Todos somos caníbales
El DIEC no dice nada del verbo canibalizar (pero sí de caníbal, “Que come otros animales de la misma especie”, y antropófago, “Que come carne humana”). El diccionario de la RAE da una versión que no es la que yo quiero comentar: "Dicho de una persona o de un animal: Comer a un individuo de su misma especie".
La lengua inglesa, mucho más ágil y versátil que la nuestra (y que el castellano) nos ofrece en una de las versiones de lo que quiero hablar (traduzco): Canibalizar: utilizar (una máquina) como fuente de repuestos para otra máquina similar. Emplear (una parte extraída de una cosa) para construir, reparar o crear otra cosa.
Canibalizar es una actividad mucho más común de lo que parece, ya se trate de piezas pequeñas –quien no ha empleado caracoles, arandelas, escarpias, etc. reciclados para realizar pequeñas tareas de bricolaje?– o no tan pequeñas –colocar estantes y sus soportes, por ejemplo–. Yendo más allá, y dado que generalmente son intercambiables, teclados, ratones, pantallas o impresoras han disfrutado de una segunda vida en un nuevo ordenador si todavía eran funcionales en el viejo.
La canibalización permite reparar o construir automóviles, camiones y otros vehículos utilizando piezas de otros. En casos extremos (y de ficción), se han podido construir aviones a partir de restos de aparatos estrellados, como ocurre en El vuelo del Fénix, Seis días y siete noches y otros filmes. Recuerdo, de algunas lecturas juveniles, como los náufragos de ficción construían, con materiales diversos, una barraca en la isla a la que habían ido a parar, entre los que no faltaba parte de la estructura del barco hundido; o bien construían una barca a partir de los restos del barco, o hacían una lupa con la que podían concentrar los rayos de sol y encender fuego a partir de los cristales unidos de unas gafas.
De forma muy adecuada, el resultado de reparar algo con lo que se tenga a mano, aunque no sea el material idóneo, se llama de oportunidad (como el velamen de un barco que sustituye al original, destrozado por la tormenta o las tuberías del enemigo).
Que el lector no se ofenda: la transfusión de sangre y el trasplante de órganos diversos son casos claros de canibalización. Si quizás hay alguna duda en cuanto a órganos de donantes fallecidos, no hay ninguna cuando se trata de donantes vivos (de riñón o hígado, por ejemplo). También formarían parte de este conjunto otros tipos de introducción de estructuras ajenas al cuerpo propio: injertos de pelos, especialmente si son ajenos; el trasplante de heces, que últimamente parece un buen método para recuperar microbiota intestinal; las pelucas hechas de pelo natural; y, forzando la cosa, los atuendos hechos con pelo, piel, etc. de animales diversos.
No sé si los frecuentados cambios de camisa de algunos políticos, que dejan un partido para incorporarse a otro, podría calificarse de canibalización. De hecho, llevan al nuevo partido la información obtenida mientras estaban en la anterior, información que puede ser guardada sólo en la sustancia gris del tránsfuga o almacenada en documentos físicos o digitales. Está claro que esta canibalización sólo lo sería si el nuevo partido usa de algún modo esa información.
Volviendo al uso de útiles aparentemente inútiles que hemos guardado por si algún día les encontraríamos otra aplicación, cuando ésta llega, hemos hecho una aportación a la sostenibilidad global del planeta: hemos impedido aumentar el número (y el peso) de trastos diversos que acaban en la basura, y no hemos adquirido aquellos utensilios (desde tornillos a accesorios de ordenadores, desde estantes a piezas de repuesto de vehículos) que hemos sustituido con los reciclados. Cuando nos enteramos de la cantidad estremecedora de aparatos electrónicos viejos (pero quizás no obsoletos ni inútiles) que llegan a nuestros puntos limpios y terminan en los vertederos de basura (nuestros o de medio mundo) sin reciclar, pienso que canibalizarlos es una aportación pequeña, pero valiosa, que podemos hacer.
Ya hace mucho tiempo que existe un mercado de vehículos de segunda mano. Alguna empresa de muebles acepta que los clientes devuelvan a los que no quieren, ya usados, y los pone a la venta a precio rebajado. Algo parecido ocurre con el mercado de segunda mano de ropa, zapatos, etc. Si estos atuendos y calzados son todavía dignos y sirven para una segunda (o tercera) vida, aprovechémoslo. ¿No hacemos lo mismo cuando nos instalamos en un piso que hace tiempo que construyeron, o con la vajilla cuando vamos a un restaurante, o con los libros cuando los pedimos en préstamo a una biblioteca? Han tenido muchos usuarios previos, pero si están en perfecto estado de revista podemos utilizarlos como si fueran nuevos de trinca.
Quizás no éramos conscientes de ello, pero los humanos somos caníbales (de este tipo, claro).