanes es un pueblo del Alt Empordà que no llega a mil habitantes. Y es también el pueblo en el que nació en el 2015 un universo de juego que desde entonces no ha parado de crecer hasta exportar el 90% de la producción fuera del Estado, en un total de 62 países de todo el mundo. La gallina de los huevos de oro son unas pequeñas piezas de madera de colores vivos pintadas artesanalmente con tintes naturales a base de agua. Cubos y cubiletes, rodillos, monedas, anillas, cuencos, balas... Pero sobre todo los emblemáticos niños: unas figuritas sin cara ni ropa con la intención de representar a todas las que quiera poner al niño. “Me obsesiona la poca información. Ponerlo difícil a los niños para que puedan conectar con su deseo interior”, explica Casiana Monczar, cofundadora de Grapat, en la nueva sede de 2.700 m2 en el polígono de Vilamalla, que emplea a veinte personas.
La empresa ha crecido mucho en casi ocho años, sobre todo en la pandemia –el crecimiento fue de un 130%–, pero no quiere dejar de ser el negocio familiar que nació en el pajar de la casa de la familia de Jordi Soler , el otro cofundador, en Cabanes. La pareja formada por Monczar y Soler decidió trasladarse de la ciudad al campo después del nacimiento de su segundo hijo, Tomás. Pero todo había empezado a removerse con el nacimiento de la primogénita.
“Empezamos a detectar que algo iba mal. Y así decidimos poner un tupper sobre la lavadora con todos los juguetes comerciales que veíamos que Lola no quería”, recuerda Monczar. Fue entonces cuando empezó a buscar proyectos de escuela libre y pronto decidió dejar el trabajo de publicidad y producción que había realizado durante dos décadas en Barcelona e instalarse a vivir en Cabanes, mientras Soler subía y bajaba a la capital.
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Si no fuera por esta mudanza, seguramente Grapat nunca habría nacido. Monczar recuerda que el cambio, en un principio, fue muy difícil. “¡La tramontana me tumbaba al niño!”, exclama. Y las noches eran negras como nunca las había visto. Se sumaba un silencio sepulcral imposible en las ciudades. Además, no tenía claro hacia qué dirección iba su proyecto de vida. Preguntándose qué podía hacer en Cabanes, el runrún que llevaba dentro desde el nacimiento de Lola afloró. Con barro o cera de abejas empezó a modelar los prototipos de la empresa que después bautizaron con el nombre de Grapat. La idea fue que “con un puñado de piezas, niñas y niños pueden jugar a maravillas”. Soler finalmente se sumó al proyecto como gerente; Monczar es su directora artística.
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La amenaza de las copias
El alma de Grapat es la naturaleza, y la madera es el elemento principal de sus productos. Toda procede de bosques sostenibles europeos. Reivindican sobre todo los productos de proximidad: “Nunca he entendido la fiebre para hacerlo todo fuera. Todo lo que hagas aquí te devuelve”, dice Soler. Pero si en algo se pone el énfasis es en el color. Cada prenda se tiñe a mano en Vulpellac con tintes naturales procedentes de Cataluña. El trabajo es artesanal: cada prenda se toca hasta diecisiete veces y tiene un proceso madurativo de tres meses. Esto hace que cada prenda sea única.
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Monczar expresa la preocupación por las copias y cómo año a año se encuentran productos exactamente iguales que provienen de China. Para luchar por ella, desde la simplicidad, han sofisticado cada vez más sus materiales, haciéndolos únicos, con más tiradas de coleccionista. Aunque están pensadas para los niños, también tienen adeptos entre los adultos. Durante la campaña de Navidad, por ejemplo, se les agotó el Calendario de Adviento. Algo parecido les ocurrió durante la pandemia: no daban a su alcance. Aunque no venden directamente el producto, sino que lo distribuyen en tiendas, notaron un boom bestial. Entonces todavía tenían el taller en su casa de Cabanes y el equipo trabajaba en cuatro espacios diferentes. “Incluso había gente haciendo los controles de calidad en casa de la abuela”, explica Soler.
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El caso de Grapat no está aislado en Cataluña, que representa el 60% de las exportaciones de juguetes y consolas del Estado. Según cálculos de Acció, las ventas en Catalunya de estos productos han aumentado un 7% desde antes de la pandemia. Francia es el primer destino de los juguetes catalanes, además de la mitad del total (50,7%). En los últimos años han proliferado las empresas que optan por los productos sostenibles y que se inspiran en pedagogías como Waldorf y Pickler, con la mirada puesta en la educación y el juego libre, como el caso de Grapat.
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Tell Madera: parir un hijo y muchos espacios de juego
Tener como tercer hijo una juguetería es el que comparten las parejas detrás de Grapat y Tell Fusta. Además de vivir en el Empordà. Fundada en Torroella de Montgrí, pero con el taller en Vulpellac (Baix Empordà), Tell Fusta es el proyecto de Jordina Costa y Carles Frigola, que lleva el nombre de su primer hijo. A diferencia de la empresa creada en Cabanes –que importa la madera de otros países europeos–, Tell Fusta es una carpintería. Nacieron en 2014 con el objetivo de ofrecer un material de juego de calidad.
"El proyecto nació con la barriga", explica Costa, cuando decidió dejar el trabajo. A medida que Tell crecía, descubrieron el mundo de la pedagogía Pickler. Es cuando se decidieron a construir estructuras y venderlas, pero también crear espacios de juego y talleres. Así se unieron las tres patas del negocio: la carpintería, la tienda de materiales y los espacios de juego. Acaban de crear uno para la nueva librería del Barri Vell de Girona, las Voltes Educa, y han ensanchado los productos con una colaboración con la dibujante Pilarín Bayés sobre el universo del cuento de Patufet.