¿Te cuesta concentrarte?
Vale, una parte puede ser por la edad. Pero no es solo la edad. La aceleración está pasando factura en términos de atención y capacidad de concentración.
¿Lees como antes? ¿Eres capaz de mirar otra pantalla sin estar pendiente del móvil? ¿Coges el teléfono cuando estás en la mesa con otras personas? ¿Puedes seguir una película larga? ¿Qué es lo primero que miras cuando pones en marcha la cafetera? ¿Tardas en concentrarte? ¿Qué credibilidad tienes cuando les dices a tus hijos que utilizan demasiado el móvil?
Vivimos en una permanente sobreexposición a la información que nos crea la sensación de que el mundo va más rápido. Empapados de información, o quizás solo de impactos constantes que llaman nuestra atención, estamos inmersos en la gran aceleración. Este contexto de continuos impactos tiene consecuencias en términos de sobrecarga, de sensación de recalentamiento, de dificultad de serenarse y centrarse en una sola tarea compleja.
VELOCIDAD
Fascinados en algún momento por la velocidad física, los humanos deberíamos preguntarnos si se puede asumir cada vez más velocidad mental sin contrapartidas. Esto es lo que hemos querido preguntarnos en un dosier para leer tranquilamente, y la conclusión es que la lentitud alimenta la atención y la velocidad la destruye o agota. Por cierto, los expertos también nos dicen que fijamos mejor los conocimientos cuando leemos en papel que cuando leemos en una pantalla.
Después de ver cómo a él y a su entorno les costaba concentrarse, el periodista británico-suizo Johann Hari se desintoxicó de pantallas durante tres meses y escribió El valor de la atención, donde intenta explicar por qué nos la han “robado” y cómo podemos recuperarla. Y es que el problema no era solo de Hari. Lo recoge Toni Pou: “Un oficinista medio solo está centrado en una sola labor tres minutos seguidos. Otro ejemplo: por cada niño que hace cuarenta años tenía serios problemas de atención, ahora hay cien. Un ejemplo más: un estudiante estadounidense frente a un ordenador cambia de tarea cada 65 segundos, de media. Y otro: cuando nos interrumpen, tardamos cerca de veinte minutos en recuperar el estado de concentración anterior”.
CONECTAR
Una de las primeras cosas que descubrió Hari es que la falta de atención no es un fenómeno reciente, sino que empezó hace más de un siglo. Según el profesor Earl Miller, neurocientífico del Massachusetts Institute of Technology (MIT), nuestro cerebro solo puede producir uno o dos pensamientos conscientes a la vez. Pensamos que podemos hacer muchas cosas a la vez, como por ejemplo escribir mientras vamos leyendo y respondiendo mensajes de WhatsApp que nos obligan a conectar y desconectar circuitos distintos constantemente. Las interrupciones no son neutras, y según Hari afectan a la precisión, la memoria y la creatividad. “El efecto es enorme –añade–: ser interrumpidos constantemente es, a corto plazo, el doble de malo para nuestra inteligencia que estar drogados”. El colapso de nuestra atención, dicen los expertos, produce también ansiedad.
¿Cómo recuperar la atención y cómo protegerla de los ladrones que tenemos permanentemente cerca? Los expertos nos alertan sobre los hábitos que lo facilitan. Nos hacen notar que dormimos menos que hace un siglo y que cuando estamos despiertos se acumulan residuos en nuestro cerebro que debemos eliminar durante las horas de sueño. Tampoco nos ayudan los alimentos ultraprocesados y altamente azucarados, que provocan subidas repentinas de energía y, después, bajadas que “inhabilitan el cerebro”.
ENERGÍA
Sabemos que, a nivel cerebral, mantener la atención focalizada consume mucha energía metabólica. Se calcula que un adolescente o un adulto es capaz de mantener la atención plena focalizada durante unos veinte minutos, pero existe mucha variabilidad, desde unos pocos minutos hasta superar con creces estos veinte minutos teóricos, encadenando varios ciclos sucesivos. Por tanto, la alimentación de nuestro cerebro es fundamental para su funcionamiento.
La conclusión es que si queremos ganar serenidad y capacidad de concentración para ser intelectualmente más creativos y aprender mejor, deberemos cambiar algunas de nuestras rutinas. Dormir y comer bien son algunas recomendaciones obvias. Pero también deberemos trabajar para pedir una regulación de las grandes compañías tecnológicas de maneras prácticas y concretas para que dejen de robarnos la atención con inputs continuos de poca calidad y scrolls infinitos que actúan sobre nuestro cerebro como si fueran golosinas. También deberemos dar confianza a los que seleccionan y discriminan entre la información útil y las golosinas de la atención. En el ARA continuaremos trabajando para realizar una selección nutritiva para nuestros cerebros.