El fin del mundo podría ser así

Volcanes, erupciones solares, rayos gamma, asteroides... Estos son los principales elementos que amenazan la vida del planeta

Isidre Estévez
01/08/2016

BarcelonaUna guerra nuclear, un virus que se escapa de un laboratorio o que alguien suelta voluntariamente... De una forma u otra hemos asumido no sólo que el mundo está en peligro sino que los riesgos de desaparición de la especie son hoy más grandes que nunca. Los avances científicos parecen apuntar a que, paradójicamente, somos los humanos la principal amenaza a la que se enfrenta el planeta. Pero, a pesar de esta percepción, algunos de los principales peligros no proceden del hombre, sino de la naturaleza, ya sea la misma Tierra o el espacio. ¿Cuáles son estos peligros? Y ¿qué se está haciendo para evitarlos?

Erupciones solares

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El 23 de julio de 2012 una nube de plasma salió disparado del Sol a 3.000 kilómetros por hora, más de cuatro veces más rápido que una erupción típica. Aunque la tormenta atravesó la órbita terrestre, no pasó nada. ¿Por qué? Porque, afortunadamente, la Tierra no estaba situada en ese punto. Si hubiera estado ahí, y la erupción hubiera impactado en el planeta, las consecuencias podrían haber sido catastróficas, mucho peores que las del evento de Carrington, que tuvo lugar en septiembre de 1859. Ese año, una serie de poderosas erupciones chocaron de lleno contra la atmósfera terrestre y generaron intensas tormentas geomagnéticas que causaron chispas en las líneas telegráficas y que llegaron a hacer que se prendiera fuego en algunas oficinas de telégrafos.

Pero el mundo de hoy no tiene nada que ver con el del 1859. Ya no hay simples líneas de telégrafos, sino la compleja tecnología de una sociedad que depende, para su funcionamiento habitual, de los ordenadores y de la electricidad. Una tormenta como aquella podría tener, hoy, un efecto catastrófico en las redes eléctricas y de telecomunicaciones. Desde las transacciones bancarias hasta el comercio, pasando por la salud o la seguridad, todo lo que depende de un enchufe se podría ver comprometido, entre otras cosas porque una masiva afectación en los transformadores eléctricos podría dejar la Tierra a oscuras.

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¿Qué posibilidades de supervivencia tendría un mundo sin luz durante meses? Sin dinero, sin alimentos, sin gobiernos capaces de controlar a una población mucho mayor que la del siglo XIX. El gobierno de los Estados Unidos se toma el riesgo muy serio y ha puesto en marcha un equipo de trabajo dedicado a buscar soluciones. Unas soluciones que, de momento, pasan por aprovechar al máximo las posibilidades de la tecnología: hoy, a diferencia de 1859, se puede prever la llegada de una erupción solar, lo que da un margen de horas -unas 20- que permitiría estar preparados, por ejemplo, apagando de forma preventiva los transformadores con el objetivo de minimizar los efectos del impacto que crea una tormenta magnética. En cualquier caso, una cosa es segura: el impacto se producirá tarde o temprano. Algunos trabajos afirman que una erupción como la de 1859 afecta a la Tierra cada pocos siglos. Incluso hay un estudio que considera probable que tenga lugar durante la próxima década.

Rayos gamma

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Los rayos gamma se producen como resultado de una reacción nuclear. Se trata de una forma de radiación electromagnética observada por primera vez en 1900 y que se usa para tratar determinados tumores, ya que la radiación ataca el ADN de las células cancerígenas. No fue hasta los años 60 del siglo pasado, sin embargo, cuando se descubrió que los rayos gamma son habituales en el espacio. Cada día los observatorios terrestres observan un mínimo de una erupción de rayos gamma de duraciones muy variables -algunas de menos de un segundo, otras de unos cuantos minutos.

No hay consenso en la comunidad científica sobre cómo nacen los rayos gamma. Algunos creen que son los últimos residuos de la desaparición de un agujero negro o bien de la creación de uno nuevo. Otros creen que se forman a raíz de la colisión de estrellas o la explosión de supernovas. En cualquier caso, lo que es seguro es que generan una extraordinaria cantidad de energía. Uno de los estudios más recientes sobre el tema los considera culpables de que la vida sea imposible en el 90% de los planetas. Si la Tierra es una excepción es porque su atmósfera la protege de la mayoría de estos rayos. Pero la mayoría no son todos.

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Los rayos gamma se originan en galaxias situadas a millones de años luz de nosotros. Pero ¿qué pasaría si esta fuente estuviera más cerca? De entrada, sólo unos segundos de la luz que emiten bastarían para dañar la capa de ozono, lo que dejaría la Tierra desprotegida de las radiaciones nocivas del sol: sin esta protección, la mayoría de especies del planeta desaparecerían. De hecho, se cree que los rayos gamma fueron los responsables, hace unos 850 millones de años, de la desaparición del 80% de las especies que vivían en ese momento en la Tierra.

Volcanes

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Las erupciones volcánicas son uno de los eventos naturales más violentos. Normalmente sus efectos más devastadores se dejan sentir sólo en un radio relativamente pequeño, pero en el caso de erupciones muy importantes las consecuencias podrían afectar a todo el planeta. La erupción, en 2010, del volcán islandés Eyjafjallajökull no sólo provocó el caos en el transporte aéreo en Europa, sino que hizo que se perdieran las cosechas en muchos puntos de África. En el caso de erupciones violentas, las cenizas que se liberan a la atmósfera pueden provocar cambios climáticos de consecuencias importantes y afectar la agricultura.

