El nuevo 3-6-3

Es muy posible que las fusiones recientes obedezcan al deseo de asegurar la ayuda del Banco central

Alfredo Pastor
3 min
Imatge composada amb els edificis de CaixaBank i Bankia a Barcelona i Madrid respectivament

Un chiste, ya muy antiguo, resumía la regla de conducta del banquero en tres números: “Pedir prestado al 3%, prestar al 6% y estar a las 3 en el campo de golf.” Las cosas han cambiado desde entonces, y la anunciada fusión de CaixaBanc y Bankia es el episodio más reciente de una larga historia.

El mundo bancario norteamericano del 3-6-3 era, después del pánico de 1907, un coto relativamente cerrado, y sus participantes podían permitirse el lujo de comportarse como caballeros (el oligopolio bancario español, hasta 1959, era todavía más sólido). Fue la introducción de la competencia la que cambió las cosas: el margen entre el primer 3 y el 6 se fue reduciendo, y la banca comercial se transformó en un negocio de grandes volúmenes y apretados márgenes, en el que el tamaño adquiría una importancia creciente para ampliar la base que soportaba los costes fijos.

Los bancos centrales empezaron a alentar fusiones (aunque a veces la razón que los movía era, más que la búsqueda de economías de escala, el deseo de salvar un banco en apuros). Hoy, la reducción de costes medios por aumento del volumen se ve impulsada por la necesidad que tienen las entidades de digitalizar las operaciones y dotarse de los instrumentos de gestión de datos hoy indispensables; unos costes fijos que no podrán repartirse sobre varios años, por lo rápido que avanza la tecnología.

De la crisis financiera de 2008 extrajo la banca la más reciente lección: la última garantía de supervivencia frente a las crisis la da el ser una entidad demasiado grande para quebrar (too big to fail), expresión que aquí traducimos con un eufemismo, “sistémica”. Es muy posible que las fusiones más recientes obedezcan no tanto a imperativos del negocio como al deseo de asegurarse la ayuda del Banco central en caso de apuros.

Prescindo de comentarios sobre las indudables repercusiones económicas y políticas de la fusión anunciada. En mi opinión, la operación va en la buena dirección por tres razones: una, que sin duda permitirá una reducción de los costes medios, aunque el principal factor será el inevitable ahorro de personal; otra, que la entidad resultante será considerada como sistémica por el Banco Central Europeo. La última, pero quizá no la menos importante, que los reguladores la ven con buenos ojos, y podían sentirse contrariados si no se llevara a término.

La fusión sigue la tendencia general del sector hacia la concentración, hacia un oligopolio cuyos participantes compiten sin piedad entre sí (aunque de vez en cuando también jueguen juntos a golf) a la vez que se unen en la defensa de sus intereses comunes: sólo una estructura oligopolística puede explicar que casi la mitad de los beneficios generados por la economía estadounidense en años recientes haya ido a parar al sector financiero. A mi juicio, esa evolución general tiene dos riesgos potenciales, el menor de los cuales es la menor eficiencia propia de cualquier mercado no competitivo.

El segundo riesgo potencial deriva del papel singular del sector bancario en economías como la nuestra. Más del 90 por ciento de lo que llamamos dinero en la Eurozona consiste, no en billetes y monedas, sino en depósitos bancarios, en las cuentas corrientes que empleamos para la mayor parte de nuestros pagos, y son los bancos quienes crean ese dinero. Si creemos que el control de la cantidad de dinero es conveniente para evitar episodios inflacionarios nos preguntaremos quién lo asegura. La respuesta solía ser el Banco central, que exige que un porcentaje de los depósitos tenga como contrapartida las reservas, sucesoras del oro, que sólo el Banco central crea. Pero en la práctica las cosas no son así: si una entidad sistémica acude al Banco central en busca de reservas éste siempre se las dará, para no correr el riesgo de una suspensión de pagos de la entidad. De ese modo, el Banco central se convierte, en última instancia, en un tigre de papel.

No es, pues, ciencia ficción imaginar que los bancos centrales lleguen un día a ser rehenes de un número reducido de entidades sistémicas: el control monetario, sustraído en su día por los Bancos centrales a reyes y políticos, sería ahora sustraído a éstos por el sector bancario. Esa evolución no es inexorable, aunque los intereses en juego la hacen concebible.

El antiguo “3-6-3” ha dejado de existir. Quizá la nueva regla de conducta deba ser: “Pida prestado al 0%, preste al 0,25% y, si quiere ir a jugar a golf con sus colegas, procure que no le vean las autoridades de defensa de la competencia”.

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