EE.UU., tercera fase
EEUU está iniciando la tercera fase de su política exterior desde 1945. La primera, formulada por el presidente Truman, tenía dos objetivos: reforzar el Estado para contraponerse a la URSS y promover la democracia en el mundo a través de la cooperación . Era la guerra fría. Se priorizó el desarrollo de la industria y la tecnología en EE.UU. No estaba todavía probado que la economía planificada del comunismo no funcionaba. El desarrollo de la industria pesada en la URSS bajo los planes quinquenales fue un éxito, a pesar del empobrecimiento general de la población. La política industrial de Stalin y la victoria sobre el nazismo forjaba el mito: la economía planificada “era superior” a la economía de mercado.
La crisis del comunismo como patrón económico en los años ochenta condujo al hundimiento de la URSS por la ineficacia probada de su sistema económico y la necesidad creciente del endurecimiento de la dictadura por mantenerse. El sistema colapsó por inviabilidad política y fracaso económico. Desaparece el enemigo y, por tanto, la necesidad de fortalecerse nacionalmente. En esta segunda fase, EEUU busca difundir su sistema político-económico en todas partes. El mundo avanza, la pobreza se reduce, muchos estados ganan en prosperidad y libertad. El número de regímenes políticos democráticos crece. El mundo fue capaz de enfrentar una crisis económica en 2008 de la misma dimensión que la de 1929, con efectos menores.
El comercio se incrementa y la globalización por la reducción de costes de producción y el prácticamente nulo efecto del coste del transporte es un factor clave para el crecimiento. EEUU abandona la política de fortalecimiento económico nacional y pasa a ser más dependientes de terceros. Se abandona la industria manufacturera y no se realizan las necesarias inversiones en infraestructuras. La clase media y baja sufre y, como consecuencia, el partido demócrata se debilita. Es ésta la razón del fortalecimiento del partido republicano y del fenómeno Trump. Las consecuencias son de largo alcance.
“No hay peligro, no hay una potencia contrapuesta en EE.UU., somos los primeros”. La falta de contrapoder hace perder el sentido de la medida en EE.UU. La I+D, que había sido tanto a nivel público como privado, la clave del crecimiento económico, pasa a segundo plano. La obsesión por el terrorismo y las guerras en Irak y Afganistán distraen a EEUU de lo que había sido el centro de su política. La clase trabajadora sufre, pero las ventajas económicas inmediatas son tan notables que el sistema perdura a pesar de sus limitaciones. Es el período en el que China se fortalece.
Ahora comienza por EEUU y Occidente una tercera fase de competencia, interdependencia y retos geoestratégicos. Es una fase nueva, distinta a las anteriores.
EEUU ha crecido en fuerza e influencia cuando sus aliados también lo han hecho. La UE, Japón, Corea, Canadá, Australia y Latinoamérica han contribuido a hacer de EEUU la primera potencia.
La única administración que no lo ha entendido ha sido la del presidente Trump, que abandonaba a sus aliados y se retiraba de los foros políticos, comerciales y económicos a razón de la creencia miope que EEUU hacía por ellos más de lo que recibía. Ahora la necesidad de fortalecimiento de EE.UU. técnica y económicamente ha sido percibida por la administración Biden como la primera prioridad y ha movilizado políticas para revertirlo.
En el exterior, el acuerdo QUAD con Australia, India y Japón en tecnología, cambio climático y transporte marítimo; el AUKUS con Reino Unido y Australia en defensa; el acuerdo tecnológico con la India y el logístico con el corredor en Oriente Medio; el acuerdo con el African Continental Free Trade Act; la colaboración con la UE...
En el interior, el Infrastructure Investement and Jobs Act, el CHIPS and Science Act y el Inflation Reduction Act suponen políticas e inversiones públicas realizadas en conexión con el sector privado en industria, tecnología y ciencia sin precedentes en los últimos treinta años.
EEUU vuelve en parte a la política de la primera fase: fortalecimiento industrial y tecnológico nacional y acuerdos estratégicos con los aliados.
Hay un estorbo, Israel, y dos incógnitas irresueltas. La política en relación con China y la guerra de Ucrania y, por tanto, la relación con el Sur Global, que discrepa de la política de EEUU, que considera egoísta e imperialista.
Con China debe haber una entendida aunque existan áreas, especialmente las tecnológicas, de competencia. Hay espacio y mercado para EE.UU. y China, pero es necesario que ambos lo acepten.
Con Ucrania, si la conquista de Rusia del Donbás se consolida, la inestabilidad en Europa será permanente. Una tregua sin tratado formal de paz que acepten ambos bandos, como sucedió en Corea, supone un conflicto permanente agravado en Ucrania debido a que la importancia económica y militar de Rusia es incomparablemente mayor que la de Corea del Norte.
La política Biden, si se consolida tras las elecciones presidenciales de noviembre, fortalecerá la posición estratégica de EE.UU., que es lo que nos conviene a los europeos. Pero si ganara las elecciones Trump, entraríamos en la confusión a nivel mundial. Perdería el mundo libre —al menos por cuatro años— una referencia de libertad y desarrollo tecnológico e industrial en la que se ha basado la política mundial en los últimos 70 años.