La guerra de siempre
Hace un siglo, primero llegó la guerra y después la pandemia de la gripe. Ahora ha ido al revés: la guerra ha sido precedida por la pandemia. De aquí a cien –o veinte, o mil– años, quizás se revertirá el orden. Monotonía. Estos días de mal tiempo me he dedicado a releer cosas de hace un siglo. Siempre es mejor consumir prensa muy atrasada que productos periodísticos frescos que se hacen eco de los detritus de las redes. Me refiero al vergonzoso caso del whatsapp sobre una supuesta huelga indefinida de transportistas que explicó Mònica Planas hace unos días. La promiscuidad del periodismo con las redes sociales ha acabado normalizando un despropósito tan deontológicamente grave como este. Pero como todo se acaba transformando en una especie de gracieta y se olvida al cabo de medio minuto, no pasa nada. ¿Cómo eran las cosas hace un siglo en relación con la Primera Guerra Mundial?
El año 2013 conseguí en una subasta un lote con casi todos los números de la revista Le Miroir correspondientes al año 1915, así como otros ejemplares anteriores y posteriores. Tenía mucho interés en adquirirlos porque esta revista marcó un antes y un después en la historia del fotoperiodismo de guerra. La calidad artística de las imágenes es simplemente alucinante. Incluso el papel es bueno: después de 107 años continúa inmaculadamente blanco y suave. Le Miroir empezó siendo un suplemento de Le Petit Parisien Illustré. Se convirtió en una publicación con identidad propia a partir de 1912, y desde el 8 de agosto de 1914 se centró en el reportaje bélico. Debido a la carencia de papel derivada de la guerra tenía menos páginas y predominaban claramente las fotografías. Costaba 25 céntimos. Desde el mismo inicio de la Primera Guerra Mundial anunciaba a la portada: “Le Miroir pagará el precio que convenga por documentos fotográficos relativos a la guerra que tengan un interés particular”.
En aquel tiempo, la economía de la atención ya existía. La portada del 6 de diciembre de 1914, por ejemplo, mostraba el cadáver de un soldado alemán suspendido encima de un árbol después de una explosión, y la del 8 de octubre de 1916, una fosa común con civiles franceses fusilados. En otras imágenes se intenta transmitir, en cambio, una visión idealizada de la guerra más propia del siglo XIX que del XX. Ahora mismo tengo delante la cubierta del domingo 29 de agosto de 1915, con una magnífica fotografía donde aparecen varios militares de alto rango –uno de ellos, a caballo– en un campo lleno de flores. Épica y lírica en un mismo marco. ¿Propaganda? Sí, claro: es connatural a la guerra, al menos desde que Homero describió la de Troya y lo hizo de una manera y no de otra. No hay que manipular nada. Solo hay que subrayar las imágenes que corroboran nuestras convicciones y omitir las que no nos gustan. Le Miroir hacía esto. Hoy las cosas parecen diferentes, pero en el fondo responden a la misma lógica de siempre, con el añadido de los nuevos mecanismos de cretinización colectiva asociados a la digitalización. Les propongo un juego. Sigan el Twitter oficial de la embajada rusa en España y otras páginas análogas, y al cabo de 24 o 48 horas lean los artículos de determinados periodistas supuestamente "críticos". Se partirán de risa. Hace 107 años la entrañable figura del tonto útil ya existía, pero el engranaje propagandístico era más lento y precario. Hoy muchos creen que circular en dirección contraria resulta, en sí mismo, un acto de sana rebeldía y de espíritu crítico. Según un ensayo de Stephen Koch que ya les comenté hace unas semanas –Double lives–, a este tipo de personajes se los conocía entre los círculos de propaganda estalinista como "clubs de inocentes".
La guerra de siempre, en todo caso, puede dar lugar a cavilaciones muy extrañas. Ahora mostraré una de espectacular. La localicé comparando los números de Le Miroir con los de La Il·lustració Catalana del mismo año, 1915. Adquirí estos números –ya ven que tengo vocación de trapero– porque contienen el suplemento Feminal, fundado por Carme Karr en 1907. Catalanismo y feminismo. Artículos interesantísimos de Caterina Albert, Dolors Monserdà, Roser Matheu, etc. Y en medio de todo esto, este increíble anuncio (enero de 1915): "La guerra ab les armes produeix l'extermini de l'humanitat. La guerra de les indústries les millora y selecciona. El Licor del Polo es ja, per selecció, lo primer dentífrich del món". ¡La guerra de las trincheras y la competencia industrial! Hay un periodismo muy primario y fácil de hacer que es el de la denuncia de comparaciones. Aquí tropezarían con una verdadera pieza de caza mayor.