Un 'last dance' para Junqueras

Pasado el proceso electoral interno de ERC, hay que preguntarse por qué ha ganado Oriol Junqueras, y también por qué ha obtenido solo el 52% de los votos.

Una parte del voto a Junqueras proviene de su red de alianzas internas, como es normal para un dirigente que ha dedicado buena parte de su tiempo, desde la salida de prisión, a recuperar el control de las bases. Sin embargo, otra parte se explica por el vínculo emocional con el líder que más directamente sufrió la represión del Estado, y el que más ataques ha recibido desde el exterior –particularmente desde Junts, del exilio y del ANC–. Es muy difícil para los militantes republicanos asumir que Junqueras pase a la historia como el principal culpable de todo lo que salió mal en el 2017.

Para gran parte de las bases sería lógica y asumible la salida de Junqueras, pero no por la puerta de servicio. No como consecuencia de los ataques de otras fuerzas que, mientras, han extendido un clima de sospecha y de acusaciones de alevosía. En este sentido, el antijunquerismo ha actuado como un aglutinador, dando a Junqueras un aura de resistente que, al fin y al cabo, le ha favorecido.

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La victoria de Junqueras también demuestra que quienes lo han votado no lo consideran el principal responsable de la bajada electoral del partido. Esta responsabilidad se la han atribuido a Pere Aragonès y a su equipo, que no ha sabido rentabilizar los tres años de gestión en el gobierno de la Generalitat. Finalmente, la incapacidad de los opositores para encontrar a un candidato de primer nivel –lo cual es consecuencia de la nefasta política de cuadros del partido– explica también el triunfo del exalcalde de Sant Vicenç dels Horts.

Pero hay otro dato irrebatible, y es que Junqueras alcanzó la presidencia de ERC en el 2011 con más del 90% de los votos, y ahora ha tenido que conformarse con un 52%. El líder reelegido ha recibido un mensaje claro. No tiene por delante un ejército fiel, sino unas bases escépticas y vigilantes que esperan que su presidente vuelva a ganarse su confianza, y que sea con transparencia y con respeto a la disidencia.

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Junqueras no solo debe convencer a los militantes. Sobre todo, debe convencer a las decenas de miles de ciudadanos que han dejado de votar a ERC en los últimos años. Los republicanos son el partido que ha sufrido el castigo más severo dentro del soberanismo, y esto se debe a que fue ERC quien puso en marcha el Procés, quien arrastró a CiU y quien convenció a amplios sectores del país de que la independencia podía activarse desde la administración autonómica y la movilización popular. En esta nueva etapa, Junqueras debe conseguir captar el voto sin formular promesas que, de no cambiar las circunstancias, no podrá cumplir.

De hecho, ERC es la responsable del giro pragmático del soberanismo. Sin embargo, este giro ha beneficiado al PSC... y también a Junts, que ha logrado combinar el maximalismo verbal con una praxis muy parecida a la de los republicanos, con el aditivo –nada menor– de los cortejos con el PP. Algún mérito tendrá Carles Puigdemont en la gestión de esta filigrana estratégica. Esto, sin duda, debe hacer pensar a Junqueras sobre qué quiere decir a los catalanes, y sobre cómo quiere decirlo. Tiene que aprender a descodificarse, a hablar para convencer a la gente, y no para despistar a los periodistas.

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Por último, esta exigua victoria debe hacer ver a Junqueras que, si bien en su partido no existe la voluntad de tirarlo a los leones, sí hay ansia de renovación, y de sustituir la emotividad por la política. Ponerse al frente de este proceso de renovación, que tarde o temprano le afectará directamente, es el mejor servicio que Junqueras puede hacer a su partido. De momento, se ha ganado un last dance.