Angustia existencial peninsular

La angustia existencial nacional está rebrotando en todo el mundo. En Rusia o en Ucrania ha reaparecido a caballo de la guerra, en Reino Unido la inflamación anti Unión Europea produjo el Brexit, la extrema derecha francesa e italiana explotan el miedo a la inmigración y la incapacidad de los partidos del sistema para frenar los efectos de las devaluaciones internas que castigan el bienestar y las expectativas de las nuevas generaciones. Y en Cataluña, qué les he de decir, la inquietud por nuestra supervivencia como nación es un elemento constitutivo de la personalidad colectiva y está fuertemente basada en hechos reales.

Lo curioso, visto desde la perspectiva catalana, es que España esté también pasando por una grave crisis de confianza en el futuro. Algunos vocales del CGPJ se refirieron ayer a la amnistía como causa de “degradación” y de "abolición del estado de derecho en España". Ayuso misma avisó hace poco que si la amnistía triunfa “pronto no habrá españoles”, y Feijóo considera que la amnistía “deslegitima el pasado y el futuro” del país, y que España “debe reencontrar el equilibrio de la autoestima”. Los cuatro minutos de aplausos del Congreso en Leonor de Borbón, que acababa de jurar la Constitución, eran para ella o eran unos aplausos de terapia colectiva, destinados a alargar ese momento de promesa de continuidad de la existencia de España ¿que supone una heredera de dieciocho años?

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Por un lado, nada nuevo bajo el sol: España ya se rompía cuando el tripartito, cuando el Estatut, cuando el 9-N, cuando el 1-O, por no hablar del 1936 o 1808. La angustia existencial masiva, inducida por intereses electorales y económicos, vuelve a intoxicar la vida social española, con el agravante de que la extrema derecha está dentro de nuestros Parlamentos. Vuelve el fanatismo contra la razón política.