El primer brindis navideño
"Yo no entiendo de vino, sólo sé si me gusta", me dicen, a menudo, desconocidos con los que habla. Y yo les digo que "saber si te gusta" es quizás el acto más difícil, el más complicado.
Nos gusta lo que conocemos, y casi siempre por comparación. Hay una cuestión emocional indiscutible, mezcla de costumbre, sentimientos y cultura. Te gusta la escudilla de casa. El paisaje que ves por la ventana. Te acaba gustando el cuadro que has visto siempre en tu pared. Te gusta la canción que te repiten.
Con esto quiero decir que a la hora de enseñar o quizás de transmitir unos conocimientos (la jardinería, la cocina, la literatura, el fútbol...) lo más difícil es ofrecer una panorámica que haga posible la comparación. Lo que cuesta es empapar a alguien de las ganas de comparar, de probar, de jugar. Te gusta un vino. Por ahí debes empezar. Pero, ¿por qué? ¿Por qué es ligero o porque es rudo? Te gusta el ligero y te gusta el rudo. ¿Pero por qué? ¿Por qué ambos huelen a hierbas bosquetanes? Te gustan los que huelen a hierbas bosquetanes. ¿Pero por qué? ¿Por qué los que huelen a mango y piña no te gustan tanto? ¿O quizá depende del día? A menudo la belleza nos conmueve, pero ¿podemos deconstruirla? ¿Explicarla?
Recuerdo una vez al hijo adolescente de un buen amigo, que nos escuchaba, apasionados, mientras bebíamos vino. "Yo también quiero flipar...", exclamó. De repente, tenía una bellísima envidia de nuestra pasión. Que te guste algo o que no te guste nada es el trabajo más difícil. Pide estudio, curiosidad, seguridad en ti mismo, alegría, ganas de jugar, alguien que quiera escucharte y seguir la manía y una cierta temeridad y nada de miedo al ridículo. Por este año, pido a los reyes que todo el mundo sea como el hijo de mi amigo y tenga una pasión pequeña. Y que nadie se deje, nunca, enseñar nada si el presunto maestro no está muy alegre y contento del privilegio de ser escuchado explicando lo que más le gusta.