Macron Bonaparte
Del solemne paseo por el patio de Napoleón frente a la pirámide del Louvre, que Emmanuel Macron escenificó el 7 de mayo de 2017, a la grandeza de la reapertura de la catedral de Notre-Dame de París, de este fin de semana, escribe la historia de una desilusión; de una ambición que choca hoy con la realidad de un país descontento, fracturado e inmerso en una profunda crisis política y económica. Es la crónica de un declive del que el presidente Macron se niega a asumir la responsabilidad.
Si algo sabe hacer Macron es reafirmar el estatus del presidente de la República, aunque con cada una de sus escenificaciones y maniobras políticas no ha hecho más que debilitar un sistema de partidos que él mismo se encargó de desguazar para fagocitar el espacio del centroderecha y el centroizquierda. El fracaso del gobierno de Michel Barnier es el último ejemplo. Barnier no sólo cayó por la debilidad parlamentaria, que dejó la estabilidad del ejecutivo en manos de la extrema derecha de Marine Le Pen; también ha sido víctima de la predisposición de Macron a ignorar, una y otra vez, la contundencia del mensaje que sale de las urnas para seguir su propia voluntad. No es la primera vez que el presidente reprocha a los franceses que hayan votado un Parlamento ingobernable. Pero elegir un primer ministro de un partido castigado electoralmente por gobernar en minoría era, desde el principio, un fracaso anunciado.
Con el final precipitado del gobierno más efímero de la V República –el primer caído por una moción de censura desde 1962–, el universo jupiteriano de Emmanuel Macron es hoy una nebulosa incierta. Ya no hay grandeza. El rey sin corona se ha convertido en un emperador desnudo. Ni el órgano de Notre-Dame podía disimular el rumor del descontento profundo que se vive en las calles de París, ni el vértigo geopolítico que la diplomacia de la inauguración catedralicia intentó suavizar. La incertidumbre se ha convertido en una constante.
Macron quiso aferrarse al éxito de la restauración de Notre-Dame como símbolo de un país que "puede hacer grandes cosas", pero el cuestionado y debilitado hiperliderazgo del presidente francés es también una alegoría de la fragilidad europea. La Unión Europea inaugura una legislatura de mayorías débiles y fragmentadas. Con Macron convertido en un pato cojo que no puede volver a convocar elecciones legislativas hasta el verano del próximo año, y una Alemania que pasará por las urnas en febrero con su modelo económico gripado, con un malestar social rampante y con los ultras de Alternativa para Alemania como segunda fuerza en intención de voto en los sondeos. El hecho de que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, volara a Uruguay para aprobar el acuerdo comercial de la UE con el Mercosur pese a la oposición manifiesta de París demuestra también hasta qué punto Macron es hoy l sombra de aquel líder que desfiló ante el Louvre con elHimno a la alegría de Beethoven de fondo para insuflar autoestima en la Unión Europea.
Francia es hoy un país descontento y en crisis, marcado por un gasto público disparado, unas previsiones de crecimiento a la baja (del 0,5% para 2025) y la prima de riesgo al alza. La pérdida de poder adquisitivo es la primera preocupación de los franceses. Y, en el horizonte inmediato, se plantean medidas de austeridad, recortes y subidas de impuestos a las rentas más altas. El estudio Fracturas francesas, realizado por la empresa Ipsos para el diario Le Monde y publicado el pasado mes, retrata un estado de "insatisfacción masiva" que afecta a más de uno de cada dos encuestados. Solo un 3% de los franceses dicen estar "satisfechos", y entre los votantes de Macron, que en el 2021 se declaraban satisfechos en un 37%, hoy ya son solo el 10%.
Los andamios del macronismo hace tiempo que fimbrean. Marine Le Pen –autoproclamada representante de la "Francia de los olvidados"– tiene el control parlamentario, mientras en la calle crece el descontento de quienes recelan del Macron Bonaparte (como le llama el libro del periodista Jean-Dominique Merchet), artífice de un sistema de partido único amenazado por la extrema derecha. Pero el presidente sigue decidido a mantener el control de un escenario político que le es cada vez más hostil. El tiempo es su último aliado. Pero es también el principal problema para un país en crisis, amenazado por el endeudamiento y la presión de Bruselas. En la grandeza impostada de Macron se esconde una cierta disociación de la realidad.