Alves, justicia venal

Que el futbolista Dani Alves pueda eludir la cárcel por el método expeditivo de abonar un millón de euros es, como señala la abogada de la víctima (la joven violada por el futbolista en la discoteca Sutton de Barcelona), alarmante, y causa indignación. Es así porque confirma un hecho que todo el mundo más o menos podía suponer pero que la decisión de una mayoría de magistrados de la Audiencia de Barcelona (menos uno, que ha emitido un voto particular) ahora no sólo demuestra, sino que se puede decir que restrega por la cara de la ciudadanía. A saber: que la justicia no sólo no es igual para todos, sino que es desigual en favor de los ricos. Que puede delinquirse a cambio de pagar la correspondiente tarifa. Ahora sabemos, por ejemplo, que una violación con violencia (es el delito por el que fue condenado Alves, hace apenas mes y medio) sale por un millón de euros.

La justicia parcial, como la que se ve a menudo en España persiguiendo colores e ideologías políticas como el independentismo, es injusta y corroe por dentro del estado de derecho. La justicia venal, que se dobla ante un rico y le deja impune pese a haberle declarado culpable, es, además, obscena. En caso de que nos ocupa, tenemos un violador, sórdido y arrastrado como todos los violadores, que ya fue condenado a la pena mínima por haber depositado antes una cantidad de 150.000 euros. Ahora logra deshacerse incluso de esa condena mínima a cambio de un millón más, después de haber dado el espectáculo deprimente de sus cambios de versión en el relato de los hechos para intentar conseguir atenuantes (que logró). El magistrado Luis Belestá, que fue el ponente de la sentencia, ha emitido un voto particular al considerar que sigue existiendo el riesgo de fuga del futbolista brasileño. Los otros dos magistrados del tribunal, en cambio, ven ese riesgo atenuado, a la luz del resplandor del millón de euros. Evidentemente, aquí la justicia poética sería que el violador se fugara, para dejar a estos magistrados aún más en evidencia.

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Naturalmente, al hecho de ser rico Dani Alves suma los privilegios que corresponden a los futbolistas de élite, una rara casta formada por unos individuos ignorantes, viciosos, chapuceros, malcriados y adorados por las multitudes y por unos medios de comunicación que no cesan ni un instante de presentarlos como modelos a seguir. El fútbol de alta competición debe ser la actividad más hinchada de la historia de la humanidad, un juego primario y anodino, sin interés ni contenido, sobre el que se han escrito las hipérbolas más exageradas y absurdas que puedan imaginarse (“ ¡Es arte!¡Es cultura!¡Los jugadores hacen obras maestras! ¡Los partidos son acontecimientos históricos!”), por la sencilla razón de que es un espectáculo de masas que mueve cantidades indecentes de dinero. La glorificación de la grosería, la prepotencia, la mala educación y la tontería lisa y pelada, redimidas por el dinero. Como Dani Alves, ante una justicia que no merece ser así llamada: en su momento le fallaron los mecanismos de escapatoria habituales, pero no le ha fallado un buen millón de euros.