Un Tarantino con barretina: cien odiosos malhechores en el Valle del Bisaura
La novela histórica de Xavier Theros 'Todo el mundo debe morir' se adentra en la segunda guerra carlista
Santa María de Besora / VidràAtravesamos el paso a nivel del tren en Sant Quirze de Besora (Osona) y enseguida tenemos la sensación de que dejamos la civilización atrás. Subimos montaña arriba por la carreterita que nos llevará a Santa María de Besora ya Vidrà, donde se encuentra la masía barroca más importante de Cataluña, la del Caballero de Vidrà. Estamos en el cuartel general del carlismo durante las tres guerras que tuvieron lugar de 1833 a 1876. Es fácil imaginarse cómo era la vida en el Valle del Bisaura hace 180 años porque el paisaje no habrá cambiado tanto: vacas y bosques, senderos y montañas, y un viento gélido que ya nos hela los huesos a finales de un octubre benigno.
El poeta, cronista y novelista Xavier Theros (Barcelona, 1963) nos hace de guía por este paraje idílico que parece congelado en el tiempo. Vamos siguiendo los pasos de la partida de un centenar de malhechores que en 1848 acaban de ser reclutados en la cárcel de Reina Amàlia de Barcelona para acabar con los ataques de unos guerrilleros que están arrasando masías y villas del Ripollès. En la nueva aventura de Lázaro Lámparas después de El hada negra (premio Josep Pla 2017), este expolicía, aventurero y alcohólico empedernido deberá dejar los antros, los amantes y los malos olores de Barcelona para adentrarse en una tierra indómita, llena de leyendas, peligros y seres desconocidos, para ganarse la amnistía. Cuando arranca Todo el mundo debe morir (La Campana) los trabucaires acaban de pelar de mala manera un matrimonio y un bebé, les han quemado la casa y han dejado a una niña huérfana.
En tierra de nadie
"En el siglo XIX hubo una guerra civil continua que prácticamente no termina hasta la Guerra Civil de los años 30 del siglo XX", explica Theros, que domina la época al por menor gracias a la búsqueda exhaustiva en prensa y dietarios, ya la que quiere dedicar diez novelas. Las guerras carlistas son el resultado de los decretos de desamortización de los años 30, que provocaron un cambio de propiedad de los terrenos agrícolas. Los burgueses compraron los campos en subasta a precios regalados y expulsaron a unos agricultores que trabajaban allí desde hacía un siglo. Familias enteras tuvieron que ir a trabajar como animales a la industria y malvivir en Barcelona. Esto provocó el levantamiento de los campesinos, que se oponían al estado liberal ya la revolución industrial. De trasfondo, el conflicto dinástico por la sucesión de Fernando VII entre los partidarios de Isabel II (los liberales) y su tío Carlos (los carlistas). Todo el mundo debe morir tiene lugar al final de la segunda contienda, durante la Guerra de los Matiners, cuando ocurren dos hechos imprevistos: vuelve del exilio el Tigre del Maestrazgo, el general Cabrera, héroe carlista de la primera guerra; y se alían en contra de los liberales los polos opuestos (la extrema izquierda republicana y la extrema derecha carlista).
La línea de frente pasará justamente por Santa María de Besora, convertido en tierra de nadie, en tierra de fuego, donde no rigen más leyes que la supervivencia. "Era una guerra que se parece al western: bandas que van por la montaña y partidas de militares que les van persiguiendo", dice Theros. Aquellos recogidos de Barcelona son los militares que llegan a un mundo preindustrial, intimidante, donde vive poca gente y donde descubren, por ejemplo, los torcidos, unas comunidades endogámicas de enanos que vivían marginados en el Valle de Ribes. De hecho, si este rincón de mundo ha cambiado tan poco se debe a que los propietarios de las tierras "no han vendido ni han cambiado de manos". Vemos siete apellidos que presiden el pequeño cementerio local: Xicoy, Ferrés, Clarella, Adam, Prat y Pla, y más allá, Mir.
Una época virgen para explorar
Theros no ahorrará en detalles para retratar la época: "La violencia era una forma legítima de hacer política. Era una sociedad mucho más espontánea y salvaje, el control social era mucho menor, no había una policía criminal, acababan de fundar; la Guardia Civil". El rigor de la novela histórica, sin embargo, cabalga de lado del thriller y de una búsqueda policial. "Es un Tarantino con barretina", sentencia el editor de La Campana, Joan Riambau. Efectivamente, "en la época todo el mundo llevaba barretina, pero de diferentes colores y longitudes", confirma el autor, una auténtica enciclopedia histórica; aquí descubrimos que no sólo lo es de la crónica urbana de Barcelona, paisaje habitual de sus libros y artículos.
Resulta que Theros tiene amigos en el Bisaura y ha visitado esta subcomarca osonense durante veinte años. Se nota que le ha pisado porque conversa con las pocas vecinas que sacan la cabeza de las casas, saluda a los ganaderos que nos cruzamos y firmará el libro al ama de la fonda más recóndita y extraordinaria de la zona, La Cabaña del Mir, que también hace aparecer en la novela. "A veces pienso que sólo subo al desayuno aquí", confiesa ante unas bandejas de embutidos y pan con tomate. "La novela nació aquí", admite.
Aunque últimamente autores como Raül Garrigasait (Los extraños), Francesc Bodí (La única verdad) y Ferran Garcia (Guillerías) se han dedicado a ello, el siglo XIX es una época histórica relativamente muy poco explotada. "Es atractiva literariamente porque es territorio virgen, lleno de acontecimientos y de violencia de la que nadie se ha ocupado. El único testimonio literario son Los recuerdos de la última carlinada o La puñalada de Marià Vayreda, que pasó sin pena ni gloria y es una de las grandes novelas de la literatura catalana, de una modernidad y salvajismo sorprendentes", afirma. "Si Barcelona hubiera tenido durante el siglo XIX a un escritor como Victor Hugo o Dickens, nos habría contado las mismas historias", especula. Para conocerla, basta con ponerse la barretina de Llampades.