Pero el problema no son los volcanes, sino los supervolcanes. No hay muchos -Yellowstone, en EEUU; Cerro Galán, en Argentina; Aira, en Japón; Toba, en Indonesia...-, pero con calderas de decenas de kilómetros de diámetro llenas de magma tienen el potencial para acabar con la vida en el planeta. Ya lo hicieron en el pasado: un estudio polémico incluso apunta que la mayoría de los humanos que había en la Tierra hace 74.000 años murieron a raíz de la erupción del Toba. La especie, muy disminuida, sobrevivió, pero los efectos de aquella catástrofe todavía están presentes en nuestro ADN, que sufrió un cuello de botella genético.

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La capacidad destructora de estos grandes volcanes es enorme. No sólo por los daños físicos de la lava en el lugar mismo del volcán -todo quedaría calcinado en un radio de 100 kilómetros-, sino por las cenizas, que cubrirían todo el planeta, matarían las semillas y dejarían el suelo estéril durante décadas. Además, al tapar el sol, la ceniza hace que no lleguen ni la luz ni la temperatura habituales, cosa que tiene afectaciones en la agricultura y el hábitat de muchas especies. Se cree que una erupción violenta haría disminuir las temperaturas entre 5 y 10 grados durante una década.

Asteroides

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Millones de cuerpos viajan por el espacio a toda velocidad, muchos impactan con el que se encuentran por el camino. De estos, 13.251 tienen una órbita que los acerca a la Tierra de forma periódica. Se trata de asteroides y cometas que la NASA tiene controlados y que pasan relativamente cerca de nuestro planeta. De estos 13.251, 1.635 son rocas consideradas potencialmente peligrosas, porque su órbita las sitúa en un punto de probable colisión con nuestro planeta. Las posibilidades son muy pequeñas, sólo un 0,01% en los próximos 100 años... pero están ahí.

Muchos de estos cuerpos tienen más de un kilómetro de diámetro, unas dimensiones suficientemente grandes para generar una situación de riesgo. El asteroide que acabó con la vida de los dinosaurios tenía un tamaño de unos diez kilómetros, pero no es necesario que un cuerpo sea tan grande para provocar una catástrofe que, incluso, podría acabar con la vida humana. Más allá de la devastación creada por el impacto, hay que tener presentes los efectos secundarios de la colisión: terremotos muy intensos en todo el planeta, tsunamis, incendios forestales generados por trozos pequeños de rocas que se incendian en contacto con la atmósfera y, finalmente, una nube de partículas que bloquearía la luz del sol y que podría tardar meses en desaparecer. Como en el caso de los volcanes, la afectación en la agricultura sería devastadora.

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Un asteroide como el que mató a los dinosaurios cae en la Tierra cada cien millones de años. Esto es una estadística, porque no se pueden hacer previsiones a largo plazo. Lo que sí se sabe es que, como en el caso de los volcanes, las erupciones solares y los rayos gamma, la cuestión no es si ocurrirá, sino cuándo ocurrirá. Dicho de otro modo, que un asteroide de grandes proporciones impacte contra la Tierra es inevitable, la única duda es saber cuándo pasará y qué se podrá hacer por evitarlo o, al menos, minimizar los efectos destructivos. El Congreso de EEUU encargó a la NASA la vigilancia del espacio para detectar posibles riesgos, y, gracias a los avances científicos, se confía en que no habrá problema para detectar un impacto con suficiente antelación. La NASA trabaja conjuntamente con la Agencia Espacial Europea en un programa de riesgos, y con los conocimientos actuales se cree que la única manera de prevenir un desastre sería la utilización de la tecnología nuclear para desviar la órbita del asteroide antes de que fuera demasiado tarde.

El Sol

No hay ninguna posibilidad de que, tarde o temprano, la Tierra no sufra ningún choque de asteroide, erupción de supervolcán, erupción solar o impacto de rayos gamma. Es cuestión de tiempo. Pero si esto ocurriera, si tuviera la buena fortuna de no verse afectada por ninguno de estos acontecimientos -o si la tecnología estuviera suficientemente avanzada como para superar las consecuencias negativas-, se enfrentaría aún a un último, y este sí del todo inevitable, peligro: la muerte del Sol.

El Sol es una estrella, y, como todas las estrellas, un día morirá. Lo hará cuando haya consumido todo el hidrógeno, el combustible que la mantiene activa. Se calcula que esto ocurrirá dentro de 5.000 millones de años. En ese momento, el núcleo se contraerá, pero las capas exteriores se expandirán de forma gigantesca y absorberán la Tierra, Mercurio y Venus en el proceso. Antes de que esto ocurra, la Tierra ya será inhabitable: las elevadas temperaturas harán la vida imposible, mares y océanos se evaporarán y la atmósfera estará cargada de nitrógeno y dióxido de carbono, similar a la que Venus tiene en la actualidad. Sólo Marte se salvará de ser absorbida, pero las temperaturas serán muy elevadas en todo el Sistema Solar, incluso en planetas tan alejados como Neptuno.

Es cierto que 5.000 millones de años es una fecha muy, muy lejana. Pero la muerte del Sol no comenzará y terminará entonces, sino que será el resultado de un proceso de envejecimiento que ya está en marcha hoy. Siempre se había pensado que el astro no cambiaba, pero las últimas investigaciones apuntan a que ya ha comenzado la fase de expansión: es más grande y más brillante. Las manchas que se aprecian en la superficie solar indicarían que la estrella ya ha quemado buena parte del hidrógeno de su núcleo, lo que, según algunos estudios, podría explicar por qué la Tierra experimenta más catástrofes naturales, como terremotos, tsunamis y cambios de temperatura. Dejando de lado el cambio climático generado por los mismos humanos, la Tierra no podrá soportar el cambio generado por el Sol. Un cambio que ya está en marcha.