Impuesto turístico: un paso (modesto) en la dirección correcta

La semana pasada fui llamado al Parlamento para dar mi opinión sobre un proyecto de ley, actualmente en trámite, que modificaría la ley del impuesto sobre las estancias en establecimientos turísticos (IEET). Quisiera compartirla con los lectores, pero para ello tengo que realizar un rápido diagnóstico de nuestro turismo.

Desde el punto de vista de la actividad económica, en Cataluña hay que considerar tres segmentos muy diferentes: el de sol y playa (que representa un 70% de las pernoctaciones), el de la ciudad de Barcelona (más del 20%), y el del interior (menos del 10%).

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Sobre este último, el diagnóstico es simple: cuanto más crezca, mejor, porque es una de las pocas herramientas que tenemos para fijar población. No importa que sea relativamente poco productivo o estacional, porque la alternativa es peor.

En cuanto al sol y la playa, el principal problema es que es muy poco productivo: los precios y los salarios son bajos y la sociedad debe soportar el coste de la mayor parte de las plantillas durante los meses de temporada baja. Por lo que se refiere a los salarios, son un 25% inferiores a la media catalana, y en cuanto a los precios, el ingreso por habitación hotelera disponible (el RevPAR de los hoteleros) es de unos 60 € por noche, a comparar con los 165 € de la Costa Azul. Cuando en Catalunya existía un sobrante de personal con dificultades para encontrar trabajo y España tenía un déficit crónico de divisas, este turismo fue una bendición. Hoy, cuando el personal debe venir del extranjero, es un disparate. Todo el mundo pierde: el balance de la Seguridad Social es catastrófico, las comarcas y los municipios catalanes especializados en el turismo tienen una renta per cápita inferior a la media, la experiencia del turista es pobre en temporada alta porque lo es el servicio –protagonizado por personal eventual y poco profesional– y porque los espacios están saturados, y lo están en temporada baja.

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El turismo de Barcelona, ​​en cambio, no tiene un problema de productividad, porque los precios no son bajos (unos 150 € por habitación, lo mismo que en Madrid, aunque inferiores a los 170 de Roma oa los 260 de París) y porque las plantillas son estables (porque lo es la demanda). Ahora bien, los salarios son bajos (aunque no tanto como en la costa), lo que implica que existe un problema de distribución. Además, existe un gravísimo problema de saturación de los espacios públicos del que nos advertía uno de los hoteleros más lúcidos de España, Gabriel Escarrer, cuando hablaba de "barrios orientados exclusivamente al turista, como ocurre en algunos distritos de Barcelona [...], parques temáticos que disgustan al residente y ahuyentan al turista".

Si los precios son más altos en Barcelona que en la costa no se debe a que la ciudad sea más atractiva, sino porque la capacidad está limitada por el Ayuntamiento desde 2017 mediante el PEUAT, y subirán más cuando se eliminen las plazas en modalidad HUT (viviendas de uso turístico, que representan una tercera parte de las pernoctaciones que tienen lugar en la ciudad). El Ayuntamiento también está afrontando el problema de la distribución vía recargo en el IEET, hasta el extremo de que en Barcelona se recaudan 150 M€, mientras que en el resto de Cataluña sólo 50 M€, cuando las pernoctaciones son el triple. Además, el Ayuntamiento tiene la intención de doblar el recargo en cuanto la ley en trámite parlamentario lo permita. En resumen, el turismo de Barcelona tiene problemas, pero el Ayuntamiento les está afrontando de forma lúcida y decidida; por tanto, mejorarán.

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No puede decirse lo mismo del sol y playa, donde todavía no se ha asumido que todos los problemas -la rentabilidad, la productividad, la estacionalidad, la falta de personal profesional- provienen de una única falla estructural: que el sector está dimensionado para la punta de la temporada alta. Esto es insólito: ni dimensionamos las autopistas para la salida de Semana Santa, ni nos compramos viviendas pensando en el día en que reunimos a toda la familia. En cambio, insistimos en invertir en la costa pensando en las tres o cuatro semanas de temporada alta. Un empresario privado nunca haría tal cosa, pero en este caso la ineficiencia corre a cargo del sector público.

Ahora estamos en disposición de valorar la reforma del IEET, que consiste fundamentalmente en subir mucho las tarifas a Barcelona, ​​un poco al resto de Catalunya, dedicar el 25% de la recaudación a políticas de vivienda ya liberar al resto para objetivos vinculados a la sostenibilidad, que no deja de ser un amplísimo cajón de sastre.

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Para Barcelona, ​​el cambio será positivo y relevante, porque el Ayuntamiento dispondrá de más recursos y porque se apropiará de una mayor parte de los precios. Para el resto, y pese a lo que pretende el texto, el turismo no será ni más sostenible ni más desestacional, porque nadie cambiará de planes para que haya un impuesto de 2€ por noche. En Barcelona será un segundo paso; en el resto, un tímido primer paso. No es poco, porque lo difícil es siempre el primero.