Más armas en un mundo más inestable
BarcelonaNo nos engañemos. El proceso de rearme europeo y de refuerzo de la OTAN que ha provocado la invasión rusa de Ucrania no es una buena noticia y sería mejor un mundo donde no tuviera ningún sentido invertir miles de millones en industria militar en lugar de destinarlos a otros objetivos más necesarios para el futuro del planeta, como por ejemplo la lucha contra el cambio climático. Pero desgraciadamente el mundo es cómo es y no cómo querríamos que fuera. No es, en cualquier caso, un lugar donde todo el mundo cumple unas mínimas normas y la solidaridad y la buena vecindad son lo más habitual. Al contrario. Desde la caída del Muro de Berlín el mundo se ha convertido en un escenario multipolar inestable por definición, con potencias emergentes que pugnan por la hegemonía y donde las capacidades de disuasión militar siguen teniendo un peso muy importante.
Que un país como Rusia, que tiene un PIB global similar al de España, pero unas fuerzas armadas muy poderosas, haya cambiado el orden mundial con la decisión de invadir un país vecino demuestra hasta qué punto la seguridad europea no está garantizada. Y es en este contexto geopolítico hostil donde tenemos que situar la necesidad que tienen las democracias occidentales de reforzar sus capacidades militares y de lanzar el mensaje de que, si llegara el caso, están dispuestas a defenderse. Este es el mensaje central que saldrá de la cumbre de la OTAN que empieza la semana que viene en Madrid: Europa, Estados Unidos y sus aliados en el Pacífico (Japón, Corea, Australia y Nueva Zelanda) están unidos y comprometidos a defenderse mutuamente de cualquier amenaza externa. Y la OTAN, que parecía haberse quedado obsoleta por falta de enemigos, es hoy su principal paraguas de seguridad.
Ahora bien, este incremento necesario del gasto en defensa también tiene unos peligros que no se pueden ignorar. El principal es que la historia enseña que, excepto en el equilibrio conseguido durante la Guerra Fría, cualquier acumulación de arsenales dispara el riesgo de conflagración. Europa tiene que calibrar muy bien el equilibrio entre asumir un grado elevado de autonomía estratégica (no solo militar, sino también en el ámbito de las materias primas, por ejemplo) y no ser percibida como una amenaza por los vecinos. Tal como explicamos en el dosier de hoy, la industria armamentística tiene unos intereses muy concretos que no tienen por qué coincidir con los de la mayoría de la ciudadanía y, por lo tanto, es necesario asegurar el máximo de control político, es decir, público.
En última instancia, la Unión Europea necesita también poder emanciparse de unos Estados Unidos que tienen la vista puesta básicamente en China como gran contrincante de futuro y que tienen ganas de dejar que los europeos se encarguen ellos solos de sus asuntos. Esto, básicamente, quiere decir que tiene que ser Europa la que pare los pies a Vladímir Putin y fije claramente qué líneas no se pueden atravesar. Después del terrible siglo XX, muchos europeos pensaron que el XXI sería el de la paz y la prosperidad, y que el fantasma de la guerra se había superado para siempre. No ha sido así. Y la toma de conciencia colectiva, en forma, por ejemplo, de superinflación, está siendo especialmente amarga.