¿Dónde está el final de la estrategia de Netanyahu?
No hay victorias totales, como promete Benjamin Netanyahu, ni seguridad garantizada para Israel sobre los escombros de un genocidio y la aceleración de una confrontación bélica regional.
Después de un año de guerra brutal, de destrucción absoluta en Gaza, de cambio en los equilibrios de poder regionales en Oriente Próximo, y de violaciones impunes del derecho internacional humanitario, el trauma del 7 de octubre se ha traducido en una exhibición de victorias tácticas y derrotas políticas para un Netanyahu en plena huida hacia adelante.
La represalia por las 1.200 víctimas mortales y los cientos de rehenes que hizo Hamás ha llevado a Israel a una guerra en múltiples frentes: al desafío directo con Irán; con bombardeos y una incursión terrestre en Líbano; y operaciones en Siria y Yemen. Una guerra hecha de victorias puntuales para Netanyahu –como la decapitación de Hezbolá–, pero con una estrategia incierta más allá de ampliar la confrontación bélica a todos sus enemigos regionales. La pregunta, a partir de ahora, es: ¿qué hará Irán? Y ¿hasta dónde está dispuesto a llegar Israel?
Más de 40.000 personas han muerto, en estos doce meses, en Gaza. Se han bombardeado escuelas, hospitales, campos de refugiados y centros de ayuda de Naciones Unidas. Un millón de libaneses se han visto ya forzados a dejar su casa en un país de poco más de cinco millones de habitantes. Y la violencia del extremismo israelí va creciendo en Cisjordania.
Este ha sido un año de quiebra moral y política de la diplomacia internacional. Nicholas Kristof sentenciaba en el New York Times que "Biden buscaba la paz pero ha facilitado la guerra". Los llamamientos de Washington a un alto el fuego han ido acompañados de transferencias de armamento para su aliado tradicional. Estados Unidos va a remolque de Benjamin Netanyahu y su agenda de hechos consumados mientras la guerra de Gaza se ha convertido en un arma arrojadiza de la campaña electoral estadounidense, con Donald Trump diciendo que los judíos que no voten por él “deberían examinarse la cabeza” y Kamala Harris –aferrada a una ambigüedad aún más atronadora que la del presidente Biden– intentando silenciar las protestas propalestinas que se congregan a las puertas de algunos de sus mítines.
¿Qué credibilidad tienen unos gobiernos occidentales empeñados en la arbitrariedad de condenar en Ucrania lo que permiten a Israel?
La Unión Europea ha hecho un ejercicio de complicidad con Israel que la aboca a la irrelevancia en buena parte de un Sur Global que la acusa –con razón– de doble moral.
Hace solo unos días los Veintisiete ministros de Exteriores fueron incapaces de aprobar una declaración conjunta que condenaba la escalada regional del conflicto y el número de civiles muertos en Líbano en la "incursión terrestre" del ejército israelí, y pedían un "alto el fuego inmediato". Un vocabulario y unas peticiones que algunos países de la UE consideraron inasumibles.
La República Checa bloqueó la declaración conjunta porque consideraba que “limitaba” el derecho a la “autodefensa” de Israel frente a Hezbolá. No son los únicos. Otros gobiernos, como los de Hungría o Austria, han logrado recientemente aguar diversas iniciativas conjuntas de la UE porque las consideraban demasiadas críticas con Tel Aviv. Así, en plena incursión terrestre israelí en Líbano, el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, acabó haciendo un comunicado de condena por cuenta propia.
La división europea ha acabado de derrumbar la credibilidad de una Unión que quiere ser geopolítica y global, pero que es incapaz de mantener la coherencia ante los conflictos que la desafían en su vecindario más cercano.
La guerra ha transformado Oriente Próximo. Pero también Israel ha cambiado. El gobierno de Netanyahu se lanzó a una guerra en Gaza sin legitimidad internacional y sin una estrategia integral, más allá de golpear al enemigo, que se ha traducido en acusaciones de crímenes contra la humanidad en el Tribunal Penal Internacional. Él es el primer responsable de haber provocado la fragmentación de esa unidad social que surgió del horror y del sentimiento de vulnerabilidad del 7 de octubre. El primer ministro israelí vinculó la supervivencia de su liderazgo destructivo a la lógica de la guerra y al apoyo de una extrema derecha que marca la agenda. Pero la superioridad militar y tecnológica, sin la política, no va a garantizar la seguridad de Israel.