El debate sobre la inmigración y la identidad

Las próximas elecciones en Catalunya irán de lo que van siempre: de identidad. A veces es a caballo de un Estatut, o de la independencia, o, ahora, de la inmigración. Pero las elecciones en Catalunya siempre van de identidad, con posiciones a favor y en contra, y las "en contra" pueden ser beligerantes o subrepticias, con eso de que el eje nacional es una manía de una parte del país y que no hace falta hablar mucho de ello, porque el estado de las autonomías ya dio respuesta a cualquier reclamación.

La discusión sobre las futuras competencias de la Generalitat en inmigración ya está siendo áspera. Junts la ha ido a buscar en solitario en una decisión ideológico-estratégica a la que todavía le falta una base argumental compartible. El resto de partidos se le han lanzado al cuello, y la que acabará recibiendo será la identidad, porque poner el acento en ello acabará siendo sospecho poco menos que de xenofobia.

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En realidad, no vale que la izquierda se proclame la defensora de los débiles ante los abusos del mercado mientras pasa por alto que el mercado subordina el catalán, o que las leyes vigentes imponen el castellano sobre el catalán, sobre el que incluso la Constitución española de 1978 dice (sin nombrarlo) que "es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección".

Tampoco vale ir proclamando con derrotismo que la lengua y la cultura catalanas se disolverán como azucarillos en la Catalunya de los ocho millones y, al mismo tiempo, pasar al castellano cuando vemos por los rasgos faciales de nuestro interlocutor que viene de muy lejos, sobre todo porque hay cientos de miles de estos nuevos catalanes que han sido educados en catalán en las escuelas del país. Necesitamos más confianza en nosotros mismos, parecida a la que el país tuvo cuando no teníamos ni media herramienta política.