'La Madelon pour nuevos este no sévère'
Crecí francófona, que es una palabra que las generaciones jóvenes de hoy ya no conocen. Hacíamos francés en la escuela y los maestros nos hablaban de Lluís Llach y Paco Ibáñez en el Olimpia. Habíamos oído, de adolescentes, la broma de él, en el escenario, presentando “A galopar” (“No es 'a galopag' hasta 'entegarlos' en el 'mago', ¿eh?”).
Nos maravillamos con la Fnac de París, cuando aquí no había. “¡Te dejan sentar y hojear los libros...!”. Tomamos cada canción de Brassens como un cuento y nuestros autores de aquí las homenajearon. Nos emocionamos demasiado con Charles Trenet y “Que reste-il”. Tenemos a Audrey Dore, la sumiller de la Bodega de Can Roca, a la que todos pedimos fotos. Woody Allen bromeó con la lencería francesa, nos pareció increíble el vino que hacían. Sí, sí, claro, no me olvido de nada. Le dijeron a la pastora Bernardeta Sobirós que no se le había podido aparecer la virgen, porque la virgen no hablaba occitano, que hablaba francés. Francia fue el lugar más allá de los Pirineos donde empaparse de cultura, queso y foie (ahora, a punto de ser prohibido). El francés es la lengua de la Duras, mi dios, y es la lengua en la que trabajaba Flotats, que nos hizo abalanzar al Cyrano (Flotats, haz, de nuevo, una sola semana, el Cyrano, por favor…). Cambió a pesar de que nuestros hijos no quieren hacer francés. Ya no cantan "Voyage, voyage", ni "C'est la ouate", ni "Moi, Lolita", ni, claro, "Je te amo".
Pero ahora los franceses han vuelto a hacerlo. Hoy, sorprendentemente, se han aliado por no permitir el gobierno de los fachas. Hoy destapo un champán o un borgoña o un burdeos o un rubia y me hago una tortilla. Oui, oui. Hoy quiero ser francesa.