Xavier Bosch

¿Y si la culpa fuera de David Fernàndez?

BarcelonaUn pequeño empresario del mundo de las letras catalanas -no tenga en cuenta la redundancia- me dijo, hace pocos días, contándome su voto a la CUP del 27 de septiembre: "Yo voté a David Fernàndez en la persona de Antonio Baños y ahora me encuentro con Anna Gabriel". La frase, en sentido literal, es una descripción de la realidad. La interpretación entre líneas permite entender que la CUP llegara a los 337.794 votos, prácticamente triplicara sus resultados del 2012 y se haya convertido en la clave de la gobernabilidad y del mal humor de muchos catalanes, especialmente de los 1.628.714 que votaron una lista que -mira que hemos hecho cosas raras- encabezaba Raül Romeva. No diré nada de Anna Gabriel, que parece que ha sido la culpable de todo la última semana. Sí que me gustaría que Antonio Baños explicara, en público, lo que me consta que desvela en algún cena privada.

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¿Por qué después de ser la revelación de la campaña electoral se fue al minuto uno del partido? ¿Qué vio? ¿Qué sintió en esta CUP que siempre podrá exhibir la cabeza de Artur Mas como trofeo de caza? Y ahora aún más, que sabemos que lo capturaron con una trampa. Para echarlo, firmaron un contrato que ya es papel mojado. Si hablo de David Fernàndez es porque tengo la impresión de que muchas de las simpatías y algunos miles de votos que fraguó la CUP fueron gracias a este periodista convertido en político accidental. Tenía el carisma tranquilo, la modestia de un líder malgré lui y la inteligencia emocional para comunicarse con la gente. Pocas veces una retórica tan barroca había dicho tantas cosas. Por lo menos, lo parecía. Hablaba bajito para que escucháramos con atención e iban despacio -decían- porque iban lejos. Sin él, van en dirección contraria.

El país de los sepultureros

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De los políticos unionistas ya nos lo esperábamos. De los articulistas a quiens legítimamente les da urticaria la estelada, también. De los tertulianos que llevan años asustados con el proceso, aún más. Pero, de repente, cuando la CUP ha lisiado los primeros presupuestos del Junts pel Sí, han vuelto a salir todos en tromba para poner en circulación el vaticinio de siempre: el proceso ha terminado. "Se acabó la broma", por decirlo en términos garcía-albiolescos. Bienvenidos al país de los sepultureros. Hablo de aquí y no de las Españas. ¿Se ha dado cuenta de cuántas veces, en los últimos años, han cantado ya responso a la independencia de Cataluña? Cuando Jordi Pujol enseñó las vergüenzas, dijeron de que era un golpe definitivo al proceso.

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Pasado el desánimo colectivo y la decepción por las miserias de un Muy Honorable que no lo era tanto, la ilusión por el proceso no se resintió. Cuando en una manifestación de la Diada ha habido menos gente que el año anterior, nos han querido hacer creer que el proceso estaba muerto. Cuando Junts pel Sí se quedó con 62 diputados, se volvió a enterrar el proceso. ¿Y qué decir de los tres meses en los que parecía imposible formar gobierno? Finalmente, cuando Artur Mas dio el paso al lado, se nos repitió, con un argumento contundente, que, sin el líder, el proceso estaba muerto y enterrado. Es verdad que el independentismo ha dado algunas paladas para cavar su propia tumba, pero la realidad es que en el Parlamento hay, por primera vez, 83 de 135 diputados que quieren un referéndum y una mayoría de diputados independentistas como no había habido nunca. Seguramente no son suficiente gente para llegar a Ítaca. Pero, de momento, no conozco a nadie que haya bajado del barco. A ver si al final les daremos un disgusto...