Gaza: ¿una nueva forma de sufrimiento?
“Moriremos. Todos. Ojalá sea suficientemente pronto para que se acabe el sufrimiento que estamos viviendo cada segundo”. Estas palabras forman parte de un mensaje que la semana pasada envió un médico que trabaja para Médicos Sin Fronteras en el sur de la franja de Gaza. ¿Cómo llamaríamos ese sentimiento desde la perspectiva de la medicina occidental? ¿Pulsión suicida? ¿Depresión? ¿Trastorno por estrés postraumático (TEPT)? Sea cual sea, sabemos que son ideas anormales y requieren intervención médica.
Cuando finalmente se acaben los bombardeos, empezará la reconstrucción de las casas, las escuelas, los hospitales y las infraestructuras esenciales de Gaza, un proceso con el que los gazatinos ya están muy familiarizados. Los habitantes de la Franja también empezarán a asimilar el trauma que muchas personas de la Tierra no entienden: la perspectiva de morir de hambre; el despertarse en el hospital y descubrir que eres uno de los últimos supervivientes de tu familia; ver cómo se extrae de entre los escombros un niño muerto en un ataque aéreo; desplazarse por segunda, quinta o décima vez. ¿Cómo reparamos la mente y las emociones trastornadas de estos supervivientes?
Como palestina de Cisjordania, tengo bien presente el trauma que sufren los palestinos en los territorios ocupados y he pasado toda mi carrera intentando responder a estas preguntas y captar y transmitir las diversas injusticias a las que se enfrentan los palestinos, concretamente por lo que se refiere a la salud. La mayoría de los marcos actuales para la salud mental son casi insuficientes para describir y abordar el trauma relacionado con la guerra que los palestinos de Gaza han sufrido en los últimos meses. Y por extensión, nuestros métodos tradicionales de prestar atención a la salud mental tampoco serán suficientes.
Las consecuencias de esta guerra requerirán sin duda una inversión financiera y política extraordinaria. Pero también es un momento para repensar la salud mental de las poblaciones que han experimentado un trauma colectivo tan devastador, así como establecer por dónde debería ir una curación auténtica de cara a garantizar que la esperanza y la justicia, y no sólo el trauma continuado, se transmitan a las generaciones futuras. Mientras se entablan campañas militares, el número de muertos y heridos físicos nos cuenta sólo una historia sobre la totalidad del sufrimiento mental y emocional que se perpetúa, financia y justifica.
Nuestra comprensión sobre cómo la guerra afecta a la salud mental es bastante nueva. El propio TEPT no fue un diagnóstico médico adecuado hasta 1980, después de más de una década de investigación y tratamiento de veteranos de Vietnam que regresaron a casa con lo que antes llamábamos “trauma de guerra”, “neurosis de guerra” ” o “reacción por estrés excepcional”. Las herramientas y los cuestionarios utilizados para detectar el TEPT se han desarrollado y puesto a prueba de forma general en Occidente, pero hoy en día se utilizan ampliamente con las poblaciones afectadas por la brutalidad de la guerra, como Siria, Sudán del Sur y Ucrania. Aunque estas herramientas pueden ser valiosas, un campo creciente de la literatura critica la falta de matices o contexto de algunos de estos marcos, por ejemplo el hecho de que las personas describen el trauma de forma diferente según las culturas y asimilan las experiencias traumáticas en base a su percepción de por qué se produce el trauma.
Es importante destacar que también nos faltan herramientas para medir adecuadamente el trauma recurrente y profundamente arraigado en una comunidad. Debido a su extensa historia de violencia, privaciones y otros incidentes traumáticos, Gaza ha sido un foco de muchos estudios sobre la carga que implica para la salud mental vivir una guerra, incluido el caso de muchos niños. Un estudio de 2020 sobre estudiantes de Gaza de entre 11 y 17 años reflejó que casi el 54% de los participantes encajaban con los criterios de diagnóstico del TEPT. Un estudio más reciente sobre palestinos de Cisjordania y Gaza concluyó que el 100% de los participantes habían sido expuestos a traumas en 2021. Los traumas a los que se enfrentan los palestinos pueden incluir eventos tan variados como la incautación de tierras, la detención, la demolición de su casa, la pérdida de seres queridos y el miedo a perder la propia vida. Tras un trauma tan persistente e interminable, “el efecto es más profundo”, dijo Samah Jabr, un psiquiatra que trabaja en el ministerio de Salud palestino, en Quartz, en el 2019. “Cambia la personalidad, cambia el sistema de creencias y no parece que sea TEPT”.
Cuando el trauma es tan normal, también puede normalizarse. Mis familiares de Palestina se encogen de hombros o incluso se ríen ante experiencias que serían muy angustiantes para la mayoría de la gente. También es fácil no tener en cuenta que la mala salud mental puede aumentar el riesgo de padecer enfermedades físicas como las enfermedades del corazón y la diabetes. Las limitaciones de nuestro enfoque de salud mental se hacen muy claras en estos contextos.
Debemos empezar a construir de forma exhaustiva la infraestructura de salud mental en Gaza. Esto incluye establecer un conjunto de trabajadores sanitarios bien formados y culturalmente competentes que puedan ofrecer una amplia gama de tratamientos de salud mental a los afectados. Además, para una adecuada salud mental, los adultos necesitan trabajo, los niños necesitan escuelas y todo el mundo necesita refugio y acceso regular a alimentos, agua y medicamentos. Por último, la gente debe volver a casa. La salud mental sólida de los supervivientes no puede restaurarse sin estabilidad, seguridad y una comunidad reparada.
La gente de Gaza no está en una situación postraumática. El tratamiento puede ayudar a un veterano de Vietnam a reconocer que un ruido fuerte no siempre es una amenaza. El tratamiento no puede ayudar a convencer a un niño de Gaza de que las bombas que siente no le matarán, porque sí podrían matarlo. No puede ofrecer consuelo a una madre preocupada de que sus hijos puedan morir de hambre, porque es algo que sí puede ocurrir. Muchos han instado a replantear la visión de ese sufrimiento. Algunos le han llamado trastorno por estrés traumático crónico, mientras que otros, incluidos los estudiosos palestinos, se han referido a él como un estado en el que “te sientes deshecho o destruido”. Esto no es sólo una cuestión de semántica. Estas alternativas demuestran que no es suficiente con ofrecer opciones terapéuticas que sitúen la anormalidad dentro del individuo y no dentro de las circunstancias que está viviendo.
La escala y el alcance del sufrimiento en Gaza nos recuerdan hoy que, para avanzar, las personas de las zonas de guerra necesitan curación, justicia y un auténtico sentimiento de seguridad física y mental. Aunque se establezca un alto el fuego temporal, ¿de qué sirve trabajar para recuperarse de ese trauma si uno está casi seguro de que volverá a vivirlo? Todos los habitantes de Gaza de más de 10 años ya lo han vivido en varias ocasiones.
Hasta que no se incide de manera significativa en los determinantes sociales, políticos y económicos que limitan la capacidad de las personas para prosperar, para experimentar alegría y seguridad, para simplemente vivir, no podemos esperar a que los tratamientos de salud mental hagan lo que los actores más poderosos del mundo no están dispuestos a hacer.
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